viernes, 24 de abril de 2009

BALLARD in memoriam



Hace ya varios días falleció el escritor inglés J.G. Ballard. No se trata de un autor al que haya seguido con mucha atención –apenas he leído un par de sus libros–. Recuerdo, sin embargo, que quien me recomendó leerlo fue José B. Adolph, durante una amena conversación en su departamento miraflorino, como era costumbre en él. Charlamos sobre algunos autores de ciencia ficción que prefería (salvo por Fundación, Asimov no le convencía como novelista). Y allí surgió el nombre de J.G. Ballard. “Te va a gustar –me dijo él, conocedor de mis predilecciones literarias–, Ballard trabaja muy bien la psicología de los personajes”. Esa misma noche telefoneé a mi padre –apasionado lector de ciencia ficción– a preguntarle si tenía algún título de Ballard. Y al día siguiente ya tenía La sequía y Playa terminal sobre mi mesa de noche.

*Fotografia de Ballard tomada de www.guardian.co.uk
**Fotografía del estudio de Ballard (tomado de internet). Tengo una fascinación por los espacios creativos de los escritores. ¿Alquien recuerda esa sección de la revista Qué leer: El rincón del escritor? Hace varios años le escribí un mail de protesta al director cuando la levantaron.

martes, 7 de abril de 2009

Entrevista a SANTIAGO RONCAGLIOLO


En la nueva novela de Santiago Roncagliolo, Memorias de una dama (Alfaguara, 2009), el narrador podría ser una especie de alter ego suyo. Y, sin embargo, también aparece un personaje homónimo que resulta siendo un exitoso escritor paraguayo que ha escrito un thriller político. La realidad y la ficción terminan entremezclándose en esta nueva entrega literaria.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía: Correo

Memorias de una dama la empezaste a escribir, según tengo entendido, antes de Abril rojo. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Empecé a escribir una especie de memoria del fracaso literario durante mis primeros años en Madrid. Era divertida pero le faltaba peso. Después, durante mis viajes a Cuba, EE.UU. y Francia, descubrí la delirante historia del Caribe entre la Primera Guerra Mundial y la Revolución cubana, que era un escenario fastuoso para una novela. Y de ahí fue surgiendo la figura de Diana Minetti, una mujer rica pero sola, criada para reinar en un mundo que se derrumba. El trabajo más duro fue hilar todas esas historias para componer una mezcla de comedia picaresca, melodrama de época y película de la mafia.

La novela presenta algunos guiños autobiográficos.
Sí. Hay un personaje que se parece a mí y otro que se llama como yo. Y se odian, por cierto. El fracasado envidia al exitoso y el exitoso desprecia al fracasado. Pero hay mucha más gente así, no sólo yo.

Hace algunos años, en otra entrevista, comentábamos que es recurrente en tus libros la presencia de personajes perdedores. Ésta no es la excepción. ¿A qué se debe?
La sociedad nos obliga a mostrarnos exitosos todo el tiempo, a ostentar el dinero, exagerar nuestros meritos y lucir nuestros triunfos. No tenemos muchas oportunidades de mostrar nuestra cara perdedora. Por eso, los perdedores nos parecen más reales: porque representan un lado de nosotros que ocultamos a los demás.

El narrador describe su encuentro con Vargas Llosa como un momento bastante anhelado. ¿Qué recuerdas de tu primer encuentro con él? ¿Fue similar?
Toda la novela es similar a diversas cosas reales. Pero la escena con Vargas Llosa me gustaba porque mi narrador se cree brillante y profundo, pero a su ídolo literario apenas le parece entretenido. Era una de las cumbres de la humillación que él podía alcanzar.

Además de la trama principal, hay en la novela una mirada sobre las vicisitudes de un latinoamericano en Europa...
... y de un europeo en América Latina: el mafioso Giorgio Minetti. Tanto él como el narrador parecen canallas cínicos, pero sólo están tratando de sobrevivir en un entorno hostil. Esta es también una novela sobre emigrantes tratando de salir a flote mientras sus sueños naufragan.

Hace poco señalaste en una entrevista que hace cuarenta años se podían publicar novelas como Rayuela o Cien años de soledad, y que ahora nos habíamos vuelto devoradores de realidad. ¿A qué te referías?
Creo que en los años sesenta, la gente quería creer. Querían creer en un mundo mejor, en mujeres que salían volando de los patios, en un universo de cortar y pegar. Las novelas eran mentiras ilimitadas. En cambio hoy en día no le creemos ni al periódico. Se cayó el Muro de Berlín y luego se cayó Wall Street. Los políticos mienten, los directores financieros también. Hoy en día, para hacer convincente una buena mentira, hace falta inyectarle cantidades industriales de verdad.

*Entrevista publicada en Correo.