sábado, 22 de octubre de 2005

Entrevista a Enrique Prochazka

Diálogo completo con Enrique Prochazka.
La versión editada apareció en Correo.


Obsesionado con edificar una gran obra literaria, Enrique Prochazka acaba de publicar Cuarenta sílabas, catorce palabras

El arte de construir

Enrique Prochazka busca, con cada libro, edificar una pirámide. Cuarenta sílabas, catorce palabras (Editorial Lluvia, 2005) es un ladrillo más en ese intento literario.

Carlos M. Sotomayor

Correo: En algunos autores cada aventura literaria marca la búsqueda de la gran obra, en otros, como parece ser tu caso, cada libro es una pieza importante dentro de un todo...
Enrique Prochazka: No veo que las dos cosas sean contradictorias. Yo he procedido a construir una pirámide al revés. Lo primero que empecé a escribir fue la cúspide de esa pirámide: un libro que empecé a escribir cuando tenía catorce años. Y todavía la escribía cuando estaba a mitad de facultad. Realmente me cansé de esto, que era infinito y enorme, y entonces empecé a escribí una historia sobre por qué no podía escribir aquella otra. Una especie de metalibro. Entonces he estado yendo como hacia la base de esa pirámide. Finalmente eso también ha quedado en suspenso y lo que he hecho es construir los ladrillos que arman la base.

C: En tus relatos se percibe una honda preocupación por la construcción de las estructuras...
EP: No sé cuál es la razón, pero te puedo decir que me tomo muchísimo tiempo en producir una estructura. Por ejemplo, ahora se me a ocurrido trabajar primero en Power Point, y no en Word, porque me permite trabajar más la estructura. Y luego, cuando tengo ya un armazón, me dedico a trabajar los textos. Tampoco es que la estructura me lleva tan de la mano que me haga olvidar crear un lenguaje hermoso. Yo quiero escribir cosas que yo mismo al leerlas las disfrute.

C: En tus relatos se aprecia eso...
EP: Ese disfrute va en dos sentidos. Mínimamente en dos. El texto bello y la estructura inteligente, armoniosa, simétrica. A veces he leído cuentos que no tienen más de 500 palabras de repertorio léxico. Y creo que esa es una ofensa al lector. Porque si a uno lo están poniendo a la luz pública, tiene cierta responsabilidad de hacer bien lo que hace público.

C: Tu primer libro, Un único desierto, recibió muchos elogios; sin embargo, algunos apuntaron una marcada impronta Borgeana...
EP: Cuando escribí el libro hacía diez años que no escribía como Borges. Escribía como él cuando tenía 22 años. Y yo publiqué ese libro a las 36. A mi me fascinaba Borges por eso que se encuentra en Alfonso Reyes, en Ortega y Gaset: un lenguaje cuidadosísimo. Pero también, una capacidad para estructurar que no abunda. Y que es sumamente clásica: la encuentras en Homero, en Melville. Y si puse esas dos cosas, más un mundo de anécdotas extraídas de bibliotecas, terminé asemejándome a Borges, no porque me copiara de él, sino porque me copiaba de aquellos de los que él se había copiado. Creo que nadie me ha creído (risas). La aparición de Casa los ha sorprendido.

C: En la novela Casa se trasluce una reflexión sobre la condición humana...
EP: Yo creo que es un viaje por las convicciones, por las certezas que uno tiene. Yo empecé a escribir ese libro desde una perspectiva, si quieres, intercultural. Tenía 30 años. Y algunos de los párrafos que escribí más temprano tienen todavía ese ánimo por lo tolerante, por el relativismo cultural y el analizar un hecho desde diversas perspectivas culturales. Hacia el final de mi aventura como escritor de ese relato, estaba convencido precisamente de lo contrario. He tenido que voltear algunas de las versiones para que se pudiera parecer a lo que este narrador está diciendo. Y en realidad, eso es lo que le pasa al protagonista en la novela: se trastorna y deja de ser ese alguien que era intercultural y acaba convenciéndose de que es occidental; y que más le vale serlo. Y es una norma de conducta que, en buena cuenta, le permite salvar a su hija.

C: En Cuarenta sílabas, catorce palabras abordas nuevamente un género poco transitado en nuestra literatura: la ciencia ficción.
EP: Quizás porque uno termina inclinándose a aquello que le abrió las puertas a la literatura de joven. Yo empecé leyendo a los 9 o 10 años relatos de aventuras como todos, pero luego eché mano a autores como Arthur Clarke, Asimov. Fue mudarse a un universo diferente. Y nunca lo dejé. Esa historia enorme que te mencioné estaba escribiendo entre los 13 y 22 años era exclusivamente de ciencia ficción: una epopeya de 36 mil años de duración. Y que me estaba tomando casi tanto escribirla, entonces la dejé (risas).

