martes, 8 de abril de 2008

Entrevista a MARIO VARGAS LLOSA


Mario Vargas Llosa disfruta de un momento especial. Luego de acompañar todo el proceso de montaje de su pieza teatral Al pie del Támesis, el escritor puso de manifiesto su satisfacción por el resultado. Y, además, confiesa que se encuentra al pie del partidor de lo que será su nuevo proyecto novelístico, una ambiciosa obra de largo aliento, que relata la travesía vital de Roger Casement, personaje que denunció las atrocidades del rey belga Leopoldo II contra los nativos en el Congo y los abusos de los caucheros en el Putumayo, a principios del siglo XX. Paradójicamente, este personaje sería sentenciado a la horca por sus vínculos con revolucionarios irlandeses.

Entrevistan MANUEL ERÁUSQUIN y CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de PÁVEL UGAZ

En el Al pie del Támesis aparecen temas que son constantes en su obra. Por ejemplo, la memoria y el pasado, aspectos tan importantes para develar la identidad de los seres humanos.
Así me dicen. Yo no me doy cuenta porque cuando escribo una obra no pienso que existan recurrencias. Pero bueno, a la distancia aparecen. Y es interesante esa situación. En ese sentido, recuerdo una frase de Roland Barthes, quien en uno de sus ensayos dice: “La historia de un escritor es la historia de un tema y sus variaciones”. Ahora, en este aspecto uno no tiene la distancia como para advertirlo, se advierte sólo después.

Pero digamos, el artista expresa muchas veces de manera involuntaria en su obra aquellos registros vitales que lo han marcado.
Yo creo que hay, aunque quizá no en todos los escritores pero sí en muchos, un núcleo de experiencias que los han marcado profundamente. Sin embargo, no es algo de lo que siempre se esté consciente.

El tema de la identidad sexual, que es una de las lecturas de la obra, refleja el machismo absoluto de nuestro país y el miedo de aceptar formas de vida no convencionales, por decirlo de alguna manera.
Bueno, pero eso es normal, formamos parte de una tradición muy represiva en materia sexual. No te olvides que la España que llega a América es la España de la Cruzada, de la Contrarreforma, de la Inquisición y hay una represión muy fuerte a todo lo que se refiere al universo del sexo. Y eso lo hemos ido arrastrando, y nuestra liberación ha sido tardía, relativa y muy frenada por experiencias como las del machismo. En consecuencia, una historia como Al pie del Támesis hubiera sido vivida de una manera muy distinta en Nueva York, Londres o París. Aunque no en ciertas ciudades de provincia de España o incluso de Francia o Inglaterra. Y sobre este aspecto recuerdo una película muy bonita, porque ese tema estaba tratado de una manera muy delicada. Si no me equivoco se llamaba Escenas de caza en la Baja Baviera (Peter Fleischmann, 1969). Era una historia de este tipo en un mundo campesino, en un mundo muy cerrado en sí mismo, muy tradicional, muy primitivo y es una historia terrible porque poco a poco cuando se sospecha que uno de los muchachos del pueblo tiene tendencias homosexuales se desencadena contra él un odio, que es un odio producto del miedo, del terror de vivir una experiencia parecida, y esta historia termina en un linchamiento, en una especie de gran acto inquisitorial que realiza toda la comunidad. Y bueno, incluso en países aparentemente muy civilizados, muy modernos hay todavía enquistados ciertos prejuicios muy arraigados.

Claro, y ahí aparece esa vida paralela que es ficticia…
Como la tenemos todos, pues todos los seres humanos sin ninguna excepción tenemos la vida real, la que vivimos, y una vida más bien secreta, que es la vida de nuestros deseos, nuestras fantasías, nuestros sueños; esa es una vida paralela a la que todos nos abandonamos, a veces por instantes o a veces de una manera involuntaria como cuando soñamos, o a veces, como sería el caso del Chispas, que en pequeños espacios de libertad que tenemos nos salimos de nosotros mismos y vivimos experiencias que son puramente fantasiadas. No totalmente gratuitas, porque en el fondo de todas las fantasías hay algo secreto que aparece. Ahora, ¿qué es lo que aparece? Yo no sé, no sé más de lo que está en la obra, pero creo que ese tema de la ficción y la realidad, la fantasía y la vida vivida es un tema central en la obra, probablemente más importante todavía que el tema de la identidad sexual.

