jueves, 26 de febrero de 2009

Carta al padre


Soy un hombre colmado de nostalgias. No lo puedo evitar. Los recuerdos suelen abordarme así, de buenas a primeras, sin contemplaciones ni aviso. Los buenos y los malos. Conmigo no funciona aquella recurrente frase de “pasar la página”. Al contrario, como ya mencioné, estas páginas, provenientes de mi propio pasado personal, terminan entrecruzándose con las presentes, con las que uno va llenando al ritmo trepidante de los tiempos modernos.
Hace poco, una imagen irrumpió la aparente tranquilidad vespertina. Y así, como quien visiona la proyección de una película, algo gastada por los años, me vi en ella. Tras rápida elucubración deductiva advierto que debo tener unos seis o siete años. El reloj debe marcar las 9 de la mañana. Mi madre no se encuentra: la lógica me dice que ha salido de casa muy temprano para ir a trabajar. Sólo estamos mi padre y yo, tendidos en su cama, mirando la televisión y deleitándonos con las hilarantes ocurrencias del agente secreto Cool McCool, aquel dibujo animado que pregonaba amar el peligro. De pequeño uno suele ser temeroso, pero en esos momentos, junto a mi padre, mirando los dibujos animados matutinos (recuerdo también los dibujos de los Beatles, con el tontuelo de Ringo), el peligro externo, el de la calle, simplemente no existía. Yo era un niño y sólo importaba la imaginación. Y yo imaginaba ser Cool McColl e imaginaba que mi padre era el padre de Cool McCool, aquel policía de uniforme, con bigote y sombrero. Los bigotes paternos como que ayudaban.
Cuando era adolescente y estaba próximo a terminar la secundaria, recuerdo que era lugar común en muchos miembros del clan familiar pronosticar que estudiaría lo mismo que mi padre y que sería un gran diseñador como lo es él. Y aunque, viéndolo a la distancia, habían ciertos indicios (de niño jugaba a diseñar un diario que bauticé como “El super”), yo era un rebelde que clamaba su propia individualidad. No me dediqué al diseño, y sin embargo, no puedo evitar tener un juicio estético cuando leo una revista, un diario o un libro.
Uno crece y va descubriendo algo que, analizándolo sesudamente, resulta bastante obvio: uno empieza a reconocer al padre en nosotros mismos. No mencionaré el temperamento silencioso e introspectivo que poseemos, pues creo que resulta evidente. Se me vienen a la mente otros aspectos. Ambos compartimos, por ejemplo, una gran pasión por la lectura. Una pasión que se la debo, en gran medida, a él. Sobre todo cuando me sugirió (nunca fue una imposición) leer El hombre invisible. Tendría unos doce años, aproximadamente; y lo que llamó mi atención de ese libro no fue lo anecdótico de que fuese invisible el personaje, sino el profundo drama del protagonista por ser distinto y ser rechazado por una sociedad ignorante e intolerante. Mi afición por los Comics también se la debo a él. La música siempre ha sido muy importante en mi vida, y esa tendencia melómana también tiene su origen en él, en su propia pasión por la música y por coleccionar discos. Quizás no sería tan fan de los Beatles, de Silvio Rodríguez o de Charly García sino los hubiese descubierto entre sus discos. O, incluso, de Andrés Calamaro, si él no hubiese llegado un día con unos discos de Los Rodríguez.
Hace poco hice un nuevo descubrimiento. Escribo una novela y a mi personaje, como a mí, le apasiona llevar a todas partes una libreta de notas. Quise encontrarle a mi protagonista el origen de aquella afición y terminé, sin darme cuenta, encontrando el origen de la mía. Una de las cosas que admiraba de mi padre cuando era niño, era que llevase (¡como lo hago yo ahora! –otro descubrimiento-) varios bolígrafos, de distinto tipo y color, en el bolsillo de la camisa. Pero no sólo era esto. También llevaba consigo una libreta de hojas cuadriculadas, en la que no sólo hacía anotaciones sino que, además, trazaba bocetos (envidio su caligrafía, además). Yo hago algo similar, anoto frases y boceteo cuentos. Aunque en mi caso prefiero, eso sí, las hojas totalmente blancas.
Hoy, 26 de febrero, mi padre cumple años. Y este texto, plagado de recuerdos nostálgicos, es mi manera –algo extraña para algunos- de decirle cuanto lo quiero y cuanto lo admiro. Feliz día, Carso.

1 comentario:

Deborah dijo...

Por que los recuerdos tienen que ser nostalgicos, hay que recordar las cosas con alegria; todo tiempo tiene su belleza, asi sean aburridos, acaso manana tendras nostalgia de lo que haces hoy?