sábado, 27 de setiembre de 2008

FITO PAEZ pronto en Lima


Adolescente febril, chiquilín desorientado, como dice Charly en una canción. Así transcurría mi existencia en aquellos años de fines de los ochenta, pegado casi eternamente a un wallkman y transitando a diario las calles que separaban mi casa de la de Ricardo, uno de mis mejores amigos. Había descubierto -hurgando en la amplia discoteca de mi melómano padre- unas cintas del argentino Juan Carlos Baglietto. Entre los temas que solía escuhar con fruición, había uno que lograba sobrecogerme cada vez que me sumergía en su cadencia rítmica y en lo desgarrador de su letra. Se trataba de “Sobre la cuerda floja”, una canción que exudaba soledad, desamparo y una explícita tendencia suicida. “Una noche en un bar de esos tantos/ se bebió hasta el ultimo rincón/ decidió que su piel era carne/ y su alma tan solo un motor/ y se gastó de golpe una copa/ y se hastió del pan y la pensión/ quizás la muerte sea mejor”.
Poco tiempo después reparé en que la composición de esa y otras canciones eran de un pelilargo y larguirucho tecladista llamado Fito Paez. No tardé mucho en encontrar un disco suyo -uno de vinilo, recuerdo, sustraido también de la dicoteca paterna-. Recuerdo temas como “La rumba del piano”, “Cable a tierra”, “Taquicardia” y muchos más. Me voló la cabeza. Tenía mucho de Charly -tocó con él en una de sus bandas (ya de solista, claro)- y también algo de Spinetta. Pero era algo distinto. Una voz propia, un canto fresco, lleno de melancolía y de rebeldía, una combinación que en mí se tornaba explosiva. Mientras iba consiguiendo su discografía anterior, pasó un tiempo y apareció Tercer mundo, en 1990. Y luego vino El amor después del amor y la fiebre se hizo incontenible. Y aprendí a tocar el piano para cantar aquellas canciones suyas que con la guitarra no me sonaban tan igual. Y empecé a seguirle la pista, pendiente de cada movimiento, de cada nuevo disco. Así, hasta hoy, que anuncia un concierto para presentarnos oficialmente Rodolfo, un disco intimista que nos muestra al músico en esencia. Fito solo, acompañado de su piano, “hermano de soledad.... cuerpito blanco y nego... Mi piano sabe de mí, de cigarrillos que queman, de cables, putas y dios, y de esta gente que espera”. Así lo veremos en el escenario, seguramente a oscuras y con una luz iluminándolos a los dos, a él y a su piano: Una vuelta de tuerca, un regreso al orígen. “Tus cuatro patas piden fiesta y hay que dársela”. Y que empiecen los primeros acordes.


*Portada del primer disco de Paez: Del 63.

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