viernes, 16 de marzo de 2007
Entrevista a JUAN CLAUDIO LECHIN
La novela La gula del picaflor (Alfaguara) del escritor boliviano Juan Claudio Lechín, es, además de una apasionante sucesión de historias de seducción, una invitación ineludible a indagar sobre el amor y el erotismo. A continuación la versión completa de la entrevista al autor; una versión editada apareció el martes 13 en el diario Correo.
En La gula del picaflor utilizas recursos de la novela picaresca española. ¿Tributo a Cervantes?
No necesariamente, aunque es una vieja tradición que sigue transitando bajo nuestra piel de manera natural. Lo que sucede es que la seducción tiene mucho de acto bufo y otro tanto de tragedia, de tal manera que una verdadera historia de seducción es una tragicomedia, y por ello había la necesidad de escribirla así, con su dosis de humor y de desenlaces tortuosos.
En la novela la tragedia está muy presente. ¿De alguna manera puede decirse que lo trágico va unido siempre con los impulsos del seductor?
No siempre. El gran seductor es el que termina las relaciones sin causar daño y más bien deja una memoria cariñosa, cuando no amorosa, en la mujer. El principiante, en cambio, o el que anida odios contra las mujeres o deseos de venganza, si produce desenlaces fatales e indeseados. O sea por un lado puede ser inexperiencia, pero por el otro cuentas pendientes.
¿El mérito del seductor va en proporción a la dificultad de la seducción?
Si, en el proceso de conquista el mérito del seductor son los subterfugios a los que debe recurrir para conquistar una mujer, pero como dijimos antes, su verdadero mérito es el abandono sin deudas y sin rencores. Es verdad que el tamaño de la dificultad lo obliga a mayores argucias y en ello se mide la empresa del seductor, pero el final, el desenlace es igualmente importante, yo diría que aún más.
¿Hay en el seductor una necesidad de narrar sus proezas?
En general todos los hombres cuando nos reunimos alrededor de una taza de café o una cerveza narramos nuestras proezas, la mayor parte de ellas inventadas o mezcladas parcialmente con la realidad. También se narran como ciertos los deseos insatisfechos, pero es un viejo género oral iberoamericano esto de narrar proezas amorosas. Sin embargo, hay los que por vía de estas narraciones mancillan el honor de las mujeres, y ahí estamos en presencia del clásico Tenorio, que con su patanería esconde un temor atávico o un odio a la mujer.
Viviste en Lima ¿Cuál es tu relación con la literatura peruana?
Leí mucha literatura peruana sobre todo en mi adolescencia, leí Bryce, Vargas Llosa por supuesto, la poesía de Pablo Guevara, luego a Cisneros. Sin duda quedé fascinado con Watanabe, Arguedas en toda su extensión, y mi admiración permanente a mi querido amigo y extraordinario escritor injustamente reelegado, Manuel Scorza. Aprecio mucho la escritura de Jorge Eduardo Benavides, Iván Thays y Alonso Cueto. Y por supuesto la abundante y fundamental literatura colonial, desde los cronistas españoles que escribieron acerca del Perú como Cieza de León hasta Ricardo Palma.
A Lima llegaron noticias de que había entrado en una huelga de hambre como protesta contra la decisión de Evo Morales de modificar arbitrariamente los mecanismos legales de reforma constitucional. ¿Consideras que en la acción es donde un escritor debe asumir su compromiso político y no a través de su literatura?