El teatro es una pasión que le viene desde su infancia, una influencia feliz.
Sí, desde mi infancia y yo sé desde cuándo: desde que vi Muerte de un viajante, de Arthur Miller, montada por una compañía argentina que era dirigida por Francisco Petrone, en el Teatro Segura. Y para mí ha sido una de las grandes experiencias como espectador de mi vida. A mí esa obra me revolucionó, y me impresionó sobre todo que en una obra de teatro ocurrieran las cosas con esa misma libertad que ocurrían en las novelas modernas: saltos en el tiempo o saltos en el espacio. Y creo que lo primero que escribí más o menos en serio fue una obrita de teatro entusiasmado por la experiencia de haber visto esa obra, y desde entonces el teatro ha sido un amor paralelo, a veces muy interrumpido por muchos años, pero siempre he tenido el teatro cerca.

¿Qué encuentra en la dramaturgia que no encuentra en la novela?
Mira, el teatro es una de las formas de la ficción y lo que me gusta del teatro es que se viven historias, historias que son ficciones. Y de todos los géneros literarios el que simula mejor la vida es el teatro. En ningún otro género una historia se encarna en seres de carne y hueso. Ahí, en el escenario, una historia se vive como se vive en la vida. Es una vida simulada, pero simulada sólo hasta cierto punto porque quienes encarnan a los personajes son de carne y hueso. Además el teatro posee la característica esencial de la vida que es la fugacidad: aquello ocurre y deja de ocurrir y desaparece como en el mundo real. Entonces, yo siendo un novelista que ama profundamente la novela, en el teatro esa ilusión de vida me parece más intensa, es el género que llega realmente a tocar la vida: máxima ilusión de un escritor de ficciones.

Usted al espectar su obra en escena habrá experimentado otro tipo de asombros.
Bueno, como autor en la novela uno es amo y señor de lo que se hace, pero en el teatro no. Para un novelista escribir teatro es una lección de modestia. Tienes que entender que lo que vas a hacer es sólo una pieza dentro de una maquinaria en la que otros factores, como el director, los actores o los técnicos, van a contribuir de una manera capital a que esa obra sea una realidad. Lo que uno escribe es un guión, un punto de partida, pero el espectáculo lo monta un equipo. Para mí, en este caso, ha sido una experiencia muy bonita poder seguir desde la primera lectura de la obra toda la construcción, asistiendo a los ensayos, lo que me ha permitido hacer correcciones, porque es interesante oír el texto que has escrito. Ahí surgen cosas que sobran, cosas que faltan. Además hemos tenido una colaboración muy intensa con el director Luis Peirano, con los dos actores que han sugerido cosas que me han servido para mejorar la obra. Ha sido una bonita experiencia que no he tenido otras veces; alguna vez pude asistir a algunos ensayos, pero seguir tan de principio a fin el montaje es la primera vez.

En su columna Piedra de Toque, hace tres años, usted recurrió a su personaje Zavalita, de Conversación en la Catedral, para agregarle una respuesta a la pregunta emblemática ¿En qué momento se jodió el Perú? con la sentencia: El Perú es el país que se jode cada día.
Bueno, los países que se joden no se joden de una sola vez, es un proceso también. Así como los países que salen adelante lo hacen a través de un proceso, los países que se hunden en la pobreza, en la ruina, en el caos, lo hacen por una elección más o menos sostenida.

Pero digamos: ¿Cuál es su relación emotiva con el Perú ahora? Lo preguntamos también porque la relación con el Perú es muchas veces áspera, hostil.
Sí, es una relación áspera, exactamente. Pero bueno, yo que no soy nada nacionalista, yo que odio el nacionalismo, pues me parece que es una de las grandes aberraciones humanas que han provocado a lo largo de la historia sangre y muerte, creo que el nacionalismo debe ser combatido como una forma de la estupidez humana. Ahora, lo que es una realidad es que uno se forma en un entorno, en un medio y eso es algo que te marca profundamente y que sobre todo deja una herencia muy fuerte en la memoria, algo con lo que cualquier artista trabaja toda su vida, pues es su materia prima. Esa es para mí la explicación de por qué pese haber vivido tantos años en el extranjero el Perú vuelve con tanta frecuencia en lo que escribo. Incluso, cuando escribo historias que no están situadas en el Perú, pues queda clarísimo que en el fondo, en la raíz de esas historias, el Perú siempre está presente. Entonces, creo que eso hace que yo tenga con el Perú una relación más visceral que con cualquier otro país. De hecho, las cosas que ocurren en el Perú me importan siempre, a pesar de períodos muy largos de distanciamiento físico. Ahora, quizá también es una abstracción bastante injusta. Porque la patria es para cada cual algo mucho más reducido que el conjunto de nación: ciertos barrios, ciertas personas, el entorno familiar, los amigos, gente que ha tenido un papel central en los afectos, en la formación de uno. Creo que el Perú que yo recuerdo es un Perú pequeñito, como el de todos, que más o menos hemos vivido muy directamente. El resto del Perú es una extensión de todo eso. Pero en ciertas épocas de mi vida, sí, yo he conocido otras caras del Perú. Por ejemplo, cuando hice política y fui candidato a la Presidencia viajé mucho por el Perú, y además en una época muy especial que vivía el país. Entonces, ahí fui descubriendo de pronto otras dimensiones de un país que yo creía conocer y en realidad no conocía profundamente.

