martes, 11 de mayo de 2010

Entrevista a ALONSO CUETO

Escritor Alonso Cueto en el Urban Café (Foto: CMS)

Luego de la celebrada El susurro de la mujer ballena, Alonso Cueto reaparece con La venganza del silencio (Planeta, 2010), una novela en la que su autor se vale de los elementos del policial para sumergirnos en una lograda exploración de las sinuosidades y oscuridades de la condición humana. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

Si bien la novela tiene elementos del policial es también la radiografía del universo familiar…
El tema del policial me interesa especialmente como pretexto para una exploración en la conducta de los personajes. La presencia de la muerte, del crimen, de la violencia y también del amor, es decir, la presencia de lo inesperado, estimula conductas que responden a una identidad secreta. Nosotros somos quienes somos a la largo del día, pero en las situaciones excepcionales nos revelamos como somos de verdad. En ese sentido, no me interesaba tanto descubrir quién era el asesino, sino que la presencia del crimen sea un estímulo para que las personas se revelen como son de verdad. Y yo creo que la narrativa es eso: explorar cuáles son los límites de nuestra experiencia, de nuestra conducta, de nuestros hechos. Ver hasta dónde podemos llegar frente a la muerte, frente al amor y frente a lo inesperado. En ese contexto, el tema de la familia es un tema que siempre me ha fascinado. Las familias creo que son instituciones definidas por sus pactos de afectos, que son como destinos, ¿no? Uno puede dejar de ser esposo o amigo, pero no hijo, padre o hermano. Y en ese sentido, las familias forman algo así como religiones. En cierto sentido gran parte de la literatura universal es la historia de una familia, desde los clásicos griegos hasta Faulkner, digamos. Lo que me interesa de ese mundo familiar es cómo siempre hay heridas secretas, ocultas en la historia de la familia. Y que hay que mantener ocultas para que la familia siga funcionando. Hay, entonces, unos guardianes de estos secretos, que los preservan y que los mantienen ocultos. Y me interesaba que un personaje dentro de una familia perturbara ese orden y quisiera abrir esa caja de Pandora que todas las familias encierran.

De alguna manera la orfandad temprana del protagonista le permite tener una mirada particular de los acontecimientos terribles que va descubriendo…
Claro, exactamente. La orfandad de Antonio lo hace un exiliado, en cierto modo, lo que le da una distancia suficiente para ser un observador. No es un miembro de la familia normal, sino que sus lazos directos se han cortado y está en una situación de soledad. Es un solitario. Con lo cual abusa de su poder de observación. Al mismo tiempo tiene una cierta intimidad con el chofer, con Venus, que también le da una perspectiva distinta al resto. Entonces, él se convierte en el motor de esta búsqueda de la verdad que hay detrás de las apariencias. El es un escritor y quiere saber quién ha matado al tío. Pero quiere saber también en el fondo cuál es la verdad detrás de todo lo que sabe, que ya es bastante. Y en cierto sentido creo que la función del narrador y la función del escritor son parecidas, porque los dos no se contentan con las apariencias de lo que ven, sino que buscan detrás de esas apariencias algo diferente.

Uno de los aciertos de la novela es la lograda descripción psicológica de los personajes. Por ejemplo, el de la tía Adriana, la matriarca de la familia…
Sí, la tía es un personaje que quise componer como una suma de contradicciones y contrastes. Y ese es un tema de la novela: nadie es nunca quien parece. Detrás de su apariencia de lideresa, de persona moralmente intachable, hay una serie de otras identidades que están allí y que son, quizás, más fuertes que esa. Y que aparecen tarde o temprano. Y creo que los personajes que me interesan a mí son especialmente esos personajes que son un paquete de secretos, de contradicciones y de contrastes. Yo creo que la literatura nunca da respuestas sobre quién es tal o cual personaje, sino que siembra nuevas dudas sobre quiénes son los personajes y quiénes somos nosotros.

Una de las escenas más intensas es, para mí, aquel diálogo de confrontación que tiene Antonio con su primo Claudio. Me parece que allí surge una revelación: la verdadera personalidad  de Antonio que, como dices, surge en momentos críticos. Y que luego, hacia el final de la novela, la tía se lo hace notar cuando le dice: “Te pareces a mí… tienes fibra de acero”.
Sí, porque el narrador parece un personaje blando y pasivo. Y allí, en cierto modo, hay una respuesta, una reacción, un intento por aparecer. Es algo que no había pensado, pero te agradezco que me lo digas porque ahora me doy cuenta de que es así. Es una respuesta a su pasividad. Y efectivamente uno ve eso mucho en la vida, que las personas más pasivas y silenciosas pueden ser a veces las más decididas e incluso, a veces, las más violentas. Mientras los más encopetados pueden ser los más vulnerables. En esa escena que tú mencionas me interesaba especialmente el juego de los diálogos. Es un tema en el que yo he trabajado mucho: hacer una representación dramática de dos personalidades. Y ese es un sistema para el cual me ha ayudado mucho la lectura de Henry James. El tenía lo que se llama “método escénico”. Es decir, lograr que sus personajes puedan interactuar a través de diálogos cruzados. Y revelando sus identidades en el cruce de los diálogos. Siempre me ha interesado mucho definir a los personajes por lo que dicen. Pero también por lo que ocultan.

Algo que es constante en varias de tus novelas y que está presente en esta novela es la idea del padre ausente…
Sí, eso siempre está presente. Yo creo que uno escribe de aquello que no sabía que le preocupaba. Y evidentemente me doy cuenta de que en otras novelas y en ésta siempre hay un personaje masculino distinto que de alguna manera desaparece o muere. Y eso crea una reacción y unas consecuencias en el narrador. Entonces, seguramente estoy poniendo en juego, creo yo, mi nostalgia por la muerte de mi padre que ocurrió cuando tenía 14 años, tema del que ya hemos hablado antes. Sin que signifique, claro, que alguno de estos personajes represente a mi padre. Pero sí está el tema de la pérdida. Y en cierto sentido creo que si yo me dediqué a la literatura mucho tuvo que ver esa muerte. Porque creo que la novela es una de las pocas ocasiones que tenemos los seres humanos de recuperar lo perdido, de afirmarlo en un lenguaje que aspira a ser eterno o tener una cierta permanencia. Y que es un instrumento contra el paso del tiempo, contra la muerte y contra la sensación de lo efímero que es algo que siempre nos persigue.

La novela surge, según has mencionado con anterioridad, de un paseo que hiciste por el Olivar en el que viste a una familia aristocrática. ¿Cómo fue el proceso de escritura? 
Esa es la ventaja de vivir en el Perú, la cantidad de injusticias, de desigualdades, de abusos, de conflictos. Cuando uno vive aquí es una permanente escuela. La literatura vive de los conflictos, de las peleas. Entonces, a lo largo de los años uno está educado en esta experiencia cerca de conflictos sociales, culturales, étnicos, de clase. Y me interesaba situar la historia en una casa de una familia aristocrática. La novela inicialmente iba a llamarse Crímenes en la familia, porque generalmente ninguna familia acepta que hay crímenes en su interior. Y es perturbador que los haya. Por eso, en cierto sentido es un intento por introducir la novela de detectives y la novela policial al interior del mundo familiar. Meter a los criminales en una mesa de domingo mientras almuerzan.

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