La literatura es la narración de los arquetipos humanos, su profundización. Construye universos para recrear las miserias y grandezas de los hombres. Como ciudadano, el literato tiene la libertad de expresarse políticamente como cualquier otro ciudadano y es en esa condición, paraliteraria que entré en 14 días de huelga de hambre contra el creciente avasallamiento de leyes y derechos humanos que está haciendo el gobierno de Evo Morales. Pero yo no ligaría necesariamente a la literatura con ningún compromiso político. La literatura tiene compromiso con la disciplina humana más trascendental, la más duradera que es la propia literatura. Nada de la creación humana ha trascendido tantos siglos como la Iliada o la Odisea, la presencia actualísima de Shakespeare, cuatro siglos más tarde corrobora esta duración de las letras. Sin mencionar tantos otros como el Collar de la paloma de Ibn Hazm, publicada en el siglo IX, reeditada en el 2003 y con la edición agotada ese mismo año.
lunes, 12 de marzo de 2007
TEATRO: Sueño de una noche de verano
Pesadilla de verano
Nadie –salvo algún dramaturgo peruano de irascible ego– podría defender aquella tesis que torna intocable cualquier texto entendido como clásico de la dramaturgia universal. Sin embargo, la versión perpetrada por Rocío Tovar de Sueño de una noche de verano podría entenderse, más que como una mirada personal de la directora, como un flagrante agravio.
Nadie le reclama por los arrebatos de audacia frente al texto de Shakespeare. Lo lamentable es que aquellos arrebatos terminan estrellándose ante la ausencia de una propuesta original y solvente. Tovar reduce la pieza del dramaturgo inglés a una comedia erótica, que no es mala la idea, pero rebaja la puesta con una sucesión de gags que fluctúan entre la poca elaboración y lo burdo. A su favor diremos que logra en el público su cometido; risa fácil, dirían algunos.
La parte de la compañía de actores, sobre todo con su representación ante la corte, resulta plana, salvo cuando estos personajes se reparten los roles de su pequeño montaje. Aquí Rómulo Assereto se luce en el papel del inquieto Bottom. Y si de actuaciones se trata, destaca también Pierina Pirota (que interpreta a Helena y a una de las hadas de Titania) por su facilidad y dominio de la comedia. Los demás, apenas cumplen.
Luego del descomunal éxito de Perú Jaja, Tovar creyó haber encontrado la fórmula del éxito. Y, claro, los números le dan la razón: sus siguientes montajes repitieron el plato respecto a la taquilla. La calidad de las propuestas, sin embargo, decayó ostensiblemente, como lo demuestra la forzada Perú Jaja 2 y este último trabajo.
Sueño de una noche de verano, en la versión de Tovar, resulta ideal para los urgidos de evasión (que en nuestro país son muchos): una velada en la que no se le exigirá pensar, sólo reírse. Y como complemento, ideal la fast food. Provecho.
domingo, 11 de marzo de 2007
Entrevista a José Carlos Ballón (Fondo Editorial UNMSM)
Tras un mes de vacaciones (que incluyó la actualización de este humilde blog), aprovecho para colgar a continuación una muy interesante entrevista al director del Fondo Editorial de la UNMSM, el filósofo José Carlos Ballón. Se trata de la versión completa, pues la editada ya se publicó en el diario Correo hace algunas semanas.
¿En dónde radica la importancia de la labor editorial de una universidad?
Las publicaciones del Fondo Editorial son apenas el último eslabón de una inmensa cadena de investigación cotidiana y de producción sistemática de nuevos conocimientos que realiza la Universidad de San Marcos en sus 41 institutos de investigación, en las cinco áreas en que desarrolla su actividad. Estos agrupan a unos ochocientos docentes sanmarquinos de distintas especialidades que anualmente concursan para obtener financiamiento para sus proyectos de investigación.
Por muy diversas razones, esta actividad central de la Universidad suele ser desconocida para la opinión pública, pues sus productos circulan solo en redes académicas nacionales e internacionales sumamente especializadas. Sus resultados no suelen ser de gran interés mediático, pues su impacto social (económico, productivo, político o cultural), particularmente en las ciencias básicas, es de larga maduración.
Posiblemente, el desconocimiento público de esta actividad ha originado una suerte de desprecio o ninguneo de nuestra Universidad por parte de significativos sectores de la opinión pública nacional, que la pintan (a veces con razón y otras de manera interesada) como centro de politiquería y mediocridad académica. No obstante, los datos y cifras de estándar internacional señalan a la UNMSM, desde hace más de una década, como el principal productor institucional de ciencia, tecnología y cultura del país (con honrosas inclusiones del ámbito privado como Cayetano Heredia y la Católica).
