domingo, 26 de noviembre de 2006

"Todas mis muertes" de Ezio Neyra

Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR

En Todas mis muertes (Alfaguara, 2006), segunda novela de Ezio Neyra, cohabitan dos historias –separadas en espacio y tiempo– que se van sucediendo de manera simultánea. Ambas tienen como protagonista a Francisco Neyra (quizás un alter ego del mismo autor): una sitúa al protagonista en el presente, en la ciudad de Arequipa, en donde trabaja como periodista; y la otra, corresponde a los recuerdos de su infancia, aparentemente feliz, en Camaná.
En la primera observamos a Francisco Neyra contándonos cómo ha sido despedido de su labor de periodista cultural del diario La Opinión (producto de un autosabotaje), para luego ser recontratado como reportero en la complicada sección de policiales: se le asigna el caso del prófugo Cardemil, el único de los asaltantes de un banco que no había sido capturado por la policía. De esta manera, Neyra empieza la pesquisa de Cardemil, pero ésta, ante la ausencia de ánimos para ejecutarla, deviene en una mucho más significativa para él: rastrear en al pasado, en su infancia –como una especie de urgencia psicoanalítica– un episodio irresuelto.
La historia de la búsqueda de este delincuente (Cardemil) queda inconclusa y desantendida muy tempranamente. Esto puede obedecer a un descuido del autor, pero también a una intención de la que se ha valido para situar dos espacios de tiempo que le permitan hacer notorio el viaje al pasado del protagonista. Sin embargo, al finalizar la novela uno queda con demasiadas interrogantes respecto a esa historia.
Es la segunda historia la que, como dijimos, acapara la importancia de la novela. Estos periplos hacia atrás, a su infancia “feliz” en Camaná junto a sus primos, lo conducen a un momento traumático de consecuencias posteriores: el haber presenciado, in situ, el asesinato de su abuelo. El protagonista necesitaba enfrentarse con su pasado (conviene mencionar que después de este hecho, la novela da entender que nadie en la familia del protagonista vuelve a tocar el tema e, incluso, él y sus padres nunca más regresaron a Camaná). Neyra acepta de esta manera la muerte de su abuelo y, con ella, todas sus muertes: la de sus demás familiares y, de una manera simbólica, el fin (una muerte más) de una infancia idílica.
Sin embargo, existe otro gran tema que se desprende de la novela y que ha sido acotado por el crítico Javier Agreda: el enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino. Tópico que se halla presente también en Habrá que hacer algo mientras tanto (Solar, 2005), su estupenda y arriesgada ópera prima. En aquella, ese enfrentamiento se percibía en el contraste de las personalidades de los personajes. Alto y, en especial, Gordo asumían peculiaridades evidentemente masculinas (lo que se entiende por masculino en una sociedad machista) mientras que Mediano, un ser demasiado melancólico, asumía rasgos “femeninos”.
En el caso de Todas mis muertes, puede notarse el enfrentamiento del protagonista (un ser sensible, escritor, periodista de la sección cultural, apegado a la madre) con la figura masculina, patriarcal, en realidad, tanto de su padre (una escena de la novela muestra como el pequeño Francisco debe acatar los humores de su progenitor) como del abuelo (el verdadero patriarca de la familia dueño de todos los vicios propios de un machismo férreo). Una novela que no desentona, sin duda, pero que, en mi opinión, no supera a la anterior, mucho más ambiciosa en el tratamiento el lenguaje y en las posibilidades simbólicas.

1 comentario:

Juan dijo...

Hey, pero no cuentes toda la historia pues!!, que así ya no me quedaron ganas de comprar el libro, si el misterio del ladrón no termina de resolverse y el grán asunto del pasado es el presenciar la muerte del abuelo, chess, Ezio te debe odiar por hacer un resumen de su novela. Plop!