Las distintas almas del Perú…
Exactamente, y bueno las distintas culturas sobre todo. El Perú es país de muchas culturas. Una nación hecha de muchos países, en realidad. Eso yo creo que es una riqueza, no una pobreza. Un país que es muchos países es una especie de microcosmos, algo que es una riqueza más bien.

Pero pareciera que el Perú estuviera marcado por lo inconcluso, por lo fallido.
Sí, y es porque nunca hemos tenido una orientación más o menos segura, mantenida, continuada, sostenida a lo largo de las generaciones, cosa que sí han tenido los países que han avanzado, prosperado y que se han modernizado. Por eso son países más libres, más democráticos. Y el Perú, como todos los países subdesarrollados, empezaba en una dirección, después paraba, retrocedía e intentaba otro camino. Entonces, el avance era lentísimo y era terriblemente desigual: avanzaban unos y otros se quedaban rezagados. Y esa es un poco la descripción del subdesarrollo. Hemos tenido períodos en que parecía que ya estábamos orientados, como éste, por ejemplo. Pero no se puede meter las manos al fuego, no sabemos qué puede pasar mañana y esa incertidumbre es una de las grandes tragedias de un país, de una sociedad.

LA NUEVA NOVELA

Su nuevo proyecto novelístico tiene una proyección de largo aliento, según lo que se sabe.
Sí, es un proyecto de novela que me va a tomar algunos años.

Cinco años es lo que se dice que le va a tomar escribir esa nueva obra.
Cuando tuve el problema con el corazón le dije a mi cardiólogo, que es mi amigo, el doctor Waldo Fernández: “Bueno, necesito cinco años, te advierto, para terminar mi novela, me tienes que garantizar esos cinco años”. Y en este caso, va a haber una investigación de campo como hice en La guerra del fin del mundo o en La Fiesta del Chivo. Ahora, no con la intención de ser fiel a la historia, pero sí conocer lo que se sabe de la historia. Y bueno, todo gira en torno a un personaje llamado Roger Casement, quien era irlandés cuando Irlanda pertenecía al Reino Unido. El fue diplomático británico en el Congo, cuando este país era una propiedad privada del rey de los belgas. Lo importante de Casement es que preparó a lo largo de varios años un dossier contra el rey belga Leopoldo II, denunciando y describiendo los horrores, los crímenes que se cometían contra los nativos. Y él consiguió que la presión internacional obligara a Leopoldo II a entregar el Congo al gobierno belga, y luego fue el hombre que hundió a los caucheros. El presidió una comisión nombrada por la comunidad internacional para que juzgara hasta qué punto eran ciertas las acusaciones de crímenes horrendos en el Putumayo por parte de los caucheros colombianos y peruanos. Y esa comisión fue definitiva para que se movilizaran los gobiernos y exigieran a los caucheros un tratamiento, digamos, menos indigno, menos atroz. En definitiva, fue un hombre inmensamente prestigioso, una especie de Martin Luther King de su tiempo. Pero durante la Primera Guerra Mundial se descubrió que este hombre, a quien la Corona Inglesa lo había hecho noble por su trabajos a favor de la humanidad, contrabandeaba armas para el Ejercito Revolucionario Irlandés, porque era secretamente un nacionalista. Fue juzgado y fue ahorcado. Un personaje muy fascinante, sobre el que hay toda clase de controversias. Desde que leí algo sobre él me intrigo mucho. Y ahora es mi nuevo proyecto novelístico.

*Entrevista publicada en Correo el lunes 07/04/08.

1 comentario:

Claudio Mori Gonzales dijo...

el peru es un pais de muchas culturas eso es riqueza sin embargo en la mayoria de ellas no aparece la libertad y democracia como valores fundamentales y eso es algo que tenemos que trabajar