También es cierto que a esta imagen ha colaborado el desinterés de nuestros académicos, porque a diferencia de las universidades privadas ni la carrera académica de los investigadores, ni la masa de alumnos que ingresa, ni sus presupuestos depende del marketing mediático. Pero la consecuencia de este prejuicioso desencuentro ha sido un maltrato sin precedentes a nuestro sistema universitario público y a nuestros egresados.
El énfasis en las publicaciones está en gran medida orientado a rectificar la imagen distorsionada y perversa que se nos atribuyó y que llegó a extremos vergonzosos de hostilidad y discriminación en la década de los noventa, cuando aparecían avisos periodísticos de oferta de empleos o de becas que descaradamente advertían a nuestros jóvenes egresados que se abstuvieran de postular. El maltrato a nuestra universidad pública –que debería ser considerada patrimonio nacional– no tiene precedentes en ningún país del mundo. Ese es el sentido reivindicativo de nuestro lema: “La universidad es lo que publica”.
¿Cuál ha sido el más frecuente obstáculo en estos nueve años de producción editorial?
El de siempre: el dinero. El Tesoro Público no financia íntegramente la investigación y la publicación de los conocimientos que producimos. El presupuesto que financia ambas actividades (solo en el 2006 fue de más de 6 millones de soles) lo realiza la Universidad en gran medida con recursos propios. Tenga usted en cuenta que prácticamente 50% del presupuesto general de la UNMSM se financia con recursos propios. Pero en el colmo del absurdo, el inmenso crecimiento que ha logrado la UNMSM en la obtención de recursos propios, tanto por sus servicios como por financiamiento internacional de muchas de sus actividades de investigación y publicación (sin recurrir al fácil expediente de liquidar la gratuidad de la enseñanza pública), en lugar de ser premiado por el Estado ha sido castigado reduciendo de manera inversamente proporcional los fondos provenientes del Tesoro Público.
Si consideramos que la producción de conocimientos es la parte más costosa de la labor universitaria, se comprenderá las condiciones de extrema pobreza en que se realiza nuestra labor, que contrasta de manera inexplicable con la riqueza de nuestra producción intelectual y editorial. Algunos amigos denominan a esto “la paradoja de Vallejo”, aludiendo a un conocido interrogante que plantea cómo así ha surgido en un país de analfabetos un genio de la lengua como Vallejo. No hay explicación sociológica convincente. No me pida, entonces, que explique por qué San Marcos es “San Marcos” y por qué los sanmarquinos nos sentimos orgullosos de nuestra alma mater, a pesar de que maldecimos y nos peleamos todos los días por nuestros también abrumadores defectos y problemas.
¿Cuál es el criterio de selección que utilizan para las publicaciones?
El Fondo Editorial no opina sobre el contenido de los proyectos que se presentan para su publicación. Son los Institutos de Investigación los que avalan un proyecto editorial o, en ciertos casos, alguna autoridad académica competente en la materia. Su función es establecer en una carta simple la suficiencia académica formal del proyecto; no juzgan sus opiniones de fondo. Esto es así porque es una universidad pública y autónoma frente al poder confesional, político o económico. En San Marcos no hay “delito de opinión”, a pesar de los constantes intentos históricos de grupos de poder por coparla y controlarla. Es el lugar de todas las voces, no porque ello esté estipulado en algún reglamento, sino porque en realidad refleja un país irreductiblemente heterogéneo. Por ello es inútil todo intento de homogeneizarla. Vista desde afuera parece anárquica, pero tal vez esa sea la razón que nos mantiene institucionalmente vivos durante 457 años, pese a todas las adversidades, particularmente en una sociedad de larga tradición autoritaria. Somos una de las instituciones más antiguas del Perú, más antigua que nuestra propia República. Una estabilidad y continuidad increíble en la insoportable levedad del Perú. El secreto es, tal vez, no ser muy rígido en establecer “un criterio” de selección en la creación intelectual, estar abierto a las sorpresas que siempre se dan en el terreno de la investigación y la creación intelectual. Son los propios investigadores los que deben correr el riesgo de sus aciertos y fracasos. La Universidad no es un cuartel o un convento; es un espacio de promoción.
