lunes, 31 de marzo de 2008

Entrevista a CARLOS EDUARDO ZAVALETA


Una historia de amor y de muerte, enmarcada en una Lima que ya no existe. Bajo esas coordenadas se traza Huérfano de mujer (Alfaguara, 2008), la nueva novela de Carlos Eduardo Zavaleta, un autor que a sus 80 años mantiene su vigencia.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de PÁVEL UGAZ

El tema de la muerte está muy presente en toda la novela. Incluso, Rosa, una de las protagonistas, llega a decir que hay una especie de persecución...
Sí, claro, primero la madrina, después la madre y finalmente ella. Pero no te olvides que ese gran tema de la muerte se da en forma muy sutil, paulatina, y va creciendo. Digamos, de modo invisible primero y muy notorio después.

...Porque primero aparece el tema amoroso.
Claro, el primer tema, en el cual uno entra en intimidad con el lector, es el tema amoroso. Es el tema de un amor que no existía ayer, que empieza hoy. Y que se parece, simbólicamente, al florecimiento de todos los días. Primero hay un amanecer prometedor, luego una mañana quizás plena y luego viene un doble declive: la tarde mortecina o rojiza, como hay en Miraflores, y luego la muerte, el tajo final, digamos.

Como en todas sus novelas, en ésta tiene un papel fundamental el escenario: es decir, Lima.
En efecto, el escenario es muy importante en mis obras. En este caso es Lima. El protagonista es provinciano, pero es un necesitado de Lima; él necesita Lima para su propia evolución personal, vital y económica. Y, por otro lado, ella es una gran entusiasta de su ciudad. Por ello, hablan continuamente de la ciudad. Pero ya no es la Lima a la cual se rendía homenaje sino una Lima cambiante.

¿Se puede decir que hay una muerte simbólica de Lima?
Yo diría enfermedad, una decadencia de Lima. Tú sabes que las ciudades nunca mueren totalmente sino que se transforman. Entonces, Lima se transforma en algo nuevo que es lo que estamos viendo ahora.

Hay una escena que grafica la decadencia de la ciudad, y es en la que el protagonista y su apoderado están en un auto en pleno congestionamiento...
Claro, y hay un ataque simbólico de las dos Limas. Y sobre todo de la agresividad con la que los nuevos habitantes de Lima tratan a los otros. Es un conflicto simbólico que dura solamente un capítulo, pero que es muy importante.

¿Fue difícil escribir esta novela, a nivel personal?
Muy difícil, pero absolutamente necesario. Yo tenía que escribir esto lo más pronto posible, para librarme yo también del embrujo de la muerte, del vacío, de la pérdida. Salir de eso es como salir del abismo. Pero uno nunca sale del todo, quedan rezagos.

*Entrevista publicada en Correo el lunes 31/03/08.

QUIPU 2: "El jardín de los onanistas" de Alvaro Díaz Dávila


El segundo autor elegido en esta nueva etapa del Proyecto Quipu es Álvaro Díaz Ávila, chiclayano de veinticuatro años, que estudió periodismo y que ahora dice dedicarse a algo “que no tiene nada que ver con eso”. Para esta quincena los jurados fueron Daniel Salas y Gustavo Faverón. Se le recuerda a quienes quieran participar que pueden enviar sus cuentos o poemas al correo gfaveron@gmail.com. Los cuentos no seleccionados para una quincena serán considerados para las quincenas siguientes.

EL JARDÍN DE LOS ONANISTAS
Álvaro Díaz Dávila


¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué soy yo aquí? Soy un pincho parado.
(Fue lo que dijo el poeta chiclayano Juan Ramírez Ruiz en una reunión de amigos una noche cualquiera).


Bruno ha desaparecido y nadie sabe dónde está. Hace meses que salió de su casa y se perdió para siempre de la vida de todos. Hasta ahora lo siguen buscando, pero creo que ya sin esperanzas de encontrarlo. A medida que los meses han ido avanzando, el recuerdo de Bruno se ha convertido en un fantasma que se filtra en nuestras vidas, en nuestras conversaciones y en nuestros sueños. Ayer soñé, por ejemplo, que a Bruno se lo llevaba un cohete espacial que decía con letras negras “La Incertidumbre”. Por eso, yo al menos, no he dejado de pensar en él ni en las posibles razones de su desaparición; una desaparición que al principio resultó extraña, pero que después regresa a nuestras especulaciones como una escalofriante consecuencia lógica, como si el destino de Bruno se hubiera condenado a sí mismo a evaporarse, a desintegrarse voluntariamente en su propio y patético drama de un artista que no sabe quién ser.
Un día me dijo: “No sé lo que pasa, pero siento que todas las chicas con las que he estado son la misma, todas han sido la misma mujer solo que con diferente cuerpo, como si en cada una de ellas se repitiera un mismo prototipo, una misma forma de ver la vida”. Esa idea lo estuvo torturando por mucho tiempo. La vida de Bruno, como sus mujeres, se repetía constantemente desde niño, como dando círculos sobre lo mismo, y por alguna razón que no entiendo, un día Bruno se da cuenta de eso. Esas cosas no las entiendo. Era como si, de pronto, Bruno hubiera decidido despertar, o en todo caso, lo hubiesen despertado de manera imprudente y empezara a darse cuenta de que la vida consistía en algo más. Bruno a cada instante nos decía que de chico pensaba que la vida le tenía guardada una sorpresa, nadie se lo había dicho pero él estaba convencido de eso, y él mismo ha vivido --nos dijo-- como si su vida no fuera su verdadera vida, porque su verdadera vida vendría luego, y sería distinta, más divertida, pero eso lo pensaba desde niño, pero ha ido creciendo y creciendo y me he sentido muy pequeño, muy defraudado, todo es tan difícil, tan grande, tan lejos de mí, ahora me he convencido de que la vida no me tenía guardado nada, vida pendeja, y ahora estoy caminando a oscuras. Sus palabras.
¡Ay! Qué habrás estado esperando de la vida, Bruno. Antes Bruno vivía feliz y triste, triste y feliz, su vida de lo mismo: sus canciones de siempre, su madre, los programas de televisión de siempre, sus amigos de siempre, sus enamoradas --todas iguales-- de siempre, sus tormentos cotidianos de siempre, su maniática sensibilidad de siempre, todo mezclado en un torrente de emociones que lo demolían diariamente y lo hacían componer canciones bonitas; sí, bonitas, pero nunca totalmente desgarradoras, bonitas pero que nunca terminaban por decir lo que él realmente sentía, bonitas pero no realmente buenas; y Bruno descubrió eso también y se regañaba a sí mismo, y se deprimía, se ofuscaba y sufría una pequeña desesperación interna. Una pequeña desesperación interna que yo supongo es la misma que siente alguien que se da cuenta que su vida es una farsa. O la misma desesperación interna de alguien que pudo ver su futuro a través de una ventana y lo que vio fue un túnel muy oscuro y casi infinito. Cosas así sin exagerar.

