domingo, 26 de junio de 2005

Cajon de sastre

Ausencia de crítica

La ausencia de espacios propicios para la crítica literaria es preocupante, sin duda alguna, para aquellos que encontramos en los libros el universo mágico que nos hace tolerable la existencia (o si más que filosóficos queremos ser tangenciales, aquello que nos hace olvidarnos por un momento los disparates permanentes de nuestra clase política: Waisman, Toledo, Pacheco, y siguen nombres).
Por ello me sumo al sentir de Alonso Cueto (sustentada en su columna de Perú21) –aunque, claro, nos metió a nosotros (Correo) en el saco de los medios –que son varios, la mayoría, en realidad- que no tienen un espacio de crítica literaria. Peru21, incluso, no lo tiene, salvo por una estafeta y por algún comentario sobre una publicación que se filtra en una de sus varias columnas de opinión cultural (Alegría, por ejemplo).
Es lamentable que El dominical, salvo cuando lo hace Niño de Guzmán, con su entrañable prosa, no tenga una sección fija para los comentarios profundos –y extensos- de los libros que se publican. De Domingo, de La República, han extirpado al lúcido Agreda (aunque por suerte lo tenemos todos los sábados en la página cultural de Fama). Iván Thays tiene un buen espacio en Caretas, el problema es que quienes disfrutamos de sus juicios nunca sabemos cuando va a aparecer algún comentario suyo en aquel importante semanario de actualidad.
¿Y el fomento a la lectura? Esta demostrado que a algunos empresarios periodísticos e, incluso, directores o editores, no sólo no les importa eso, sino que son tan limitados que no advierte, como lo apunta lúcidamente Cueto, que a más lectores, no sólo se venderán más libros, sino más periódicos. ¿Será una utopía pensar en encontrar en un café a más de una persona leyendo diarios, libros o revistas?

Polémica dicotómica

La polémica, o mejor dicho, la discusión, no sólo puede ser provechosa –o hasta iluminadora, según las conclusiones que puedan sacarse– sino también estimulante. Que mayor placer para un amante de los libros que discutir, en medio del cálido aroma desplegado por una taza de café caliente, sobre literatura. Incluso, hasta aquellas manidas perogrulladas de “literatura pura” versus “literatura social”; “Literatura andina” versus “literatura criolla”. O, incluso, el escritor frente al crítico. Mas cuando el debate traspone los umbrales de la razón, todo carece de sentido. Los golpes de puño y los insultos personales de bajo nivel son sencillamente señal de barbarie. Además de demostrar total carencia de argumentos.

La casa de Szyszlo

Hace poco visité la casa de nuestro pintor Fernando deSzyszlo. Toda una obra de arte en sí misma. Pensada, sin duda, para él. Su casa forma parte, en realidad de su obra, una suerte de albergue de su universo personal y creativo y, al mismo tiempo, una pieza más. Por momentos, me hizo pensar en aquella novela de Prochazka: Casa (Lluvia editores).

jueves, 9 de junio de 2005

Efecto Bryce

Si bien, mi trabajo de periodista me permite acceder sin mucha dificultad a los escritores que suelo leer y admirar, no pude evitar el día miércoles último volver a ser el adolescente fébril que va en busca del autógrafo de un autor. Bryce generó aquello, y me hizo revivir cierta sensaciones de las épocas en que empecé a leerlo con devoción (Un mundo para Juluis, claro, pero sobre todo Tantas veces Pedro, La vida exagerada de Martín de Romaña e, incluso, Reo de nocturnidad). Claro, es cierto que ya tengo libros autografiados suyos y que, incluso, le he entrevistado en casa de su esposa actual. Pero igual, cogí mi ejemplar de Permiso para sentir, hice mi cola en la librería El Virrey y le pedí su rúbrica nuevamente. Cosa curiosa, a pesar de que ya me conoce (dialogamos sobre la salud de un gran amigo común) no pude evitar sentir ese temblor de rodillas propio de la timidez que me suele acompañar, sobre todo cuando voy a conocer a un autor que respeto.

Mesa de Noche

UNO

Acabo de terminar de leer Casa de Enrique Prochazka. Se trata de un autor nada epigonal, sobre todo en relación a los cánones tradicionales de nuestra literatura. Con su primer libro de cuentos Un único desierto (una bien cuidada y prolija edición), Prochazca demostraría su insularidad. Cuentos de corte fantástico, de impornta borgeana, si se quiere. Si bien hubo algunos cuentos demasiado densos, muchos de ellos me parecieron notables. Por ello mi gran interés en leer este segundo libro (aparecido varios años después del primero). Se trata de una novela (editada por Lluvia en una algo modesta edición) bien concebida, de la que disfruté aquella propención del autor a la reflexión racional pero lindando con la metafísica. Es el final, sin embargo, el que no me llegó a convencer del todo.

DOS

Estoy leyendo, y disfutando al punto de llegar incluso a la carcajada, el libro de antimemorias de Alfredo Bryce, Permiso para sentir (publicado recientemente por Peisa). Bryce es un maestro a la hora de relatar, con aquel tino particular suyo de amigo entrañable que te cuenta su vida, situaciones que de tan disparatadas parecen irreales. Hay humor, ternura, pero también ironía e, incluso, rabia (cuando se refiere, por ejemplo, a nuestra clase política).