viernes, 27 de abril de 2007

HOMENAJE AL POETA


JORGE ESLAVA (poeta)

"Desde muy joven, Watanabe caminaba con la mansedumbre del hombre lento y contemplativo. Lo veía recoger a sus hijas del colegio, a principios de losochenta, en un enorme carro destartalado. Era un hombre sin prisa, con dos niñaspreciosas, navegando en una embarcación que parecía ir a la buena de dios. Teníafama -en el colegio donde yo enseñaba- de ser extremadamente parco. Asistía alas reuniones de padres y no abría la boca. Observaba, sonreía. Por entonces,apenas nos saludábamos. Yo lo miraba con gran expectativa, pues no sólo habíaleído su primer libro Album de familia, sino que me habían encantado unoscuentos humorísticos que tenía publicados para niños. Algunos años después lobusqué para publicar estos cuentos en Colmillo Blanco, editorial que yo acababade fundar. No lo tomó en serio... siempre me dijo: son chistes de provincia, notienen mayor valor. A fuerza de insistir fui conociéndolo mejor: no era tanparco, ni tan sosegado. Sabía ser un magnífico conversador, culto y refrenado enel decir (como su poesía). Y claro que tenía sus furores. Le sublevaban lostextos mal escritos, en especial los guiones cinematográficos y las canciones denuestro medio cultural. En algún momento me mencionó un poema que habíaconcluido y se lo pedí para leerlo. Accedió. Lo leí emocionado -hacía casiquince años que no conocía nuevos textos suyos- y le pregunté si tenía otros. Me confió que estaba terminando El huso de la palabra, el libro extraordinario y sobrecogedor que Colmillo Blanco se honró en editarlo".

ENRIQUE SÁNCHEZ HERNANI (poeta)

"Watanabe era de un perfil apacible, no sólo por su condición de peruano-nisei, sino por su intensa bondad. Una persona tranquila, ajena al oropel y la gloria, a pesar de que la conoció. Junto a Abelardo Sánchez León, fue el único que ha llegado a publicar poesía en una editorial importante de España".

CAMILO FERNÁNDEZ COZMAN (poeta y crítico literario)

"La poesía de José Watanabe (Laredo, 1946) es un esfuerzo de síntesis de la poesía conversacional, la tradición del haiku y la cosmovión mítica de Laredo, su pueblo natal. Watanabe huía del lugar común, corregía obsesivamente sus poemas y exploraba el cuerpo como un espacio privilegiado de fragmentación y que permitía hacer una crítica del saber oficial, representado por los médicos. En su obra se evoca un trato habitual con la muerte: pareciera que los muertos y vivos habitaron el mismo lugar y sostuvieron una extraña conversación cotidiana".

WATANABE, in memoriam


Que estés en los cielos

Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR

José Watanabe era un hombre sosegado, apacible. No necesitaba “agitarse”, como diría el narrador Enrique Prochazka, para demostrar las evidentes bondades de su quehacer poético (La piedra alada, uno de sus últimos poemarios, alcanzaría, por sus elevadas ventas, el rótulo de Best-seller en el siempre difícil mercado español). El Wata, como lo llamaban sus amigos, desplegaba en cada conversación aquella serenidad y sabiduría oriental que lo hacían entrañable. Tan entrañable que su temprana partida –inimaginable entre quienes lo apreciábamos– nos ha colmado de una inmensurable tristeza. Un cáncer a la garganta nos ha privado para siempre de su compañía.

Quizás pocos sepan que antes de consolidarse como poeta, Watanabe transitó por la Escuela de Bellas Artes de Trujillo y por la facultad de arquitectura en la Universidad Villarreal de Lima. Sin embargo, el destino ya le había reservado un lugar de privilegio en la poesía peruana. Vitalidad poética En 1971 obtuvo el premio Poeta Joven del Perú con su ópera prima Album de familia. Emparentado generacionalmente con Hora zero y Estación reunida (dos grupos poéticos que marcaban hegemonía en los setenta), Watanabe no pertenecería a ninguno, a pesar de ser amigo de ambos; reafirmando así, en su insularidad, la particularidad de su voz poética. Bromearía luego, diciendo que si no firmó alguno de aquellos manifiestos grupales quizás fue porque aquel día se encontraba agripado.

Pasarían 18 años para la aparición de El huso de la palabra, publicado en 1989 bajo el sello Colmillo blanco. Luego se sucederían Historia natural (1994), Cosas del cuerpo (1999), Habitó entre nosotros (2002), La piedra alada (2005) y Banderas detrás de la niebla (2006). Libros que perfilarían su talento poético, anclado en la contemplación y en las revelaciones. O como lo resumía espléndidamente en unos versos de su último libro: “Entonces vi banderas que alguien, a lo lejos, agitó detrás de niebla./ Quedé deslumbrado y mudo. Ninguna apostilla sobre la belleza hablará realmente de aquellas banderas”.

En Laredo, su tierra natal, aprendería desde pequeño el valor de la contemplación en largas y silenciosas caminatas junto a su padre, como me contaría alguna vez. “No se puede amar lo que tan rápido fuga./ Ama rápido, me dijo el sol./ Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino, a cumplir con la vida”, reza su célebre poema "El guardián del hielo". Conocí a Watanabe a inicios del nuevo milenio y ya en la primera charla el afecto se hizo mutuo. Las visitas a su casa no fueron abundantes –a pesar de la invitación perenne del poeta–, pero por suerte seguí la lección del sol. Y cada encuentro con él, marcaba la renovación de mi aprecio y admiración. Tan sincera y entusiasta como la primera vez que contemplé, maravillado, el deslumbramiento de sus versos.

(Texto publicado el 27 de abril del 2007 en Correo)