La vida de Bruno empezó a cambiar. Primero, con ligereza, con repentinas y extrañas decisiones y cambios de humor, y luego con más fuerza e intensidad hasta llegar a convertirse en un verdadero delirio melancólico. Hasta llegar a convertirse en un sueño confuso o surrealista. O algo así, porque con Bruno la realidad simplemente dejaba de ser la realidad; como cohetes que llevan escritos las palabras “La Incertidumbre”. De plano, confieso que la idea me entusiasmó, a mí me parecía realmente divertido que un artista mediocre y sin confianza en sí mismo como él llegara a ensimismarse y a interrogarse tanto sobre su propia vida, que lo haya hecho desconectarse con la realidad. Porque yo conocía muy bien la vida de Bruno, de su timidez, de sus historias corrientes, de sus amoríos con discreta emoción, de sus sufrimientos adolescentes y anodinos, de las cuatro o cinco bandas, libros y películas que forman su reducida enciclopedia cultural, de su incapacidad de acercarse a los riesgos y tomar decisiones trascendentales, de almacenar en su mundito interior sólo programas de televisión de infancia, de su romanticismo empalagoso como el chocolate. En el fondo y en apariencia, Bruno era un niño. Uno lo miraba y era imposible resistirse a su encanto de chiquillo inquieto y dulce; hablabas con él y creías que hasta hace un rato había estado jugando en un jardín escolar. Había cumplido veinticinco años pero aún llevaba dentro de sí la inconsciencia y la espontaneidad de un niño; no he conocido a alguien tan espontáneo como Bruno, era impensable encontrar en él una premeditación, o una interrogación exagerada de las cosas. Bruno hablaba y se comportaba desde su “yo”, su único y valioso “yo”. Un niño Bruno condenado a ser atravesado por sus emociones, a dejar que la vida lo traspase sin pensar demasiado, sin profundizar mucho en nada, la contradicción de una lágrima en constante caída acompañada de una sonrisa eterna. Pero Bruno cambió y yo la verdad esas cosas no las entiendo. ¿Cómo es que un chico ordinario como Bruno pudo volverse líricamente loco? O hermosamente loco, o fascinantemente loco, o entrañablemente loco. Por lo general la gente no cambia así, drásticamente, y entonces a lo mucho Bruno se deprimía una o dos noches, pero hubiese regresado a su mediocridad cotidiana, porque así somos los chicos ordinarios, y porque Bruno, como cualquier otro chico ordinario, olvida inconscientemente las preocupaciones que pudieran estremecerlo, y eso porque carece de profundidad. Y así, sin dramatismos, se podía pasar la vida hasta morir en dulce ignorancia. Sin embargo Bruno se despertó un día y un cohete llamado “La Incertidumbre” se lo llevó de su mundo para depositarlo en el planeta de todos nosotros. Desde entonces Bruno preguntaba sobre la vida, la muerte y el sentido de las cosas y al principio uno lo escuchaba y se reía, porque nadie pensó que las cosas se irían tomando demasiado en serio. Por mi parte yo ya empezaba a observar la vida de Bruno con especial gozo --en realidad me moría de la risa--. Me convertí en seguidor silencioso de su progreso de artista confundido, afanoso en conocerse a sí mismo. La personalidad de Bruno se hacía –graciosamente-- más compleja y contradictoria. Dentro de él empezó a nacer –graciosamente-- su otro yo autodestructivo y malsano. Y Bruno se quedaba largos ratos en silencio, mirando el techo. El techo. Y Bruno caminando de aquí para allá buscando un pensamiento. Un pensamiento. Probó la marihuana, aunque fracasó en sus locas ganas de volverse un adicto porque le incomodaba sobremanera su efecto. Bruno sufriendo por el tiempo, a quién denominó su principal enemigo. Esta angustia por el tiempo perdido se desencadenaba de un momento a otro, cuando él advertía que lo que estaba haciendo no servía de nada para sí mismo, entonces, por ejemplo, en mitad de una película a la cual Bruno no le encontraba “esencia”, se paraba y se iba, ¿a dónde?, a estar conmigo mismo, nos decía. O de pronto, una mañana a Bruno lo veías corriendo, literalmente, diciendo que aquel “fantasma de vacío” lo perseguía y no había que dedicarle más tiempo, por eso corría porque tenía que coger un libro, o escuchar un disco.
Su primer trastorno fue la paranoia con su voz. Empezó a preocuparse por su voz, estaba convencido de que su voz no era la misma siempre, que cambiaba constantemente conforme a su estado de ánimo, o a lo que él llamaba su “fuerza interior”. Se convenció tanto a sí mismo de esa idea, que uno de verdad empezaba a notar las diferencias, entonces a veces se le notaba seguro, con buena pronunciación, hablando con énfasis cada palabra, y otras, se le notaba cansando, frágil, incluso hasta tartamudeaba. Era el reflejo de estados interiores, y por eso, lo que añoraba, era una voz suave y áspera, una voz suave que se dilatara con el viento.
Pasaba todo esto y a mí me parecía que todo lo que hacía Bruno lo apañaba de ternura e ingenuidad. Yo lo miraba, y lo convertí rápidamente en mi héroe personal, aquel personaje cotidiano y ordinario que hace todo lo posible por revelarse contra su destino de la eterna repetición de lo mismo. En el fondo, Bruno anhelaba apasionarse con algo, no sé si habrá llegado a esa conclusión, pero estoy seguro de que lo que Bruno buscaba era aquella pasión que le diera algo de sentido a su vida. Pero la pasión siempre le fue esquiva, desaparecía de su ser como arena entre las manos, llegaba a su vida como relámpagos fugaces, verdaderos y efímeros momentos donde realmente “sentía” la vida, aunque eso se desvanecía rápidamente y regresaba a su frivolidad diaria. De eso trata su locura, de aquel delirante deseo de agarrarse de aquello que lo hiciera sentirse vivo, era un náufrago que se hundía en el mar de la convencionalidad, y donde la única salvación era lo trascendente, lo inmortal y lo superior. Pero el camino a ello no era el conocimiento ni la intelectualidad, sino la pasión, es decir, la sangre en las venas, la presión en el estómago, la exaltación de los sentidos, la emoción pura, y en los últimos meses que lo vimos luchaba por alcanzarlo, o al menos jugaba a que luchaba.

En todo ese tiempo Bruno mantuvo una relación con Leila, su última novia, a quien amenazaba con dejarla mil veces, de las cuales cumplió tres, para luego regresar a los brazos de la pobre y confundida Leila, convencido de que no podía vivir sin ella, pero atormentándose porque en el fondo no la soportaba por ser tan convencional e incapaz de entenderlo. Pero Bruno la necesitaba, eso era evidente. Leila era la primera oyente de sus canciones, la única discípula de sus doctrinas, la cómplice infalible de sus proyectos. Leila estaba allí siempre porque lo amaba, porque le creía todo. Y si quiero ser tajante en este punto, diría que si alguna vez Bruno llegó a ser algo de lo que pensó para sí mismo pues lo fue para Leila. Y fue Leila la primera en convertir la desaparición de Bruno en un suceso místico, y por ratos, cuando se emocionaba, en profético. Porque Leila sentía que lo estaba perdiendo, que se le escapaba de sus brazos, que lo veía y era como si no estuviera, como un vacío, y Bruno con sus besos le estaba diciendo adiós. Cuando empecé a escribir esta historia indudablemente lo primero que hice fue buscar a Leila y hablar sobre Bruno. Leila fue la única testigo de los últimos días con nosotros. Me hice muy amigo de ella y pude sacarle detalles muy personales. Leila me cuenta por ejemplo que los últimos cinco días casi no salía de su cuarto para nada. Bruno aún vivía con sus padres y ellos se preocupaban por alimentarlo, aunque ya casi no tenían ninguna comunicación. Salvo Leila, quien se quedaba a dormir con él y hacían el amor de vez en cuando. Me contó incluso que en el acto sexual Bruno actuaba de manera rarísima; se colocaba encima, escondía la cabeza entre el cuello y el hombro de Leila y no decía nada y no emitía ningún ruido, solo escondía la cabeza y se movía por unos segundos hasta terminar. Las últimas veces habían sido así y para Leila se convirtió en un acto casi de gratitud. Ella entendía eso como que Bruno salía de su refugio en sí mismo para aplacar lo más rápido posible esa necesidad “desagradable”. Esa fue la palabra que utilizó Bruno para referirse al deseo sexual: desagradable. Y con esa palabra escuché --y también entendí-- otro de los grandes tormentos que soportaba Bruno casi en silencio: su incontenible apetito sexual. Yo no lo sabía, pero Bruno nunca había dejado de masturbarse. El sexo parecía envolverlo, sofocarlo, torturarlo tanto que lo odiaba. Era una adicción secreta que lo consumía todos los días, pues no podía dejar de pensar en sexo, y eso, decía él, era la más terrible de sus desgracias porque lo separaba de su esencia artística y espiritual, cosas de Bruno. Cuando me contó esto Leila yo me reí, pero ella me dijo no te rías. Para Bruno esto era muy serio. Un día Bruno estuvo pensando tanto en el asunto que soñó algo escalofriante. Soñó que unos hombres viejos vestidos de niños jugaban en un enorme jardín, y mientras jugaban se estaban masturbando. Es decir que mientras corrían y daban vueltas se estaban cogiendo el pene. Y no paraban de masturbarse hasta que se juntaron entre ellos y se tiraron al pasto para tener un orgasmo casi simultáneo, y todos a la vez entraron en un trance delirante de gritos y sonidos para luego descansar como niños con un dedo en la boca.

