martes, 6 de noviembre de 2007

LA CORNISA

VIDAS ESCRITAS
Por MANUEL ERÁUSQUIN



Renán ejercía con rigor el derecho a la reserva, los pormenores de su vida personal se mostraban como territorios infranqueables: los torpes e imprudentes terminaban estrellándose con su irascible mirada. Si alguien no comprendía el mensaje e insistía en incomodarlo, él disponía de afiladas palabras, concebidas para neutralizar el ímpetu de la insolencia. Las consecuencias para los impertinentes eran casi siempre avasallantes: la idea era que no sobreviviera la osadía de la estupidez.

El registro de algunas desavenencias con ciertos compañeros fue el pretexto para que le crearan la injusta fama de personaje hostil. Una categoría que más bien merecían aquellos que lo asediaban y se preocupaban por la vida ajena. Renán era un tipo afable e introspectivo, con un temperamento sanguíneo pero noble. Mi amistad con él nunca tuvo colisiones, quizás porque ambos éramos parecidos, o hasta iguales en ciertos aspectos. Compartíamos la misma idea de no perder el diálogo con la prudencia.

En el cumpleaños de una amiga, Renán apareció con Ariadna, una bella muchacha argentina de mirada celeste. Su rostro poseía el atractivo de una dulzura profunda, como heredada de un amor genuino. Sus cabellos, rubios hasta la cintura, terminaban por darle un aura casi seráfica. “Es la encarnación de un alma antigua –me decía él–, sostenida de una sabiduría vital”. Y la verdad que yo lo creí, porque la vi y sobre todo la escuché.

El vivía con el espíritu inquieto por conquistarla. Ella daba señales para la esperanza. Pero durante la velada, que transcurría en el jardín de la casa, Koki, un personaje cercano a nosotros, no respetó la amistad y quebrantó los códigos de la lealtad. Se acercó sigiloso, zigzagueante, igual que los reptiles, y aprovechó que Renán fue en busca de un vodka para ella. Se presentó, elogió sus ojos. Luego se paró a su costado y empezó a hablarle al oído, dejando ver una mueca cínica en su cara, como lo hacen todos los indeseables.

Cuando Renán retornó, detecté la furia en su mirada, la plena disposición de masacrar al sujeto por traidor. Sin embargo, por el rabillo del ojo, ella lo advirtió con el vaso de vodka. Se lo pidió y le extendió el trago a Koki, diciéndole: “Che, tomate esto y no me jodás más”. El infeliz dejó ver nuevamente su mueca cínica y partió en silencio para ser devorado por el olvido. Esa noche, un ángel demostró tener esquina.

Ya han pasado doce años de aquel episodio y he vuelto a saber de Renán: es padre de dos criaturas: un niño de siete y una niña de dos. Su primogénito, que también lleva su nombre, este verano entrará en las inferiores de Boca Juniors: sueña con ser como Messi, pues de Pizarro no sabe nada. Tampoco quiere saber. Por ahora juega de defensa en el equipo de su colegio. La esposa de mi buen amigo es el mismo ángel de aquella noche: Ariadna, la fuente de una dicha que nunca estuvo en peligro. Al parecer, hay destinos que están escritos.

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