La iniciación literaria de Fernando Ampuero se legitima en 1972 con Paren el mundo que acá me bajo (Estruendomudo, reedición 2007), un conjunto de relatos dotado de inquietudes vitales que determinarían el destino narrativo del autor.
Entrevistan MANUEL ERÁUSQUIN y CARLOS M. SOTOMAYOR
Todo escritor tiene un vínculo emotivo muy fuerte con su primer libro ¿En tu caso, qué es lo más te une a Paren el mundo que acá me bajo?
Paren el mundo que acá me bajo, tiene para mí un significado muy especial. Se trata de mi primer libro entregado a la imprenta y, por lo tanto, de mi primer impulso suicida. Escribir y publicar libros, ya se sabe, tiene mucho de impudor y de ánimo auto destructivo, pero también, afortunadamente, de enorme ilusión. Me refiero a esa peregrina ilusión de creer que es posible hallar un lector que nos sintonice.
La nueva edición es bastante singular, divide los cuentos en dos bloques: lado A y lado B, como los antiguos discos.
Los editores de Estruendo mudo, atendiendo a las rockeras alusiones musicales de mis cuentos, han dividido el libro en dos partes, Lado A y Lado B, a la manera de los discos de acetato, hoy atesoradas nostalgias. El lado A reúne los textos escritos a fines de la década del sesenta, cuando yo contaba con 19 años. Esos textos vieron la luz en una edición artesanal y llena de erratas, aparecida en 1972, cuyo título fue Paren el mundo que acá me bajo. El lado B, donde figuran relatos nuevos, apareció en 1975 bajo el título Deliremos juntos y como añadido al primer volumen. Bajo este último título, y con algunas purgas de por medio, se sucederían varias ediciones, hasta que, en 1982, a 10 años de la edición original, incorporé un relato que estaba huérfano de libro, titulado "El departamento". He consignado este complejo tráfico de cuentos porque la bonita edición que presenta ahora Estruendo mudo recoge la última versión del libro, pero le restituye a todo el conjunto el título original, Paren el mundo que acá me bajo.
Sin embargo, en esta edición también se han incluido fotografías tuyas de aquella época de juventud, una especie registro de la memoria.
Cierto, a la manera de un bonus track, incluye varios interesantes anexos: dibujos y comentarios críticos sobre el libro, así como fotografías del autor que corresponden a la época de su escritura, hace 35 años, cuando el autor tenía un pelo larguísimo que como ves ya no tiene. (Risas)
¿Pero en términos creativos cómo valoras esos cuentos después de treinta y cinco años?
Esos cuentos han sido el trabajo de juventud, la obra de un muchacho que por entonces estaba por terminar la adolescencia, pero que todavía, con algunas resacas de niño, sentía que había encontrado un nuevo juguete maravilloso: el lenguaje. Un juguete hecho de palabras, de música, de bríos, de significados; un juguete que ofrecía, en su más secreto mecanismo, la posibilidad de atrapar y trastocar el universo. Las palabras, ni qué decir, me venían de todos lados. De las conversaciones en la calle, de los libros que leía, de las películas que veía en el cine y la tele, de la susurrada penumbra en algún porche durante mis trémulos asedios amorosos. Y con ellas, deslumbrado, como descifrando la luz y el color de piedras preciosas, escribí estos cuentos y relatos. Los escribí con verdadera pasión. Y los escribí, además, echando mano a todos los lujos y audacias de la juventud: utilicé diferentes técnicas narrativas, diferentes géneros y, por cierto, diferentes estilos. Me urgía probar los sonidos de cada forma.
En cado uno de los relatos se evidencia un afán por explorar, por acercarse a nuevas formas de lenguaje.
El afán de experimentalismo es quizá el signo más relevante en esta época de mi escritura. Escribí relatos de tono intimista, relatos fantásticos, relatos metafísicos, relatos existenciales, relatos negros endeudados sin ambages con la novela policial, el cine noir y el cómic (incluso en la nouvelle "Irse por las ramas" echo mano a las onomatopeyas del cómic), relatos transidos de poesía y pavor, como "Muchacho de la playa", que está en las lindes de la prosa poética, lo que me permitiría una aproximación a las angustias alucinatorias de las drogas, y relatos, en fin, donde se muestra a jóvenes en diversas actitudes vitales, y donde por primera vez, según se comentara en los diarios de aquellos días, haría su debut literario en el Perú la marihuana, la mescalina y el LSD, tres trampolines de la mente por donde se lanzaban los muchachos de los viejos tiempos. Tan variado menú, por cierto, me proporcionó la felicidad de ser, en un mismo libro, cinco o seis escritores distintos en trance de reunificación, es decir, en vías de definir la opción de mi futura autonomía expresiva.