Hace varias semanas que estoy tratando de escribir esta historia. La corrijo y la reescribo constantemente. Tengo miedo de no expresar exactamente lo que pasó y sobretodo, no quiero reflejar dramatismos. Porque aquí todo tenía el aspecto de broma, un chiste corriente que deja de ser gracioso en el momento en que Bruno desaparece de verdad. Hasta antes de ese momento Bruno es cándido, travieso, frágil, pero nunca valiente, nunca capaz de cumplir lo que hizo luego. Y fue justamente ese sueño que me contó Leila lo que realmente me motivó a escribir. Me quedé muchos días pensando en aquel sueño y llegué a entenderlo como un simbolismo de su vida y me pareció un sueño fantástico. Entendí que Bruno era uno de aquellos viejos que corría por todo el enorme jardín sin parar de masturbarse, porque el estar en constante masturbación era su manera de “negar” la realidad, de no aceptarla, de satisfacerse consigo mismo y no necesitar de nada más que su cuerpo. Entonces Bruno prefiere masturbarse y seguir jugando en ese enorme jardín que era el mundo, para luego dormir con un dedo en la boca. Y así y así hasta hacerse viejo.
Estoy seguro de que Bruno se dio cuenta de eso y por eso tampoco dejó de pensar en aquel sueño, y su graciosa y exagerada desesperación por cambiar tuvo que ver con que quería dejar de ser ese viejo que no dejaba de masturbarse. Porque para mí su instinto sexual solo componía una parte de su compleja personalidad, y en realidad su masturbación era generalizada, es decir, vivía masturbándose con sus manías, con sus miedos, con sus complejos, con su ternura; gozaba con todo su ser y se acostumbró tanto a eso que no quería vivir en otro mundo que no sea con su propia satisfacción. Pero por alguna razón que no entiendo, Bruno quiere romper esa burbuja, ese mundito interior de autosatisfacción. Se sintió vacío, se sintió niño, se sintió inmaduro.

Una noche, meses antes de su desaparición, hablamos acerca de su futuro. Aquella vez Bruno había estado tocando sus canciones; estaba excesivamente inquieto, expresivo y de buen humor, hablaba y cantaba con graciosa vanidad, una vanidad repentina y exagerada, producto más de la exaltación y del vino que de su verdadera y frágil personalidad. Lo que pasa es que Bruno sabía que estábamos disfrutando de él, de sus manías al hablar, de sus canciones tiernas, de su voz, aquella original voz de tonalidades fuertes y ásperas que le dieron algo de estilo. Y en eso estábamos, escuchándolo cantar y hablar, hasta que, no sé por qué ni de dónde salió, decidimos increparle sobre su futuro como músico. Lo que recuerdo es que la idea inicial no tenía otra pretensión más que la de alentarlo a que pensara un poco más en lo que puede hacer con su música, a manera de un regaño de amigos. Según nosotros, era una forma de darle a entender que nos parecía demasiado bueno como para que siguiera desperdiciando su tiempo, aunque no teníamos tampoco ni idea de qué es lo que se debe hacer para llegar a algo, así que, mientras la conversación avanzaba nuestra idea se convirtió en una serie de comentarios torpes e inútiles sobre lo que debía hacer Bruno con su vida. ¿Qué más podía hacer Bruno?, quizá ninguno de nosotros se había preguntado eso de verdad, después de todo tenía su banda, había grabado, como pudo, sus canciones en un disco que repartió a sus amigos, tocaba constantemente en conciertos locales y cada vez estaba componiendo mejores canciones en un proceso creativo que él encontraba necesario y motivador; pero ¿Bruno era lo suficientemente bueno como para llegar a algo más? Esa noche nos comportamos como unos tontos, y nos pasamos largo rato deliberando sobre el destino de nuestro amigo Bruno, quien minutos antes estaba jugando de lo lindo a ser un cantante especial, sensible y seguro de sí mismo, pero después de haber sido sermoneado por nosotros empezó a sufrir un entristecimiento envolvente que parecía devorarlo y que se reflejó claramente en su semblante pálido, en su mirada fija sobre la nada y en sus comentarios que se fueron reduciendo a monosílabos distraídos y lacónicos. A veces me inclino por pensar que esa noche empezó a cambiar algo dentro de Bruno.
En una de sus últimas noches con Leila le dijo mientras miraba las estrellas por la ventana: “yo creo que el último día de mi vida será como este, mirando las estrellas y sin haber entendido nada”
Marzo del 2008

martes, 25 de marzo de 2008

ROTH en DeBolsillo


Luego de salir del departamento de Carlos Eduardo Zavaleta -y tras amena charla, como de costumbre-, pasé un momento por la Librería Ibero. Si bien ya sabía que Sale el espectro llegaría a Lima posiblemente en abril, encontré algunos títulos del maestro Roth para tomar en cuenta, pues se encuentran en la serie DeBolsillo de la editorial Random House Mondadori. Se trata se Zuckerman encadenado, El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras, La contravida. Títulos que habían llegado antes en ediciones de Seix Barral.

domingo, 23 de marzo de 2008

PHILIP ROTH, lo último en español


La editorial Mondadori ha publicado la traducción al español de la novela del maestro Philip Roth, Exit ghost, con el título de Sale el espectro. Sería la última aparición de Nathan Zuckerman, el célebre personaje del notable novelista norteamericano. En Letras Libres aparece una reseña de la novela firmada por Juan Gabriel Vásquez. ¿Habrá llegado la traducción a Lima? Prometo indagar.

sábado, 22 de marzo de 2008

El gran vidrio de MARIO BELLATIN


El carácter insular de su propuesta narrativa motiva a que algunos le endilguen el rótulo de “autor raro”. Y quizás esa “rareza”, atribuida a priori, sea también la causante de que algún lector manifieste que “no le mueve un pelo”. Confieso, sin ánimo de caer en inocuas polémicas, que los libros de Mario Bellatin lejos de serme indiferentes me han subyugado desde siempre. Desde Salón de belleza, que fue lo primero que leí, a mediados de los años noventa, cuando yo aún era un estudiante universitario.

Muchos años después, y tras haber leído casi todos sus libros –a excepción de dos títulos–, vuelvo a terminar la lectura de una de sus novelas con esa extraña mezcla de asombro y deslumbramiento. Se trata de El gran vidrio (Anagrama, 2007), su más reciente publicación, en la que nos entrega tres historias denominadas por el mismo autor como autobiografías: así reza el subtítulo del libro.

Si en sus otras novelas, Bellatin deslizaba ciertos guiños biográficos, en estos tres relatos el asunto es más explícito. En apariencia. Y digo en apariencia porque permanece el recurso lúdico, el juego de máscaras, esa maravillosa facultad que tiene Bellatin de estar y no estar, al mismo tiempo, en sus ficciones. Porque finalmente es ficción. Porque tanto el chico de piel luminosa cuyos genitales debe mostrar en los baños públicos a instancias de la madre, como el escritor que pertenece a una comunidad sufi y ha publicado en la revista Playboy un cuento sobre su sheika, y la adolescente que busca un Renault 5 junto a su novia alemana, forman parte del universo ficcional de su autor. “¿Qué hay de verdad y qué de mentira en cada una de las tres autobiografías?”, se pregunta el narrador del último relato. Coincidimos con él cuando responde que “saberlo carece de importancia”.
(CMS)

jueves, 20 de marzo de 2008

Entrevista a JUAN MANUEL ROBLES


Acucioso en el detalle –pueril en apariencia–, Juan Manuel Robles ha trazado en Lima freak (Editorial Planeta, 2007) una serie de perfiles que revelan la real naturaleza de sus personajes.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de ERICK ELCOROBARRUTIA

¿Por qué Lima freak, por qué el término freak?
Creo que se confunde el término freak con geak. El geak es el ser casi anormal que se mete agujas, que rebasa los límites de la normalidad incluso corpórea. En el caso de freak lo que yo quise incidir es que son vidas insólitas para mí, y que todo va conformando una atmósfera así en nuestra sociedad. Y eso es más palpable para el que lo ve de afuera.

¿Cómo elegiste los personajes?
Los primeros fueron saliendo porque las versiones originales ya habían sido escritas. Sin embargo, ya a partir del año 2006 empiezo a pensar en personajes que reflejaran una visión mía de ciudad. No quería que fueran excesivamente pintorescos o que fueran excesivamente chichas o delirantes. No quería encasillar gente, quería justamente una convivencia. Entonces fui pensando en esta variedad de personajes, de estratos sociales, de vida, de respetabilidad, digamos. Pero tratándolos a todos con la misma naturalidad de cronista, la misma distancia.

Una de las características que noto en tus textos es una fijación por los detalles...
Eso a mi me gusta. Yo me rebelo un poco contra esa noción de lo relevante como que cuánto dinero tiene en la cuenta de ahorros una persona, o esos detallitos numéricos, muy de expediente policial. Creo que hay que tener esa información y eventualmente usarla. Pero mi trabajo es literario, yo lo considero así. Y como cualquier escritor tengo referentes literarios. Y uno de esos es Nabokov, a quien admiro con devoción. Y una de las cosas que me llamó la atención de Nabokov fue esa fijación por los detalles aparentemente inocuos que te remiten a un momento infantil en el que le mirabas los detalles a todo.