¿Podría mencionar un par de títulos cuyas reacciones positivas superaron las expectativas?
Es difícil responder a eso con objetividad, pues existen diferentes estándares para evaluar el acierto o fracaso de una publicación. A veces son las ventas. Últimamente hemos tenido el caso de Carlos Tovar (Carlín), cuyo libro Manifiesto del siglo XXI. La gran fisura mundial y como revertirla casi se agotó en semanas y nos lleva a preparar una segunda edición. Lo mismo nos sucedió con Flora Tristán y Jorge Basadre, para señalar algunos ejemplos anteriores. Otros libros no tienen una gran venta, pero sí un gran impacto en las comunidades académicas y científicas por sus notables contribuciones en su especialidad; tal es el caso del libro de Rocío Quispe-Agnoli sobre Guamán Poma de Ayala o el de Carlos García Bedoya sobre la literatura peruana, aunque son de discreto impacto mediático. Otros tienen sorprendente impacto en los medios, como la última novela de Carlos Calderón Fajardo, La segunda visita de William Burroughs. Todos ellos, por señalar algunos ejemplos que me vienen ahora a la memoria, han tenido un impacto positivo que superó nuestras expectativas. Particularmente en el sentido de que han vuelto a restablecer el prestigio de nuestra casa de estudios como un verdadero laboratorio de producción de conocimiento y cultura. En sentido estricto, en eso consiste una universidad.
¿Qué significa para usted el hecho de que según estadísticas no seamos un país habituado a la lectura, cómo se podría revertir esto?
Tampoco es fácil responder esa pregunta en una breve entrevista periodística. No estoy seguro de la completitud de algunos indicadores estadísticos que circulan (incluyendo algunos producidos por organismos internacionales) para derivar de ellos una conclusión definitiva sobre el estado de la lectura en el país. La lectura es un fenómeno que transcurre por distintas vertientes y, en mi modesta opinión, requiere un modelo con múltiples indicadores independientes (diacrónicos y sincrónicos), que a su vez puedan ser cruzados para verificar su consistencia. Con frecuencia solo se usan indicadores aislados, posiblemente correctos, pero de los que es apresurado inferir una conclusión global sin caer en una tremenda unilateralidad o superficialidad. Por ejemplo, algunos estudiosos han registrado el número de librerías y sus ventas. ¿Pero qué proporción del mercado de libros son nuestras librerías formales? En una ocasión escuché a Chachi Sanseviero decir que eran el 30%. Asumamos que ello es exacto (yo sospecho que es mucho menor si sumamos no solo el mercado informal y pirata, sino también la venta por Internet, cuyos indicadores muestran un crecimiento exponencial). Pero las librerías tradicionales son un indicador muy débil del consumo librero. La caída histórica de su participación en el mercado librero se explica mejor por los altos costos que ellas introducen al libro (casi el 40% del precio de tapa) que por una caída del número de lectores, que más parece que han virado masivamente al mercado informal o de Internet (cuyo costo llega en algunos casos al 15% del precio de tapa) para la compra de sus libros.
¿Por qué entonces explicar el problema como un asunto de lectoría y no de precios? De hecho, algunos diarios han producido ediciones y ventas masivas exitosas de clásicos de la literatura por la red de quioscos, a precios sumamente económicos, lo que sugiere la debilidad de la hipótesis de la caída de los lectores. Otros indicadores han trasladado el análisis al terreno de la producción, pero en este campo aparece la figura paradójica que registra un crecimiento exponencial de las empresas editoras (comerciales, académicas e institucionales) y el establecimiento en Lima de grandes editoriales extranjeras (Norma, Alfaguara, etc.), aunque se trate de tirajes pequeños.
