miércoles, 30 de agosto de 2006

Naguib Mahfuz, in memoriam


Hoy recordé una escena que la nostalgia, por suerte, había atesorado en algún recodo de mi a veces esquiva memoria: en la cafetería de la Escuela de Post-Grado de la Universidad Federico Villarreal, Washington Delgado, frente a una humeante taza de café y con un cigarrillo entre los dedos, me confiesa (aunque yo ya se lo había leído antes) que releer un libro significa para él la dicha de reencontrarse con un buen amigo.
A mí me sucede algo similar. Cuando llego a un autor, a través de un libro, muchas veces recomendado por algún amigo, establezco con éste una singular relación que podría calificar como de amistad. Se entiende que aquel libro y, por consiguiente, aquel autor, han logrado concitar mi simpatía y hasta mi admiración. Desde ese momento empieza una especie de apasionada pesquisa por conseguir otros libros suyos. Esto me ha pasado con autores como Philip Roth y J.M. Coetzee, sólo por citar un par. Es así que germina en mí, un afecto que, cosa curiosa, llega al plano personal. Poco me falta para colocar sus fotos en los portarretratos de la sala de mi departamento.
Acontece, entonces, que cuando alguno de estos autores –a quienes conozco en vida como febril lector–, por causas de los avatares que delimitan la existencia humana, fallece, me embarga un indescriptible sentimiento de pérdida. Me pasó hace un año con Saúl Bellow (a quien conocí gracias a la recomendación de mi amigo Félix Reátegui, culpable de varios afectos literarios).
Ahora que me entero de la muerte de Naguib Mahfuz, la experiencia se repite. A Mahfuz no me lo presentó nadie. Lo conocí, o mejor dicho, lo conocimos con mi amada Ericka, por esas casualidades de la vida, en el interior de una librería. Así, con las contraportadas como únicos –y en ocasiones equivocados- mediadores, llegamos a Hijos de nuestro barrio (que Ericka se devoró en dos o tres noches), estupenda novela que le granjeó más de un problema. Su salud estuvo resquebrajada a partir del intento de asesinato del que fue víctima en 1994, cuando un extremista religioso le asestó varias puñaladas en el cuello y en el dorso, por sus supuestas “blasfemias”. Finalmente falleció hoy, tras permanecer internado desde hace algún tiempo, en un hospital egipcio a los 94 años.
(CARLOS M. SOTOMAYOR)

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