Si bien te haces conocido por la no ficción y también esctribes ficción...
A la no ficción me fue llevando las circunstancias. Mis descubrimientos narrativos, a nivel de técnicas y de estrategias, los he conocido por mi trabajo de no ficción. Es lo que me ha permitido desarrollarme. Supongo que es lo mismo que les pasa a los escritores de ficción, que van adquiriendo su estilo con uno o dos libros de cuentos. Puede ser algo prejuicioso lo que te voy a decir, pero no concibo mucho que un escritor de no ficción me diga que nunca escribió un cuento de ficción en la intimidad, para sí. Yo había escrito algunas cosas de ficción.

Claro, incluso participas en un concurso de cuentos y lo ganas.
Fueron dos cuentos, uno que ya tenía y uno que escribí especialmente para el premio. Obviamente corregí el primero. Y la facilidad para corregir yo sentí que me la daba el oficio que había adquirido. Yo sé perfectamente cómo funciona un lector. Eso es algo que agradezco a mi formación de no ficción. Si bien la no ficción puede tener muchas taras, la conciencia en el lector se de desde la primera palabra hasta la última.

Me mencionaste a Nobokov como referente de ficción. ¿Cuáles serían tus referentes de no ficción?
Mis mayores referentes son de ficción. En el caso de no ficción me gusta el trabajo de Gay Talese, sobre todo su libro Fama y oscuridad. Tiene un perfil a Frank Sinatra que es conocido y que se lee en todas las escuelas de periodismo de toda América Latina. El es un referente. Es un referente también Truman Capote. Es para mí un referente total Martín Caparrós. Sobre todo por la recreación de atmósferas y el cuidado del lenguaje. En el Perú me gusta Jochamowitz.

MAS DATOS
Los personajes que aparecen en el libro son Genaro Delgado Parker, Frieda Holler, Cromwell Gálvez, Sofía Mulanovich, Leslie Stewart, Rafael Osterling, Laura Bozzo y Augusto Polo Campos.

martes, 18 de marzo de 2008

ARTHUR CLARKE (1917-2008)


Arthur C. Clarke, el célebre escritor británico, considerado una eminencia del género de ciencia ficción, murió a los 90 años. Según informan las agencias de noticias, el deceso se produjo en su casa de Colombo, capital de Sri Lanka, la madrugada del miércoles debido a una insuficiencia neumológica.
Uno de sus cuentos más reconocidos, "El centinela", fue llevado al cine por el director estadounidense Stanley Kubrick en 1968, con el título de 2001: Odisea en el espacio.

Entrevista a DORIS MOROMISATO


El último poemario de Doris Moromisato, Paisaje terrestre (NoEvas editoras), tiene las características de un libro objeto: hecho en papel reciclado y encuadernado por la propia autora. Y, además, marcaría su despedida de la poesía, pues Moromisato anuncia dedicarse de lleno a la narrativa.


Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

Fotografía de FRANZ KRAJNIK


¿Cómo llegas a Paisaje terrestre?

En mi quehacer literario soy muy planificada. En mi primer libro Morada en donde la luna perdió su palidez coloqué una especie de muestrario de lo que iba a ser en el futuro. Y lo he venido cumpliendo, paso a paso. Hay un capítulo de literatura erótica, otro más familiar. El primero lo hice realidad a través del Diario de la mujer esponja y el segundo con Chambala era un camino. Y la parte de la naturaleza la hago ahora con Paisaje terrestre. Y es que cuando yo preparo un libro no lo preparo con una lógica cronológica sino con una lógica temática y sobre todo de atmósferas.


¿En qué momento decides que ya es hora de publicarlo?

El detonante que hizo que lo publicara fue la invitación que me hizo Tierra Nueva editores para viajar a Iquitos. Y yo vi muy propicio presentarlo allá, en el río Amazonas. Ese era el lugar. Fui muy consecuente con el libro. El libro está hecho en papel reciclado, tiene una edición limitada y numerada. Y cada libro tiene una soguilla de papel que yo misma he hecho.


Ese detalle le añade un valor especial al libro de poesía, sobre todo cuando los tirajes en dicho género suelen ser cortos.

Es verdad, el tiraje es tan limitado que yo prefiero hacerlo de manera artesanal. La poesía no puede ingresar a una metodología de serie, no es como la narrativa en la que puedes producir miles de libros. En poesía produces pocos ejemplares, pero sin embargo, cuántas satisfacciones te da, y cuántos beneficios. Por la poesía me han invitado de todo el mundo.


Este libro es bastante narrativo y justamente me comentabas que te despides de la poesía...

Sí, me despido de la poesía. Ya no tengo la respiración poética, ya no tengo la lógica poética. Quiero dedicarme de lleno a la narrativa. He publicado sólo dos cuentos y son dos cuentos muy elogiados. Incluso hay una tesis sobre uno de ellos: La misteriosa metáfora de tu cuerpo.


González Vigil señala que una de las características de tu poesía es la conjunción de lo oriental con lo occidental...

Sí, tiene que ver con ese encuentro, no de dos culturas sino de varias, en tanto lo que signifique occidente y oriente. Y sí se puede ver en el contacto que tengo con la realidad, en la manera de describir la naturaleza, el paisaje que me rodea, la pausa, una especie de calma.


Tu poesía es bastante visual...

Eso es por la influencia de las culturas china y japonesa. Yo siempre pienso en el pintor Hokusai, que fue autor de Las 36 vistas del monte Fuji. Yo creo que soy poeta porque no pude ser pintora. Por eso me gusta detallar como si lo hiciera una pintora, detallar las nubes, el paso de un ciempiés por un surco de los ajíes. Y me siento cómoda siendo así. Más que conceptual soy visual.


Tú eres muy observadora, y en Lima eso no es común...

Claro, acá en Lima la gente casi no mira arriba. Si le preguntas a la gente de qué color son las nubes a las 5 y 25 de la tarde, no sabe. La gente camina mirando el piso para no tropezarse, a los costados para que los autos no los atropellen, cuidándose de los delincuentes y mirando el reloj. Yo siempre estoy mirando el atardecer. Es más, una de mis condiciones para trabajar, ir a comer a un lugar público, es que pueda ver trozos de nubes. Para mí las nubes son fundamentales, y en la noche la luna.


*Publicado en Correo el martes 18/03/08.

MURAKAMI: Sauce ciego, mujer dormida


Casi no puedo esperar para acometer la lectura de Sauce ciego, mujer dormida (Tusquets, 2008), esperadísimo libro de cuentos de Murakami que ya tengo en mis manos gracias a mis queridos padres, quienes me lo trajeron luego de su periplo por Buenos Aires. También me trajeron El gran vidrio (Anagrama, 2007) de Mario Belletín, cuyo excesivo precio me hizo difícil su compra acá en Lima.

Artículos sobre McCarthy


No hace mucho recomendé un estupendo artículo sobre Cormac McCarthy escrito por Willy Niño de Guzmán y publicado en El Dominical del diario El Comercio. Hoy quiero recomendarles otros interesantes textos sobre McCarthy y, especialmente, sobre La carretera. Se trata de artículos escritos por Javier Agreda, Alonso Cueto, Mariana Enríquez, Rodrigo Fresán y Rafael Lemus.

El vuelo de ADOLPH


Escribe MANUEL ERÁUSQUIN
Fotografía de PÁVEL UGAZ

A Pepe jamás le gustaron las expresiones demasiado efusivas hacia su persona u obra. Salvo que provinieran de una bella dama. En ese caso, era todo oídos. El era así: un hombre dispuesto a escuchar el corazón de una mujer. Porque Adolph habrá sido un provocador por vocación, pero esencialmente era un caballero. Y con las mujeres un caballero calla y escucha.

Su trabajo creativo ingresaba a ese mundo tan poco visitado por otros escritores peruanos: el género fantástico. Sus cuentos o sus novelas siempre dejaban esa estela de asombro. Lo oculto y lo inesperado surgían con impulso desde sus historias: aristócratas que se vuelven asesinos, personajes que persiguen desvelar los enigmas del pasado o narraciones donde Dios ha sido derrocado y hecho prisionero por el mismo diablo.