Un aspecto interesante es que tu libro siguió un camino distinto, no siguió la línea del realismo social, género muy en boga por aquellos años.
Paren el mundo que acá me bajo irrumpió en un contexto donde el realismo social y lo que se llamó por entonces “literatura comprometida” llevaba la voz cantante. Mis primeros cuentos, en ese contexto, no tenían cabida. Y es que éstos, respecto al tema literario, querían reflejar otro tipo de marginalidad, porque mostraban a adolescentes de las clases media y alta en situaciones inéditas. El mochilerismo, el hippismo, la presencia de güiros de marihuana y drogas psicodélicas, el tráfico de cocaína (tengo por ahí un dealer de primera generación), la liberación sexual, el ludismo retorcido de ciertos especimenes y muchas otras cosas que ya se veían por las calles del Perú a fines de los sesenta, no habían tenido por entonces un registro literario. Y este fue, en efecto, el contexto que a mí me interesó, y en el que, de una u otra manera, también participé. A los 19 años yo tenía el pelo largo, pero en mi caso al menos no se trataba de una simple moda. El pelo largo era, para muchos, una señal de cambio, una respuesta a los convencionalismos y una manera contestataria de salir al mundo, un mundo en el que casi todos lucían el cabello recortado y vestían saco y corbata. No hay que olvidar que el uso del smoking, entre otras formalidades, recién se perdió como hábito en 1968, tras el gobierno militar revolucionario del general Juan Velasco Alvarado, y que los Beatles, los primeros pelilargos, vestían saco y corbata en su primera etapa. Las melenas desaforadas vendrían solo entre fines de los sesenta y principios de los setenta.
En tus años de juventud, te sentías identificado con las ideas de izquierda
Yo era un joven con claras simpatías de izquierda, pero que evidenciaba serios problemas de compatibilidad. Y es que no militaba en ningún partido y, para colmo, sospechaba de la dictadura militar. Para decirlo en breve, andaba solo como un perro. Así que cogí una mochila y me mandé mudar. Como izquierdista, digamos, cultivaba un corazón romántico. Cuba era entonces la conciencia romántica de mi generación, como la Guerra Civil Española lo había sido para la generación de mi padre. En mis viajes, me iría luego a vivir a Hungría, un país comunista, y a recorrer otros países detrás de la cortina de hierro. Y después, claro está, sobrevendría el desencanto, pero en esa época mis simpatías estaban muy arraigadas. Ello, sin embargo, no impidió que me abriera a otras opciones. Y así, tanto en Perú como en el exterior, conocí a gente que exploraba simultáneamente tres, cinco o más opciones. Entre Paren el mundo y Deliremos juntos, yo pasé una larga temporada en la islas Galápagos, cosa que me hizo conocer a la fauna más diversa de la juventud de aquellos tiempos. Así, conocí a gente que se declaraba de izquierda, pero tomaba drogas, hacía yoga, practicaba el budismo zen, comía solamente verduras y eran fanáticos de Marcusse, un filósofo que buscaba conciliar el marxismo y el psicoanálisis. Conocí a militantes de la marihuana, que despreciaban a quienes bebían licores. Conocí a sesudos lectores de Jean Paul Sartre y Albert Camus, cuya máxima aspiración en la vida era montar una tienda de bicicletas. Conocí a antropólogos estructuralistas, dedicados a estudiar a los brujos de la selva, y que, por las vías del ayahuasca, aseguraban tener frecuentes contactos con extraterrestres. Varios de esos discípulos de Levi – Strauss, por si fuera poco, eran comunistas recalcitrantes. Conocí a un ecologista de la primera hornada, famoso lector del Tarot y médium, y que fumaba marihuana para espantar los malos espíritus. Este último, aun cuando no se reconocía de izquierda, pensaba que la magia de Fidel Castro provenía de una gran carga magnética concentrada en su barba.
Qué significó esa época de juventud para ti, donde te iniciaste en la literatura, y empezaste a abrir los ojos frente a la vida.
Creo que mucho de aquella juventud, locuras aparte, no quería perderse de nada. Y que semejante entusiasmo, sin duda, me fascinó. Finalmente, quisiera agregar que, para un joven como yo, el mundo lucía entonces más rico y pintoresco, y que a lo mejor por eso me entraron unos irrefrenables deseos de escribir, y que ponerle a mi cuentos el título de Paren el mundo que acá me bajo, más que un simple alarde de época, que sin duda lo fue, sería también mi manera de decirle a quien quisiera oírme: “Hola, muchachos, aquí estoy”. Y aquí estoy, también ahora.
