martes, 26 de setiembre de 2006

Fenómeno Houellebeq


Michel Houellebecq no puede ocultar su maravillosa tendencia a abarcarlo todo. Quiso incursionar en la música y grabó un disco titulado Presencia humana en el año 2000. Participó de manera tan directa en la edición de su última novela, La posibilidad de una isla (Alfaguara, 2005), que él mismo se encargó de ilustrar la portada con una fotografía de su propio lente. El más reciente capricho de este irreverente francés, autodenominado el Zaratustra de la clase media, era llevar al celuloide La posibilidad de la isla. Y como la autosuficiencia siempre viene enmarrocada con la arrogancia, Houellebecq se dio el lujo de amenazar al Grupo Hachette, al que pertenece la editorial Fayard que publica sus libros. El escritor dejó de lado cualquier tipo de sutileza. Fue claro y contundente: exigía el financiamiento de la mitad de la película; caso contrario, “ningún otro libro mío será publicado por una editorial del Grupo Hachette en ningún país”. Con un nada deleznable respaldo que le otorga el ser un autor best-sellers –especialmente por su última novela–, la respuesta de aceptación no tardaría en aparecer. Se dice, incluso, que el mismo Houellebecq dirigiría la cinta.

El amor después del amor
Polémico por naturaleza, Houellebecq tuvo que responder en los tribunales una demanda por haber calificado de “estúpida” a la religión musulmana en su novela Plataforma (Anagrama, 2002). Antes de la publicación de La posibilidad de una isla, algunos críticos franceses tuvieron acceso a la novela. Como resultado de esto, la expectativa, en medio de una polémica desatada entre adeptos y detractores, creció en niveles insospechados. La novela es, finalmente, un éxito comercial e, incluso, algunos críticos la catapultan como la mejor.
La posibilidad de una isla se plantea como el testimonio irrefutable del derrumbe de una civilización. Daniel (o Daniel1), el personaje-narrador, es un comediante nihilista que hurga en los peores instintos del ser humano para urdir sus exitosos espectáculos. Su relato de vida se intercala con los de Daniel24 y Daniel25, neohumanos clonados del Daniel original, que habitan un planeta, dos mil años después, poblado con estos especimenes que, en el máximo grado de aislamiento, sólo se comunican entre sí a través de una suerte de internet avanzado.
Sin embargo, más allá de esta visión apocalíptica del futuro, la novela es también una profunda reflexión sobre el amor, el sexo y la vejez. Así, por ejemplo, la dicotomía entre amor y sexo se ve plasmada en las dos mujeres que marcan la existencia del protagonista: Isabelle y Esther. La primera, contemporánea suya, lo ama pero está negada al disfrute del sexo, la segunda, mucho más joven, por el contrario, se entrega sin reservas al placer, pero parece imposibilitada para el amor. Los últimos años de vida de Daniel1 son una confrontación constante con su propia vejez, potencializada por su relación con una joven y alocada Esther. “El deseo sexual no sólo no desaparece, sino que con la edad se vuelve cada vez más cruel” (p.286).
Houellebecq se ha convertido en un fenómeno que excede los predios literarios. ¿Quién es, finalmente, este francés singular, oriundo de la isla Reunión? Algunos datos biográficos nos dan cuenta de una infancia difícil, signada por el abandono materno y por el maltrato de sus compañeros del internado. Quizás la clave radique en una frase suya que puede leerse en su blog personal: “Hasta la muerte seguiré siendo un niño abandonado, aullando de miedo y de frío, hambriento de caricias”. Y en un mundo como el actual, como no ansiar un poco de afecto. (CARLOS M. SOTOMAYOR)


*Publicado en el diario Correo (25.09.2006)

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