Su imaginación echaba mano de sus inquietudes y dudas. Las certezas las dejaba para quienes estaban seguros de todo, para los sabios que sólo ven en blanco y negro. Ese era el Pepe Adolph que yo conocí, dispuesto con absoluta naturalidad a desbaratar a todo personaje de mente cuadrada. Un par de sorbos de café y unas cuantas pitadas de su cigarrillo mentolado lo dejaban en perfectas condiciones para debatir y dialogar. Su mejor arma: su fino humor negro, tan apreciado también en su columna: El señor de los colmillos, publicada cada quince días en la revista Caretas. Ahí, se divertía, homenajeaba a la palabra tratándola como debía ser, como siempre ha debido ser: con estilo.

La última vez que nos comunicamos fue a través del messenger, una herramienta contemporánea que él manejaba con destreza. Me contó que le había gustado la columna de nuestro crítico y también amigo José Guich, un texto publicado a comienzos de enero. Se sintió reconfortado porque Guich había hallado en su libro virtudes estrictamente literarias, y no había sido una crítica edificada desde la sobonería. El, no lo hubiera perdonado.

La mañana del miércoles nos dejó. Pero ahora prefiero recordarlo desde su particular ironía, una que estimulaba a reír y a pensar. Varios hemos estado de acuerdo con que Pepe era un caso único dentro de los escritores peruanos. Nunca se tomaba en serio las diatribas literarias, desestimaba con su sonrisa a los pontífices librescos y a los cínicos por supervivencia. Además, era consciente de algo importante: que el mejor premio que recibió fue el de haberse convertido en escritor. Una condición anhelada por muchos. Y donde quiera que esté, disfrutará ese triunfo.

MAS DATOS
José B. Adolph llegó al Perú a los cinco años en 1938. Su familia, natural de Stuttgart, venía huyendo de la represión hitleriana. Se le reconoció la ciudadanía peruana en 1974. Dentro de sus obras se encuentran las novelas: La ronda de los generales (1973), Mañana, las ratas (1984) La verdad sobre Dios y JBA (2001) o los libros de cuentos: Un dulce horror (1980), Los fines del mundo (2003), Sólo es un viejo tren (2007), entre otras.

lunes, 17 de marzo de 2008

Colección Underwood


Infatigable y apasionado por la literatura, el escritor Ricardo Sumalavia publicó, hace ya varios años, pequeñas y artesanales plaquettes en las que daba a conocer el trabajo creativo de jóvenes autores. Dichas plaquettes llevaban el rótulo de Colección Underwood. Alvaro Lasso, Edwin Chávez, Carlos Gallardo, Johann Page, Mónica Beleván, Luis Hernán Castañeda, entre otros, publicaron sus primeros textos allí.

Dirigida siempre por Sumalavia (ahora radicado en Burdeos, Francia) la colección ha tomado un segundo aire, gracias a Estudios Generales Letras de la PUCP y al entusiasta comité editorial conformado por Mateo Millones, Joel Anicama, Antonio Tuya, Julio del Valle y Estrella Guerra.

Así, han aparecido seis títulos publicados en libros de pequeño formato y muy bien editados. Se trata de Solidaridad en la convivencia de Manuel Fernández, Lo raro es ser un escritor raro de Mario Bellatin, Cosas que deja la gente cuando se va de Gabriela Wiener, A quién debemos temer de Carlos López Degregori, Madureira sabe de Carlos Yushimito y Pingüinos del desierto iluminado de César Manuel Jumpa. Una grata noticia sin duda. (CMS)

QUIPU: "El árbol" de Julio Meza


Para la primera edición quincenal de esta nueva etapa de Quipu, se recibieron seis decenas de textos de jóvenes autores (no todos llegaron a ser revisados, muchos de ellos se juntarán con otros cincuenta textos llegados en los últimos quince días). Los jurados encargados de esta primera selección fueron Javier Gárvich y Ernesto Carlín, quienes eligieron de común acuerdo los dos cuentos enviados por Julio Meza, subrayando sobre todo uno de ellos, “El árbol”. Julio Meza (Lima) tiene veintisiete años, es un abogado graduado en la PUCP que ahora se dispone a estudiar literatura en esa misma universidad. Ha publicado un libro de cuentos, Tres giros mortales, en la editorial Casatomada que dirige Gabriel Rimachi. Administra un blog de crítica de rock llamado Atrapa la Luz (www.atrapalaluz.blogspot.com).



EL ARBOL

Al este de un cielo de nubes blanquecinas, el sol se levantaba con su característico vigor matutino (parecía un hombre luminoso que se despereza exhibiendo una panza abultada) y, con su fuerza natural, lanzaba sus rayos amarillos que producían iridiscencias en las rocas de los cerros imponentes. Varios metros más abajo, en el pueblo, las tejas rojizas y las ventanas de las fachadas brillaban por el emerger de la mañana, y estos pequeños resplandores formaban raras constelaciones que podían verse desde las lejanías. En la plaza, la iglesia mayor proyectaba una sombra alargada, que aumentaba de tamaño hasta atravesar el asfalto, ingresar al jardín central y refrescar la banca de madera que acogía a un mendigo. A una cuadra, en la calle que conducía al río de aguas tranquilas, se encontraban las casas de las personas más pudientes, y, por ello mismo, el sector más cuidado y agradable de todo el valle. Una de esas construcciones, que se ubicaba en una esquina concurrida, era la del señor, un hombre de edad avanzada, pero con un cuerpo tan recio que daba la idea que los años, en vez de afectarle, le habían dado una fibra invencible. Frente a su puerta principal, por donde recibía las visitas de sus pares, se ubicaba el resultado de las décadas completas que había llevado en ese lugar: un árbol de raíces profundas, tronco grueso y firme, y ramas y hojas de una gran abundancia.
-¡Cuánto se demora este bruto! -dijo el señor, saliendo a la vereda para buscar al jardinero.
A una centena de metros, el jardinero venía caminando lentamente, como si reflexionara con paciencia antes de dar cada paso. Sobre su espalda encorvada, y en una bolsa de rafia, llevaba sus herramientas de trabajo, algunas ropas y un frasco con gasolina. “Pero qué rico”, pensó, luego de sentir el calor del ambiente en su cuerpo, y se puso a silbar. La melodía que brotaba de sus labios era en apariencia alegre, pero tenía una corriente subterránea que la tornaba melancólica y, en algunos momentos, hasta vertiginosamente triste. Por más que se esforzó (puso un dedo en su boca y junto los dientes), no logró evitar el aire oscuro de su música. “Parece que mi interior me manda un mala señal”, caviló, y, sin embargo, continuó soplando con ritmo.
Luego de pasar por una bocacalle, vio al señor, que exhibía un rostro de exasperación, y recién avanzó con rapidez, pues entendió que estaba llegando tarde. “Uy, el señor está amargo, creo”, pensó.
Ya delante de su patrón, bajó sus cosas y saludó con verdadero cariño: - Señorcito, buenos días. ¿Cómo se encuentra hoy?
-A ti que te importa cómo estoy -respondió el señor, agresivamente-. Debiste aparecer hace media hora.
-Sí, señorcito -dijo el jardinero, bajando la cabeza-. Pero no se moleste. Al fin y al cabo, he llegado ya, ¿no?… Dígame, ¿para qué soy bueno?
-Primero, la próxima preséntate más temprano -manifestó el señor-, porque de lo contrario no te daré ningún encargo -y, relajando su mal carácter, señaló el árbol-. Bueno, ¿ves a ese?
-Sí.
-Deseo que lo hagas caer.
-Pero… -dijo el jardinero, mirando el árbol por un momento- ese está sano y fuerte. ¿Por qué quiere que lo baje?
-¡A ti qué te interesan mis razones! -el señor volvió a encolerizarse-. ¡Sólo córtalo!
-Como desee, entonces -aceptó el mandado el jardinero -. Lo haré lo más pronto que pueda.
-Espera -agregó el señor, rascándose la cabeza-. Si te lo cuento, tal vez trabajes con más ganas.
-A ver, señorcito.
-Mira, sucede que mi mujer está muy enferma -se explicó el señor-. Ella cree que va a morirse. Pero considera que eso no sucederá hasta que cante un ave de mal agüero. Y en el único lugar en que se puede colocar dicho animal es en ese árbol. Por lo tanto, mientras no exista esa planta fregada, ningún pájaro se hará escuchar.
-Entiendo, señorcito -dijo el jardinero, respetuosamente.
-Bueno, ahora me voy -finalizó el señor-. Tú ya sabes cuál es tu trabajo.
Mientras se retiraba el señor, el jardinero se paró delante del árbol y lo observó con atención: bajo el sol intenso, tenía un aire majestuoso y superior, como de alguien importante. “Además”, pensó él, “parece de ánimo duro y voluntad terca, igual que un señorón de esos”. De inmediato, el jardinero se acobardó, y contrajo el cuerpo hasta juntar la quijada con el pecho. Su meditación le indicaba que debía mostrar respeto, pues no estaba tratando con un igual. Pero, luego de unos segundos, cuando se dio cuenta que estaba frente a un árbol, se irguió por completo, se colocó en posición de pelea, y dijo en tono desafiante: -No me vencerá ni con su porte de señor ni con nada… ¡Y, por último, no permitiré que le haga daño a la señora!
Desde la perspectiva del jardinero, el árbol pareció responder a sus palabras: se agitó ligeramente, como si se estuviera riendo ante su amenaza.