Todo escritor tiene un vínculo emotivo muy fuerte con su primer libro ¿En tu caso, qué es lo más te une a Paren el mundo que acá me bajo?
Paren el mundo que acá me bajo, tiene para mí un significado muy especial. Se trata de mi primer libro entregado a la imprenta y, por lo tanto, de mi primer impulso suicida. Escribir y publicar libros, ya se sabe, tiene mucho de impudor y de ánimo auto destructivo, pero también, afortunadamente, de enorme ilusión. Me refiero a esa peregrina ilusión de creer que es posible hallar un lector que nos sintonice.
La nueva edición es bastante singular, divide los cuentos en dos bloques: lado A y lado B, como los antiguos discos.
Los editores de Estruendo mudo, atendiendo a las rockeras alusiones musicales de mis cuentos, han dividido el libro en dos partes, Lado A y Lado B, a la manera de los discos de acetato, hoy atesoradas nostalgias. El lado A reúne los textos escritos a fines de la década del sesenta, cuando yo contaba con 19 años. Esos textos vieron la luz en una edición artesanal y llena de erratas, aparecida en 1972, cuyo título fue Paren el mundo que acá me bajo. El lado B, donde figuran relatos nuevos, apareció en 1975 bajo el título Deliremos juntos y como añadido al primer volumen. Bajo este último título, y con algunas purgas de por medio, se sucederían varias ediciones, hasta que, en 1982, a 10 años de la edición original, incorporé un relato que estaba huérfano de libro, titulado "El departamento". He consignado este complejo tráfico de cuentos porque la bonita edición que presenta ahora Estruendo mudo recoge la última versión del libro, pero le restituye a todo el conjunto el título original, Paren el mundo que acá me bajo.
Sin embargo, en esta edición también se han incluido fotografías tuyas de aquella época de juventud, una especie registro de la memoria.
Cierto, a la manera de un bonus track, incluye varios interesantes anexos: dibujos y comentarios críticos sobre el libro, así como fotografías del autor que corresponden a la época de su escritura, hace 35 años, cuando el autor tenía un pelo larguísimo que como ves ya no tiene. (Risas)
¿Pero en términos creativos cómo valoras esos cuentos después de treinta y cinco años?
Esos cuentos han sido el trabajo de juventud, la obra de un muchacho que por entonces estaba por terminar la adolescencia, pero que todavía, con algunas resacas de niño, sentía que había encontrado un nuevo juguete maravilloso: el lenguaje. Un juguete hecho de palabras, de música, de bríos, de significados; un juguete que ofrecía, en su más secreto mecanismo, la posibilidad de atrapar y trastocar el universo. Las palabras, ni qué decir, me venían de todos lados. De las conversaciones en la calle, de los libros que leía, de las películas que veía en el cine y la tele, de la susurrada penumbra en algún porche durante mis trémulos asedios amorosos. Y con ellas, deslumbrado, como descifrando la luz y el color de piedras preciosas, escribí estos cuentos y relatos. Los escribí con verdadera pasión. Y los escribí, además, echando mano a todos los lujos y audacias de la juventud: utilicé diferentes técnicas narrativas, diferentes géneros y, por cierto, diferentes estilos. Me urgía probar los sonidos de cada forma.
En cado uno de los relatos se evidencia un afán por explorar, por acercarse a nuevas formas de lenguaje.
El afán de experimentalismo es quizá el signo más relevante en esta época de mi escritura. Escribí relatos de tono intimista, relatos fantásticos, relatos metafísicos, relatos existenciales, relatos negros endeudados sin ambages con la novela policial, el cine noir y el cómic (incluso en la nouvelle "Irse por las ramas" echo mano a las onomatopeyas del cómic), relatos transidos de poesía y pavor, como "Muchacho de la playa", que está en las lindes de la prosa poética, lo que me permitiría una aproximación a las angustias alucinatorias de las drogas, y relatos, en fin, donde se muestra a jóvenes en diversas actitudes vitales, y donde por primera vez, según se comentara en los diarios de aquellos días, haría su debut literario en el Perú la marihuana, la mescalina y el LSD, tres trampolines de la mente por donde se lanzaban los muchachos de los viejos tiempos. Tan variado menú, por cierto, me proporcionó la felicidad de ser, en un mismo libro, cinco o seis escritores distintos en trance de reunificación, es decir, en vías de definir la opción de mi futura autonomía expresiva.
Un aspecto interesante es que tu libro siguió un camino distinto, no siguió la línea del realismo social, género muy en boga por aquellos años.
