domingo, 18 de setiembre de 2005

Teatro

Julio César: Conjuras y manipulación

Carlos M. Sotomayor

Shakespeare no es un autor fácil, a pesar de su recurrencia. Llevar a escena una pieza corta, aparentemente sencilla como Julio César, suele traer consigo una serie de complicaciones. Leonardo Torres, a pesar de ello, ha sabido sortearlos con aplomo, dándose el lujo, incluso, de realizar su propia traducción de los textos originales (los ha vuelto asequibles a un público no iniciado, sin restarle demasiado vuelo lírico en el proceso).
Un montaje correcto, sin duda, que no evidencia fisuras en su estructura. Sin embargo, bajo aquel ropaje de virtud se oculta su principal limitación: no es clara la mano del director. No existe una propuesta personal que la saque del marasmo de aquellas clásicas representaciones shakespeareanas. Una puesta en escena demasiado aséptica que no resiste mayores comentarios.
La trama –siempre vigente, en las obras del genio inglés– se nos muestra envuelta en medio de conjuras y conspiraciones en torno al poder. Marco Bruto es seducido, en nombre del bien común, para asesinar al César. Consumado el crimen, se produce una de las escenas más logradas de la obra. En el entierro público de Julio César, Marco Antonio (interpretado de manera soberbia por el mismo Torres Vilar) se dirige al pueblo romano y, utilizando todos los recursos de la retórica política, logra convencerlos de la injusticia de aquella confabulación liderada por Marco Bruto. “Yo no soy un orador, soy un hombre franco y sencillo”, arguye. ¿Manipulación? Evidentemente.
Las actuaciones son eficientes, salvo ciertos tropiezos de dicción de Leonardo Torres Descalzi, un actor de trayectoria respetable, que personifica a Julio César. Una interpretación que simplemente agregará un número adicional su estadística personal.
Destacan, por el contrario, además del logrado papel de Torres Villar, las acertadas interpretaciones de Oscar Carrillo (Bruto) y Carlos Mesta (Casio). En estos casos se percibe, claramente, una lograda construcción del personaje.
Una puesta en escena correcta, sin duda, con un ritmo adecuado que, sin embargo, difícilmente escape a las implacables garras del olvido.

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