***

-Ha llegado su fin, señor árbol -se animó el jardinero, levantando la tijera de podar-. Ahora sabrá de mi oficio.
Con una minuciosidad de artista, y sobre su escalera de tablas, empezó cortando las ramas más pequeñas. Para alguien no avisado, daba la sensación de estar realizando una labor de peluquería, pero trasuntada a los oficios que requieren las plantas. Luego de varios minutos, cuando terminó con su tarea, y dejó al árbol sólo con su enramado grueso, tomó el machete y, con golpes secos, acabó por tirar abajo esos brazos marrones y tortuosos. Ya con la cara y el pecho manchados de tierra, descendió al suelo, y procedió a alistarse para el trabajo más arduo: quebrar el tronco. Empuñando el hacha con ambas manos, taló una y otra vez, deteniéndose a ratos para secarse la frente o beber agua de una botella de vidrio. Media hora después, cuando estuvo a punto de concluir (sólo faltaban tres o cuatro hachazos), cogió la soga y, con mucha precisión, la envolvió a un lado del tronco. A continuación, tiró con potencia, hasta que, tras el grito “¡cuidado abajo!”, el árbol cayó vencido, desplomándose en su integridad.
-Le dije que acabaría con usted -soltó el jardinero, dibujando una media sonrisa-. Ahora, pues, le verá el señor.
Mientras tanto, el sol seguía gobernando con ímpetu, lanzando sus rayos como si estuviera dando su bendición a todos los seres existentes. En respuesta, las flores abrían sus pétalos de colores, invitando a que cayera en su interior un poco de la energía dorada que se desperdigaba por el campo; y los animales, con una alegría que manifestaba éxtasis, jugaban desplazándose de un lugar a otro y produciendo una bulla disonante pero feliz. Más allá, sin embargo, un conjunto de nubes albas, que poco a poco se volvían de un gris espectral, acechaban como fantasmas, y expandían su sombra tensa por algunos bastos territorios. A su vez, el viento, al que parecía fastidiarle la claridad del día, exhalaba hacia el este, ora con suavidad, ora con una potencia desgarradora, y, lentamente, desplazaba a los copos blancos del cielo a su encuentro con el astro rey.
Avanzando sin apuro, el jardinero se acercó a la casa y tocó la puerta. De inmediato, el señor se asomó y preguntó qué deseaba.
-Ya he acabado, señorcito -dijo el jardinero, con tono alegre-. Puede decirle a su señora que esté tranquila. Nada le va a pasar.
-Oye, ¿pero tú estás bruto? -se molestó el señor y, estirando un dedo, indicó-. ¡El árbol sigue allí!
-¿Qué? -se impresionó el jardinero, volviéndose-. Pero si hace un rato…
-¡Cumple con tu tarea, so vago! -concluyó el señor, y lanzó la puerta.
Estupefacto, el jardinero le puso los ojos al árbol con una cólera ardiente: este se hallaba con su tronco intacto, sin ninguna rama quebrada y con su mechón de hojas llenas de una vida arrogante.
-No me la va a hacer -reventó el jardinero, colérico-. ¡A mí no me la va a hacer!

***

En las alturas, el viento, que había soplado con una fuerza liberada, empujó las nubes a lo largo de varios de kilómetros y, habiendo logrado su propósito inicial, oscureció el ambiente de tal forma que todo se tiñó de una coloración ceniza. Las nubes, con su naturaleza ahora abultada y negra, expedían relámpagos incesantes y provocaban la sensación que, de un momento a otro, iban a explotar definitivamente. El sol, del que ya sólo se podía observar cierto resplandor y algunas de sus lanzas brillantes, moría sin luchar y estático, como si le hubiera sido suficiente su breve reinado.
-Con que sí, ¿no? -dijo el jardinero, destilando amargura.
Con movimientos presurosos, se sacó la chompa y el polo, y se amarró una faja de cuero alrededor de la cintura. Sin esperar un instante, cogió su hacha y, furiosamente, golpeó el árbol en su base. Repitió este acto numerosas veces, sin descanso ni para tomar un suspiro, hasta que logró dejar al aire libre el centro mismo del tronco. “Tendrá que derrumbarse”, pensó el jardinero, dirigiéndose al árbol. “A las buenas o a las malas”. Prosiguió con rabia cada vez más intensa, como si, en un arranque de locura, estuviera asestándole cuchillazos homicidas a una víctima que estuviera a punto de fenecer. Luego de uno minutos, con su entorno lleno de astillas de madera, el árbol empezó a inclinarse hacia la izquierda. Dejando la cuerda que uso anteriormente a un lado, lanzó terribles puntapiés contra la corteza pelada, y, rechinando estremecedoramente, el árbol se derrumbó.
-¡Le dije que no podría conmigo! -se exaltó el jardinero-. ¡Se lo dije!
Para que no haya duda de su logro, siguió asestándole tajos al árbol caído. Con el rostro y la espalda húmedos de sudor caliente, le dio duro a las ramas, casi sin distinguir las que eran pequeñas de aquellas de mayor tamaño. En quince minutos, y exhibiendo unos dedos encallecidos, tuvo a sus pies un enorme montículo verde y castaño. A continuación, aprehendió otro instrumento (una sierra), y prosiguió con el tronco desnudo. Sin conmoverse por la savia que se derramaba a manera de sangre, hirió progresivamente el cuerpo tendido, hasta sacar la primera rodaja de madera. Tres cuartos de hora después, no existía tronco, sino una docena de trozos circulares. “Aquí no acaba la cosa”, le dijo al árbol, mentalmente, mientras jadeaba de cansancio. “Sólo ha comenzado lo bueno”. Con el hacha, y ya gastando las últimas energías que le restaban, destrozó las mencionadas piezas y, como si fuera a prender una fogata, acumuló leña en grandes cantidades.
-¿Quién es el señor, pues? -dijo el jardinero, completamente cansado, pero orgulloso-. ¡Ahora dime quién es el señor!
-A quién le hablas, loco de mierda -gritó el señor, desde el interior de su casa.
El jardinero se volteó y, dirigiéndose al señor con un tono triunfante, le anunció: -¡Ya terminé! ¡Venga usted a ver cómo quedó!
El señor abrió la puerta y quedó callado, como si estuviera pensando la manera más punzante de responder un insulto.
-¡Tarado! -soltó por fin, y agregó, con la mirada ardiente: -¡Pero si allí esta el árbol! ¡Acaso tratas de reírte de mí!
Estupefacto, el jardinero dirigió su cabeza hacia atrás y, con las articulaciones temblorosas, se encontró con el árbol íntegro, tan igual como lo había visto a su llegada.
-¡Carajo, termina de una buena vez o ya no querré más tus servicios! -indicó el señor, y se marchó golpeando la puerta.
El jardinero, jalándose de las crenchas, gritó: -¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No le dejaré vencer! ¡No!