C: ¿Cómo ves nuestra literatura última?
EP: Paso sumergido en internet, en Google, bastantes horas; en parte, porque es mi trabajo. Tengo que estar enterado de muchas cosas. Y prácticamente no tengo tiempo para leer. Mis costumbres de lector han degenerado en una especie de zapeo infinito. De esa manera no puedes construirte una imagen casi de nada. Entonces, si tuviera que comentarte de lo que está haciendo Galarza, Planas o Thays, no sabría qué decirte. Leo las críticas, sí, trato de mantenerme al tanto de cómo se pelean entre sí. (risas)

C: ¿Nada para rescatar?
EP: Salvo Thays, que me parece interesante porque visita los temas que yo también he visitado. Leí La disciplina de la vanidad y digo lo que dices tú de Casa, que es buena pero que cojea al final. Sigo creyendo que las obras de Vargas Llosa siguen siendo demasiado grandes, incluso para Bryce. Bryce no hace otra cosa que calcar a Bryce. Yo dejé de leerlo porque descubrí en tres o cuatro novelas la misma escena. La escena en la que unos muchachos se empujan al agua con las toallas, de manera que cuando las escurran se marquen los músculos de sus antebrazos. Ahora, pueden decir que yo tengo laberintos en cada cosa que escribo, pero esa es una tradición que tiene cinco mil años (risas).

sábado, 15 de octubre de 2005

Entrevista a Javier Arévalo

Versión completa de la entrevista publicada en Correo.

Javier Arévalo traspone los géneros con una novela para adolescentes que transita entre lo político y lo policial

El arte de la libertad

A Javier Arévalo la delimitación de géneros –o de público- le es indiferente: él escribe, como bien dice, porque le da la gana. Acaba de publicar El cazaba halcones (Norma, 2005), una novela para adolescentes de corte político-policial, con la que demuestra su amplitud de registro.

Carlos M. Sotomayor

Correo: ¿Pensaste en un tipo determinado de público para escribir El cazaba halcones?
Javier Arévalo: En principio no estaba pensada para ningún público, salvo para contarle a mi hijo una historia. En 1998 hubo una primera marcha de los estudiantes contra Fujimori cuando defenestraron al Tribunal Constitucional. Ese día me tocó dar una charla en la Universidad San Martín y los estudiantes me preguntaron: “Y usted qué va a hacer”. Fui a la marcha y acabé en primera fila peleando contra la policía. Mi ex mujer y mi hijo me vieron por la televisión. Ella entonces me dijo: “Ven explícale por qué, si no nosotros le hemos enseñado que hay que respetar a la policía, tú te agarras a patadas con ellos”. Entonces quise contar esa historia, de cómo el periodista más inofensivo de una sociedad acaba siendo secuestrado por un sistema corrupto. Ese fue el origen.

C: Si bien es una novela dirigida a un lector adolescente hay en ella una atmósfera política...
JA: Es una novela política y es una novela policial, también. Utiliza todos los elementos que siempre he utilizado. Lo que si se diferencia mucho es en el uso del lenguaje, de las estructuras. Aún cuando tiene sus complejidades es más bien lineal. Hay raccontos y flash back, un relato dentro de otro relato que supone un nivel de ficción que podría ser falso. No tiene la densidad estructural de Nocturno de ron y gatos ni la densidad de personajes de El beso de la flama. Es otro registro.

C: En cuanto a la estructura, si bien cada capítulo termina con un pequeño desenlace, queda siempre una interrogante a dilucidar...
JA: Yo siempre he utilizado los géneros populares que he aprendido de la tele. Y eso tiene esta novela. A mi me gustan las historias que terminan, pero que no terminan en realidad, sino que se conectan. De hecho esta novela también termina con un eslabón, hay una historia de un niño que viene de la novela anterior, Vértigo sobre la luna llena. Todas mis novelas se conectan.

C: Se trata de la historia de este muchacho Edián...
JA: Edián es un delincuente, un criminal, un vendedor de drogas y por alguna razón se empata con este chico (el protagonista de la novela). El lo dice en un momento: “este chico ama a su padre y haría cualquier cosa por él; y él quiere estar a su lado

C: Quizás a él le habría gustado tener un padre así.
JA: Sí, a lo mejor. Es un personaje vivo. Yo no puedo saber exactamente cuáles son sus sentimientos, pero sí sé que todos quisiéramos que nuestro padre fuese un héroe.