Pero el crecimiento de la producción editorial acompañado de tirajes pequeños (e incluso tirajes micro o por encargo) puede explicarse más fácilmente por la creciente especialización de la cultura moderna (o posmoderna) que ha abandonado los “grandes relatos” (hasta en la literatura se ha abandonado la búsqueda de una “novela total”), más que por la disminución absoluta de lectores. Hoy en los medios académicos es una frase común aquella de que ya no hay “especialistas en generalidades”, ni siquiera entre los filósofos. No digo que esto esté bien, sino solo que hay que establecer los hechos antes de apresurar conclusiones.
Finalmente, otros han transferido los indicadores deplorables de la capacidad de lectura y razonamiento verbal y matemático de nuestros escolares a la hipótesis que sugiere que esta incapacidad formal de las personas explica la supuesta caída absoluta del hábito de lectura. Pero acá se presupone la validez de una correlación entre indicadores incomparables, pues la caída de la lectura es precisamente la hipótesis que hay que probar antes de establecer tal correlación. Se trata de una falacia clásica de petitio principi, en la que se supone como cierto lo que precisamente hay que demostrar.
El libro sigue siendo un objeto caro para el grueso de la población. ¿Qué opina de la ley del libro respecto a esto?
La respuesta a esta pregunta está atada a la anterior, pues traslada el problema de una supuesta caída en el hábito de lectura de la población al problema de precios y costos de los libros, como el cuello de botella que impide un acceso masivo de nuestra población a los libros. En mi modesta opinión, esta es una aproximación más realista y directa al problema que nos convoca y a su carácter multidimensional. Permite explicar el curso que ha seguido el mercado de libros en las últimas décadas como un desborde de las murallas de la antigua “ciudad letrada” o “cultura elitista” que corría paralela a una sociedad oligárquica. Estoy hablando del traslado de la escritura a una variedad de soportes físico-comerciales múltiples.
Con el curso del mercado lector me refiero no solo a la emergencia de los circuitos informales y de quioscos, sino también a los circuitos de fotocopias (verdadera biblioteca de los pobres) y al de las cabinas de internet, hacia donde se ha expandido el mercado de la lectura de una manera exponencial en las últimas décadas. Usted puede ver con sus propios ojos y cotidianamente estos circuitos en los alrededores y al interior de las populosas universidades de todo el país, en las que se mueve alrededor de millón y medio de personas.
La manera de enfrentar este problema, más que legal (ley de libro) o, peor aún, represiva, es la de abaratar los costos y precios de nuestra producción editorial. Nuestra experiencia nos sugiere que la principal competencia del libro no es el supuesto desinterés de la población (salvo en aquellos estratos de extrema pobreza rural), sino los altos costos y precios de los libros “bien editados”. Tenemos que ponerlos a un precio tal que el lector, si se encuentra ante el dilema de comprar un libro o sacar una fotocopia (o adquirir un libro pirata o bajarlo de internet al soporte de papel), opte finalmente por el libro. Por ejemplo, si deseo un libro que vale 80 soles y fotocopiarlo me cuesta 20, ciertamente no hay necesidad de ser muy pobre para optar por la fotocopia, la edición pirata o imprimirlo en una computadora. Pero si acerco una buena edición a los 40 ó 35 soles, que garantiza al comprador no solo calidad gráfica (además de calidad académica), sino también una duración en el tiempo que sobrepase largamente los 3 ó 4 años de vida de la mejor fotocopia, el lector suele comprar el libro. Este es un ejemplo arbitrario, pero que con distintas magnitudes (dependiendo también de la importancia del libro y de su autor) vivimos día a día en nuestras ediciones universitarias. Por supuesto, esto es solo una hipótesis que tendría que ser confirmada con un buen modelo estadístico de entradas múltiples sobre el mercado librero.
¿En dónde radica la importancia de la labor editorial de una universidad?