***

Explotando por un frenesí agresivo que le enfermaba la cabeza, el jardinero no reflexionó un momento, sólo se dejó llevar por el mero arranque del impulso, y empezó a empapar el árbol con la gasolina que tenía en una botella. Mojó la parte más expuesta, desde las zonas visibles de las raíces, hasta el tronco que se perdía por las ramas entreveradas. Como su pulso era descontrolado (no aguantaba la irritación que le producía haber sido derrotado dos veces por el árbol), manchaba el suelo y sus propios pies calzados con sandalias. Finalmente, empapó un trapo y, llevado por un afán piromaniaco, lo encendió con fósforos y lo arrojó al árbol. Este ardió como una antorcha gigante y crepitó sin cesar, expulsando densas humaredas negras.
-¡Le derroté! -saltó de alegría el jardinero-. ¡Ahora sí le derroté! -y se puso a reír con carcajadas enajenadas-: ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!
El sol había desaparecido por completo, sin dejar siquiera un modesto rastro de su presencia. Las nubes, que eran las nuevas gobernantes del cielo, lucían un negro intenso y, además de reventar en fragorosos espasmos de luz, echaban rayos como si fueran brujos vengativos. El viento, perdiendo toda coordinación, soplaba a mansalva, entreverándose en desorden y careciendo de un sentido claro. De un momento a otro, se escuchó un tronar más fuerte que todos lo anteriores, y, por un instante, se vivió una atmósfera paralizada, como si el tiempo se hubiera detenido en una fotografía.
Y, con violencia, llovió.
-¡No! -chilló el jardinero-. ¡No se liberará de esta!
Las llamas del árbol, que habían crecido considerablemente, empezaron a apagarse, y el humo brotó en espirales como una serpiente encantada de su canasta. El jardinero, sin esperar un segundo, y con movimientos torpes por la desesperación, echó más gasolina, y, por casualidad, se empapó el pecho y las piernas.
¡No le dejare ganar! ¡No! -aulló, y, sin ninguna razón, volvió a lanzar risotadas-: ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!
En seguida, prendió fuego. El árbol se envolvió en llamas, pero no con el mismo brío de antes. Con lo ojos desorbitados, el jardinero se puso a silbar, como lo hizo al principio del día. Pero ahora, acompañado de su música, también bailó, dejando huellas largas sobre el barro. Su tonada era exaltada, y hacía referencia a un triunfo supremo y una alegría espiritual. Era una melodía propia de fiestas carnavalescas, pues estaba compuesta de partes jubilosas y de un ánimo lujurioso. Pero, en lo profundo, tenía un aire lúgubre, que indicaba la melancolía que produce la proximidad de la muerte. Sonaba como el anuncio festivo y resignado de alguien que, pese a sus esfuerzos sobrehumanos, fallecerá.
El jardinero bajó mecánicamente la cabeza y, sin sorprenderse, descubrió que tenía la bota de su pantalón encendida. Ya sin cordura, se bañó con lo que restaba de gasolina, mientras expedía a grandes aullidos:- ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!
Y, con el cuerpo en fuego a lo bonzo, gritó-: ¡Así usted morirá! ¡Morirá!
Y corrió a abrazarse al tronco del árbol: fuego y fuego se unieron y, hasta consumirse, no se apagaron.

***

No pasó mucho (de dos a tres horas) para que las nubes se desgastaran en su trance líquido, pues, a medida que evacuaban agua, se consumían al igual que cuerpos afectados por la hambruna. En un momento dado, desaparecieron del horizonte, y se presentó, con un aura renovada, quien gobernaba en un principio: el sol. Este, despidiendo su luz brillante, impartió una vida nueva a la atmósfera, que se mostró caliente y acogedora como una madre. El viento, por su lado, se relajó por completo, y únicamente se hacía sentir a manera de una brisa fresca que relaja los rostros y mueve con sutileza las cosas dóciles.
El señor salió de su casa y se encontró con una escena pavorosa: desperdigadas por el piso, había un hacha, una sierra, una soga, un recipiente y una tijera de podar; más allá, un cuerpo calcinado, que sólo mostraba como piezas intactas sus dientes blancos, se exhibía con un gesto furioso y tenso; y, al lado, el árbol se levantaba íntegro y con la vida lozana del que ha renacido.
-Pero… -se dijo el señor, sorprendido-. ¿Pero qué ha pasado?
De pronto, un ave negra se posó sobre una de las ramas gruesas del árbol. El señor, que la había visto llegar, cogió algunas piedras e intentó espantarla.
-¡Fuera! -decía-. ¡Fuera, monstruo!
Sin hacerle caso al señor, el ave negra abrió el pico y, haciendo primero unos gorgoritos, cantó con una sencillez sublime. Luego, esquivando uno de los proyectiles que le lanzaron, se marchó.
-¡Maldita! -le gritó el señor, alzando los puños-. ¡Maldita ave de mal agüero!

***

En la noche, bajo una luna colmada de reflejos, la esposa del señor murió luego de un vómito de sangre.

domingo, 16 de marzo de 2008

Entrevista a ENRIQUE CONGRAINS


Tras largos 50 de silencio, Enrique Congrains –conspicuo miembro de la generación del 50- ha regresado a la palestra con El narrador de historias (Ediciones Copé, de Petroperú). En esta entrevista no solo reflexiona sobre su segunda novela sino que, además, nos da alcances de la próxima: 999 Palabras para el Planerta Tierra.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

Fotografía de JUAN PABLO GROVES (Petroperú)

¿Cómo ve a la distancia -50 años- su novela No una, sino muchas muertes?
Mi caso no es una "novedad", porque sé que a la mayoría de los escritores les ocurre lo mismo: no releemos nuestras obras, porque realmente, y valga la metáfora, "damos vuelta a la página", y más bien nos abocamos a la creación literaria del presente. Algo parecido sucede conmigo. También existe una especie de "pudor" en trajinar en lo que uno escribió. Pero recuerdo perfectamente el ambiente, la trama, y al personaje central, a mi Maruja. A una distancia de 50 años veo mi novela como un testimonio imaginativo de lo que era el ámbito humano de un territorio que era una suerte de "tierra de nadie", o sea ni ciudad urbanizada y con servicios, ni tampoco, mucho menos, campo o campiña, con algo de bucólico. Esa "tierra de nadie" era el espacio donde Lima expulsaba su basura cotidiana, y junto a esa basura física, había otro "excedente" humano: los locos. El lugar exacto donde transcurre mi novela es hoy en día irreconocible: pertenece al distrito de San Martin, está plenamenteurbanizado, y lo habitan limeños de la clase C. El escenario, el ambiente, se perdió, pero queda en la novela.

Aunque esté entre líneas en No una, sino muchas muertes, el tema de la lucha por el poder reaparece en El narrador de historias.
Por supuesto que reaparece. Es que cada escritor tiene "sus" obsesiones. Pero lo que era implícito en No una, sino muchas muertes, es plenamente explícito en El Narrador de Historias. Además, mi segunda novela apenas tiene 6 ó 7 semanas de haber sido publicada, y su fabulación, un conflicto bélico entre Chile y Argentina, ya se ve puede ver como un presagio a la luz de la demanda de Perú contra Chile por el tema de la delimitación de las aguas oceánicas, y con mucho mayor dramatismo por lo que acaba de ocurrir con la incursión militar de Colombia en territorio ecuatoriano. En El Narrador... lo que digo o lo que predigo es que "la historia seguirá dándonos sorpresas", y no ha sido necesario esperar seis décadas. En mi nueva novela, 999 Palabras para el Planerta Tierra, y que se publicará entre abril y mayo, también (ahora, y gracias a tu entrevista) me doy cuenta de que retomo el mismo tema, la lucha por el poder, pero en este caso se trata de la lucha ideológica por "escribir la historia del género humano".

Si bien la novela está ambientada en el futuro, no hay un avance tecnológico como el que muchos podrían suponer…
Totalmente de acuerdo en que no anticipo los avances tecnológicos que conocerán y vivirán nuestros nietos y bisnietos. Pero entiende, Carlos, que me quise alejar lo más posible de cualquier vecindad con la ciencia-ficción. No por que desvalorice ese género, sino porque mi fabulación va por el lado de lo sociólógico y de lo político. Pero sí hay un elemento de anticipación: la migración hindú a la Argentina.

Otra coincidencia entre sus dos novelas es que en esta última, como en la antes mencionada, el personaje femenino es muy importante.
Son las obsesiones secretas de cada escritor. Para una persona cuya opinión pesa, May Rivas, hay dos personajes femeninos: Nanda o Manuala Rojas, pero también Cecilia Barboza. En 999 Palabras para el Planeta Tierra también reaparece esta misma obsesión por reivindicar al género femenino, pero de una manera muy distinta.

¿Cómo es su proceso de escritura? ¿Qué tan importante es la correción?
Al igual que la gran mayoría de creadores, la novela primero nace como un esquema bastante definido en la cabeza, en un vaivén en que participan ambos hemisferios: el derecho, el intuitivo y artístico, y el izquierdo, donde está la materia gris racional. Ya durante el proceso de escritura ese esquema se potencializa, se modifica parcialmente, y surgen ideas o desarrollos no previstos. Durante el propio proceso de escribir el borrador uno disfruta y, hasta por momentos, se cae en estado de trance. Bueno, ese es el trabajo "grueso", el que se hace con un pincel muy rápido. Y luego viene el verdadero trabajo, lo que yo llamo "la carpintería", que no es otra cosa que el arduo trabajo de corregir una y mil veces. Pero el secreto es que el autor relea su propia obra como si la hubiese escrito otro. Por eso, y al igual que ocurre con el escabeche y con algunos guisos "calentados", hay que dejar que el original repose unas semanas o meses.