C: Con El beso de la flama consigues la internacionalización, pues se publica en España.
JA: Fue bueno salir a España y ser escritor allá, y seguir siendo medio escritor en este país. Sobre esa novela han escrito más en España que acá. La publicación es un acto comercial, la escritura es un trabajo en la fuente, y eso es impagable. Para mí ese es el trabajo fundamental. Yo escribo porque me da la gana, no espero ni reclamo nada por hacer eso. Si me publican aquí, en la China, en Tailandia o en EEUU, bacán. Que me publicaran en España, estaba previsto. Un día me van a publicar en todas partes, yo lo sé. Pero no espero que ocurra, yo sé que va a ocurrir.

C: Como una consecuencia...
JA: Claro, como una consecuencia al trabajo. Hay que trabajar también para eso. Pero yo he recibido recompensas por todos los libros que he publicado. Un día entrevisté a Bryce, por ejemplo, y él me dice: “¿Tú eres el que escribió Nocturno de ron y gatos? Yo he leído ese libro y me ha encantado, y se lo he dicho a muchos amigos”. Luego me pregunto si tenía agente literario. Le dije que no y me dijo “cómo has podido publicar tantos libros sin agente. Te voy a contactar con uno”. A las dos semanas me contactó y ese agente tiene ahora todos mis libros. Ahora, eso no significa que ya esa gente se ocupe de mi. Significa que un lector competente como Bryce hizo un reconocimiento sobre una obra mía. Y eso es halagador.

C: Acá como que no valoran a los escritores si no logran salir afuera...
JA: Claro, eso es obvio. Pasa acá, en Bolivia, en toda América, y es una mentalidad colonial. Pero les pasa a los neoyorquinos; es más importante si estrenan en Londres que en Nueva York. Aquí vives con un mar de ignorantes absolutos a quienes tienes que vender con grandes campañas que el pisco es peruano y que es un producto de exportación.

C: ¿Crees que en algún momento nuestro mercado lector pueda crecer?
JA: Mientras en las editoriales no haya gente que quiera hacer dinero con los libros, eso no va a ocurrir. Los lectores están. Sólo hay que buscarlos, seducirlos, involucrarlos, y hay muchas formas de hacerlo. Mira lo que ha pasado con Norma: ellos entran al mercado y estalla una forma de comercialización que antes no había. Los mercados no es que existan, se crean. Y para eso tiene que ver gente talentosa.

C: ¿Sigues de cerca las nuevas tendencias de nuestra la literatura actual?
JA: Cuando era periodista estaba muy al día de lo que ocurría porque trabajaba en eso. Y yo buscaba descubrir cosas, siempre; pero ahora ya no soy periodista. Entonces, la realidad que me interesa es la realidad que yo me invento. Seguir las tendencias ya no es mi trabajo. Estoy absolutamente desinformado. Ahora leo por el placer de leer. Estoy leyendo, por ejemplo, un texto de Foucault, y me encanta.

C: ¿Seguiste la polémica que se desató?
JA: Sí, el chisme si me gusta, y esa polémica se movió en base al chisme. Lo que sí he rescatado de la discusión son algunas cosas que se quedaron en el tapete. En términos ideológicos hay gente que tiene que hablar claro. Acá hubo una guerra y una dictadura. Quienes apoyaron la guerra tienen que decir: apoyamos y nos equivocamos. Yo no soy un delator si denuncio a alguien que apoyó la guerra, pongo en evidencia a alguien que lo hizo. Y eso es lo que hizo Fernando (Ampuero). Yo admiro como escritor a Miguel Gutiérrez y no creo que el comportamiento de alguien y su ideología elimine la calidad de su obra. Lo que sí creo es que si su participación ha sido peligroso, puede seguir siendo peligrosa si no pone en claro su posición.

C: ¿Cómo concibes la escritura?
JA: A mi escribir no me causa dolor, me causa muchísimo placer. He viajado por el mundo porque soy escritor, me han aplaudido porque soy escritor, me han insultado porque soy escritor. Me ha pasado de todo por ser escritor. Y eso es básicamente lo que soy: escritor. La única diferencia entre alguien que escribe y alguien que escribe también, es que uno de ellos publica. Yo he tenido la suerte de ser publicado y espero seguir teniendo la suerte de ser publicado.