Versión completa de la editada que
apareció el domingo 20 de noviembre
en el diario Correo.
José Watanabe acaba de publicar la edición peruana de La piedra alada, poemario que es un éxito de ventas en España
Piedra poética
Considerado un poeta insular dentro de su generación, José Watanabe posee una obra poética sólida. La piedra alada, su reciente poemario, ha sido un éxito en España –tanto en la crítica como en la recepción del público- y acaba de ser publicado en Lima por la editorial Peisa.
Carlos M. Sotomayor
Correo: La piedra alada ha sido un éxito de ventas en España. ¿Cómo lo asumes?
José Watanabe: Yo sospecho porque es una poesía diferente a la que se está haciendo en España. Es una poesía que viene de un mundo diferente y que expresa un mundo distinto. Es una poesía reflexiva, que narra una experiencia o un evento pero que termina en una reflexión. Y lo más interesante, según lo que me cuenta Manuel Borrás, editor de Pre-textos, es que los pedidos son en su mayoría de jóvenes.
C: En tu obra, el yo poético se presenta como un observador de la realidad circundante.
JW: Un contemplador. Creo que eso viene de una herencia paterna. Mi padre, quizás por su doctrina budista, me enseñó a contemplar. Claro, ningún padre te enseña pedagógicamente a contemplar el mundo, lo hace según su ejemplo.
C: Algunos relacionan tu poesía con el haiku, sin embargo, a diferencia de ellos, tus poemas apuntan hacia una reflexión...
JW: Claro, el Haiku no reflexiona. Para alguien que escribe haiku reflexionar dentro del poema es una pedantería. Yo reflexiono pero tampoco llego a conclusiones tipo moraleja. Simplemente están ahí sugeridas. Es un modo de ver las cosas. Si el lector está de acuerdo conmigo, bien; si no está de acuerdo, bueno, tendrá su propio modo de ver. Es difícil entender el haiku, porque el haiku surge de la intuición y nosotros los occidentales a veces somos excesivamente racionales. Yo, si alguna influencia tengo del haiku, que sí reconozco, es en el inicio del poema.
C: Tu poesía posee un efecto de trascendencia...
JW: Yo, la verdad, no busco que el poema exprese una trascendencia. Yo tengo más o menos una visión panteista del mundo y creo que allí está la trascendencia en mis poemas. Por mi propia visión religiosa –entendiendo que la religión está más allá de cualquier religión institucionalizada– y en esa medida creo que allí se filtra ese deseo de trascendencia.
C: ¿Cómo llega a articularse este libro?
JW: Hay algo que es extraño: tú escribes un poema sobre determinado tema y parece que ese tema empieza a jalar otros semejantes. Yo me di cuenta que había escrito poemas sobre piedras después de haberlos escrito. Entonces empecé allí con intención a pensar en piedras. Parece que la mirada misma ya es convocada por las piedras.
C: ¿Cómo se dio esa aproximación con la piedra?
JW: Yo empecé a pensar en la piedra, honestamente, -y por eso lo puse como el primer poema de este libro- cuando yo regresé a Laredo y vi a unos muchachos que se estaban bañando en el río y se subían en una gran piedra. Yo había hecho lo mismo hacía años, cuando era chico. Y en ese río, por ciertas épocas, venían camarones. Entonces mi madre se iba a recoger camarones, y yo desde la piedra la veía. Entonces pensé: mi madre ha muerto y ya no me recuerda, ya no soy recuerdo de mi madre, en cambio quizás sí sea recuerdo de esa piedra. Me sentí desolado al saber que mi madre ya no me recuerda, y busqué algo que si me recordara y de modo permanente. Allí empecé a pensar que las piedras guardan memorias de nosotros.
C: Ahora que mencionas a Laredo, ese es otro elemento constante en tu obra...
JW: Laredo es una especie de gran escenografía que yo uso. Mi hija me dice a veces: ya olvídate de Laredo. Y yo le digo que el pueblo en el que yo viví ya no existe, pero me queda como una gran escenografía para mis poemas.
C: ¿Por ello es que no hay mucas referencias urbanas en tu poesía?
JW: Algunos poemas he escrito sobre la ciudad, pero muy pocos. Yo soy un poeta más de la naturaleza. La naturaleza me provoca más, por mi origen.
C: Se dice que tienes un alto grado de autoexigencia...
JW: Un nivel de autoexigencia neurótico. Pero eso me gusta. Disfruto más corrigiendo un poema que escribiendo la primera versión. Tiene que ver con mi manera de ser, con mi temperamento. Así soy en todas las cosas.
C: ¿Se viene un nuevo poemario?
JW: Ahora estoy corrigiendo un poemario nuevo que se llama El minotauro, donde me he puesto como reto ya no mirar el paisaje, la naturaleza. Justamente escogí el Minotauro porque está encerrado en un laberinto, frente a paredes grises. El resultado es que he escrito un largo poemario, dividido en poemas breves, que nace de las propias palabras. Y ahí muestro las preocupaciones por el lenguaje que he tenido siempre.
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