Tengo entendido que usted mantiene una relación epistolar con Gregorio Martínez a pesar de haber hablado personalmente nunca ¿Cómo nació la amistad?
Antes que la amistad, fue mi admiración por Canto de Sirena, novela a la cual llegué a través de otro caro amigo, Abelardo Oquendo. Yo reivindico Canto de Sirena como una de las grandes novelas peruanas. Podrán haber novelas más importantes o más ambiciosas, pero no conozco ninguna que la supere en magia verbal, en verdadera creación a partir del lenguaje. A través de amigos comunes nos pusimos en contacto, y nació una amistad epistolar que a mí me enriquece mucho. Gregorio no sólo es portentosamente lúdico escribiendo cartas, sino que además es asombrosamente erudito. Me da clases sobre todo lo habido y por haber: desde las ventajas y desventajas de la fuente Garamond, pasando por el guarango (el algarrobo), hasta sobre la universalidad de un pez un poco arcaico: el bagre. En nombre de esa amistad, y por el motivo adicional de que 999 Palabras para el Planeta Tierra se inicia quince kilómetros al sur de Nasca, es que le he dedicado mi nueva novela. Y estoy seguro de que Goyo disfrutará de mi obra, porque por encima de cualquier otra consideración, 999 Palabras... es una crítica a la humanidad". Y en eso, Goyo, al igual que yo, tiene los ojos muy bien abiertos y no deja que le metan el dedo en la boca.

¿A quién recuerda más de la generación de los 50?

A dos compañeros ya fallecidos: el mágico Eledoro Vargas Vicuña, y al muy sincero Pablo Guevara. Nunca tuve la suerte de conocer a Julio Ramón Ribeyro, y con Mario Vargas Llosa (que al igual que yo, era poco o nada bohemio), sólo estuve cuatro o cinco veces.

*Entrevista completa. Una versión editada apareció en Correo el domingo 16/03/08.

lunes, 10 de marzo de 2008

La carretera de CORMAC MCCARTHY


Autor de la novela en la que se basó el premiado filme de los hermanos CohenNo hay lugar para los débiles–, Cormac McCarthy es un escritor norteamericano amparado por una trayectoria literaria ampliamente reconocida. Sobre todo en los últimos veinte años: en 1992 obtuvo el Nacional Book Award por su novela Todos los hermosos caballos.

La carretera (Mondadori), su último libro –traducido y publicado en España el año pasado–, y con el que ganó el Pulitzer de Novela, ya se encuentra en Lima. Se trata de una obra en clave de ciencia ficción, en la ruta de Ballard (maestro en abordar la psicología de los personajes dentro del género), que nos narra la lucha de un hombre y su pequeño hijo por sobrevivir en un mundo devastado por una hecatombe nuclear.


Provistos únicamente de un carrito de supermercado, ellos han emprendido un viaje por la carretera guiado por el miedo y el hambre. Deberán enfrentar no sólo la lúgubre sucesión de paisajes desérticos y cadáveres regados por ahí, sino también la desquiciante idea de que la comida es escasa y que no son los únicos en la lucha por no perecer.

Admirable en la creación de atmósferas y poseedor de un tono lírico que por suerte la traducción no ha perdido, McCarthy nos ha entregado una novela inolvidable. (CMS)

domingo, 9 de marzo de 2008

Cormac McCarthy


Llegué a Cormac McCarthy por una serie de valiosas recomendaciones. Si la memoria no me falla, fue Lucho Aguirre el primero en comentarme las bondades literarias de este autor norteamericano. Luego vendría Ramiro Llona a encender la mecha de mi interés al transmitirme la enorme satisfacción que deparó la lectura de The road –él la leyó en inglés–. El detonante ocurrió tiempo después en el departamento de Willy Niño de Guzmán, en entrañable charla post-entrevista –escuchar hablar de literatura a Willy es un placer casi tan grande como leer sus cuentos–. Precisamente sobre McCarthy, Niño de Guzmán ha escrito un estupendo artículo que recomiendo y que aparece hoy en El dominical de El Comercio.
Por cierto, La carretera (Mondadori) ya se encuentra en Lima gracias a la librería Ibero que, para deleite de los incondicionales de McCarthy traerá en breve No es país para viejos, novela en la que se basó la recientemente premiada película de los hermanos Coen.

*En la foto (tomada de Internet, de la web wow factor) el escritor aparece junto a los hermanos Coen.

miércoles, 5 de marzo de 2008

ANTONIO CISNEROS y El libro de Dios y de los húngaros


Como bien señala José Carlos Yrigoyen, El libro de Dios y de los húngaros no es sólo uno de los poemarios capitales de Antonio Cisneros, sino también un punto de quiebre en su corpus poético. “Rompe aquí con los motivos formales y argumentales de sus primeros libros, donde el autor había desplegado las técnicas más complejas de la poesía anglosajona y su mirada crítica hacia las convenciones burguesas y las sociedades desarrolladas”, apunta Yrigoyen. El libro de Dios y de los húngaros acaba de ser reeditado por Tranvía editores, editorial liderada por Cecilia Podestá y que tiene al libro objeto como principal característica. Se trata pues de una muy bien cuidada edición que incluye una presentación que la hace única. El libro será presentado hoy a las 19.00 horas en el Patagonia Restaurante Bar (Calle Bolívar 164, Miraflores). Los comentarios estarán a cargo de Cecilia Podestá y José Carlos Yrigoyen.

domingo, 2 de marzo de 2008

MIGUEL ANGEL ZAPATA y Vapor transatlántico


Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de ERICK ELCOROBARRUTIA

Además de poeta, Miguel Angel Zapata es un conocido crítico literario que ha hecho carrera, como otros tantos, en los predios académicos de Estados Unidos. Específicamente en la Hofstra University, en Nueva York. Allí, en abril del 2002, organizó un simposio dedicado a la poesía latinoamericana, española y norteamericana.

Fruto de este evento literario, acaba de aparecer el libro Vapor transatlántico: nuevos acercamientos a la poesía hispánica y norteamericana contemporánea, publicado en edición conjunta por el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el Fondo de Cultura Económica y Hofstra University. Si bien el impulso inicial para la organización del simposio fue una especie de respuesta producto de la conmoción suscitada por el funesto ataque a las torres gemelas, ocurrido en el 2001, –“la poesía como un signo de resistencia ante los gestores de la violencia (Zapata dixit)”–, lo que buscó Miguel Angel Zapata, como apunta en el prólogo del libro que ha compilado, fue entablar “un acercamiento a través de la literatura y de la poesía, ya que el vínculo espiritual de la práctica poética es el mismo y ha sido el mismo desde que han existido las artes. Y estoy hablando a la vez de una desterritorialidad: un poeta de la India o de Iraq no se diferencia de un poeta del Perú o México”.

Vapor transatlántico: nuevos acercamientos a la poesía hispánica y norteamericana contemporánea reúne, pues, una serie de ensayos entre los que podemos destacar el realizado por José Antonio Mazzotti sobre José María Arguedas (Bilingualism. Quechua poetry and Migratory Fragmentation in present-day Perú), el de Julio Ortega sobre César Vallejo (El César Vallejo que yo no conocí) y el del propio Zapata en el que nos ofrece un acercamiento con dos poetas norteamericanos actuales (Dos poetas norteamericanos de hoy); sólo por citar algunos textos de académicos peruanos.

El libro se complementa con una muestra poética de autores peruanos, norteamericanos y españoles. Así podemos apreciar a estupendos poetas como el español Antonio Gamoneda, el mexicano José Emilio Pacheco, el chileno Oscar Hahn, los peruanos Carlos Germán Belli, José Watanabe, Carlos López Degregori y Blanca Varela, y el norteamericano Charles Chimoc, por mencionar a unos cuantos. En resumen: una gran oportunidad para apreciar las poéticas de otras latitudes y apreciarlas en su real dimensión.

MAS DATOS
Miguel Angel Zapata ha publicado los libros Los muslos sobre la grama (Buenos Aires, 2005), El cielo que me escribe (México, 2002), Imágenes de los juegos (Lima, 1987), entre otros.