Paren el mundo que acá me bajo irrumpió en un contexto donde el realismo social y lo que se llamó por entonces “literatura comprometida” llevaba la voz cantante. Mis primeros cuentos, en ese contexto, no tenían cabida. Y es que éstos, respecto al tema literario, querían reflejar otro tipo de marginalidad, porque mostraban a adolescentes de las clases media y alta en situaciones inéditas. El mochilerismo, el hippismo, la presencia de güiros de marihuana y drogas psicodélicas, el tráfico de cocaína (tengo por ahí un dealer de primera generación), la liberación sexual, el ludismo retorcido de ciertos especimenes y muchas otras cosas que ya se veían por las calles del Perú a fines de los sesenta, no habían tenido por entonces un registro literario. Y este fue, en efecto, el contexto que a mí me interesó, y en el que, de una u otra manera, también participé. A los 19 años yo tenía el pelo largo, pero en mi caso al menos no se trataba de una simple moda. El pelo largo era, para muchos, una señal de cambio, una respuesta a los convencionalismos y una manera contestataria de salir al mundo, un mundo en el que casi todos lucían el cabello recortado y vestían saco y corbata. No hay que olvidar que el uso del smoking, entre otras formalidades, recién se perdió como hábito en 1968, tras el gobierno militar revolucionario del general Juan Velasco Alvarado, y que los Beatles, los primeros pelilargos, vestían saco y corbata en su primera etapa. Las melenas desaforadas vendrían solo entre fines de los sesenta y principios de los setenta.
En tus años de juventud, te sentías identificado con las ideas de izquierda
Yo era un joven con claras simpatías de izquierda, pero que evidenciaba serios problemas de compatibilidad. Y es que no militaba en ningún partido y, para colmo, sospechaba de la dictadura militar. Para decirlo en breve, andaba solo como un perro. Así que cogí una mochila y me mandé mudar. Como izquierdista, digamos, cultivaba un corazón romántico. Cuba era entonces la conciencia romántica de mi generación, como la Guerra Civil Española lo había sido para la generación de mi padre. En mis viajes, me iría luego a vivir a Hungría, un país comunista, y a recorrer otros países detrás de la cortina de hierro. Y después, claro está, sobrevendría el desencanto, pero en esa época mis simpatías estaban muy arraigadas. Ello, sin embargo, no impidió que me abriera a otras opciones. Y así, tanto en Perú como en el exterior, conocí a gente que exploraba simultáneamente tres, cinco o más opciones. Entre Paren el mundo y Deliremos juntos, yo pasé una larga temporada en la islas Galápagos, cosa que me hizo conocer a la fauna más diversa de la juventud de aquellos tiempos. Así, conocí a gente que se declaraba de izquierda, pero tomaba drogas, hacía yoga, practicaba el budismo zen, comía solamente verduras y eran fanáticos de Marcusse, un filósofo que buscaba conciliar el marxismo y el psicoanálisis. Conocí a militantes de la marihuana, que despreciaban a quienes bebían licores. Conocí a sesudos lectores de Jean Paul Sartre y Albert Camus, cuya máxima aspiración en la vida era montar una tienda de bicicletas. Conocí a antropólogos estructuralistas, dedicados a estudiar a los brujos de la selva, y que, por las vías del ayahuasca, aseguraban tener frecuentes contactos con extraterrestres. Varios de esos discípulos de Levi – Strauss, por si fuera poco, eran comunistas recalcitrantes. Conocí a un ecologista de la primera hornada, famoso lector del Tarot y médium, y que fumaba marihuana para espantar los malos espíritus. Este último, aun cuando no se reconocía de izquierda, pensaba que la magia de Fidel Castro provenía de una gran carga magnética concentrada en su barba.
Qué significó esa época de juventud para ti, donde te iniciaste en la literatura, y empezaste a abrir los ojos frente a la vida.
Creo que mucho de aquella juventud, locuras aparte, no quería perderse de nada. Y que semejante entusiasmo, sin duda, me fascinó. Finalmente, quisiera agregar que, para un joven como yo, el mundo lucía entonces más rico y pintoresco, y que a lo mejor por eso me entraron unos irrefrenables deseos de escribir, y que ponerle a mi cuentos el título de Paren el mundo que acá me bajo, más que un simple alarde de época, que sin duda lo fue, sería también mi manera de decirle a quien quisiera oírme: “Hola, muchachos, aquí estoy”. Y aquí estoy, también ahora.
* Fotografía de EDUARDO CAVERO.
** Entrevista completa. Una versión editada apareció en el diario Correo el 27/05/07.