Las publicaciones del Fondo Editorial son apenas el último eslabón de una inmensa cadena de investigación cotidiana y de producción sistemática de nuevos conocimientos que realiza la Universidad de San Marcos en sus 41 institutos de investigación, en las cinco áreas en que desarrolla su actividad. Estos agrupan a unos ochocientos docentes sanmarquinos de distintas especialidades que anualmente concursan para obtener financiamiento para sus proyectos de investigación.
Por muy diversas razones, esta actividad central de la Universidad suele ser desconocida para la opinión pública, pues sus productos circulan solo en redes académicas nacionales e internacionales sumamente especializadas. Sus resultados no suelen ser de gran interés mediático, pues su impacto social (económico, productivo, político o cultural), particularmente en las ciencias básicas, es de larga maduración.
Posiblemente, el desconocimiento público de esta actividad ha originado una suerte de desprecio o ninguneo de nuestra Universidad por parte de significativos sectores de la opinión pública nacional, que la pintan (a veces con razón y otras de manera interesada) como centro de politiquería y mediocridad académica. No obstante, los datos y cifras de estándar internacional señalan a la UNMSM, desde hace más de una década, como el principal productor institucional de ciencia, tecnología y cultura del país (con honrosas inclusiones del ámbito privado como Cayetano Heredia y la Católica).
También es cierto que a esta imagen ha colaborado el desinterés de nuestros académicos, porque a diferencia de las universidades privadas ni la carrera académica de los investigadores, ni la masa de alumnos que ingresa, ni sus presupuestos depende del marketing mediático. Pero la consecuencia de este prejuicioso desencuentro ha sido un maltrato sin precedentes a nuestro sistema universitario público y a nuestros egresados.
El énfasis en las publicaciones está en gran medida orientado a rectificar la imagen distorsionada y perversa que se nos atribuyó y que llegó a extremos vergonzosos de hostilidad y discriminación en la década de los noventa, cuando aparecían avisos periodísticos de oferta de empleos o de becas que descaradamente advertían a nuestros jóvenes egresados que se abstuvieran de postular. El maltrato a nuestra universidad pública –que debería ser considerada patrimonio nacional– no tiene precedentes en ningún país del mundo. Ese es el sentido reivindicativo de nuestro lema: “La universidad es lo que publica”.
¿Cuál ha sido el más frecuente obstáculo en estos nueve años de producción editorial?
El de siempre: el dinero. El Tesoro Público no financia íntegramente la investigación y la publicación de los conocimientos que producimos. El presupuesto que financia ambas actividades (solo en el 2006 fue de más de 6 millones de soles) lo realiza la Universidad en gran medida con recursos propios. Tenga usted en cuenta que prácticamente 50% del presupuesto general de la UNMSM se financia con recursos propios. Pero en el colmo del absurdo, el inmenso crecimiento que ha logrado la UNMSM en la obtención de recursos propios, tanto por sus servicios como por financiamiento internacional de muchas de sus actividades de investigación y publicación (sin recurrir al fácil expediente de liquidar la gratuidad de la enseñanza pública), en lugar de ser premiado por el Estado ha sido castigado reduciendo de manera inversamente proporcional los fondos provenientes del Tesoro Público.
Si consideramos que la producción de conocimientos es la parte más costosa de la labor universitaria, se comprenderá las condiciones de extrema pobreza en que se realiza nuestra labor, que contrasta de manera inexplicable con la riqueza de nuestra producción intelectual y editorial. Algunos amigos denominan a esto “la paradoja de Vallejo”, aludiendo a un conocido interrogante que plantea cómo así ha surgido en un país de analfabetos un genio de la lengua como Vallejo. No hay explicación sociológica convincente. No me pida, entonces, que explique por qué San Marcos es “San Marcos” y por qué los sanmarquinos nos sentimos orgullosos de nuestra alma mater, a pesar de que maldecimos y nos peleamos todos los días por nuestros también abrumadores defectos y problemas.
¿Cuál es el criterio de selección que utilizan para las publicaciones?
El Fondo Editorial no opina sobre el contenido de los proyectos que se presentan para su publicación. Son los Institutos de Investigación los que avalan un proyecto editorial o, en ciertos casos, alguna autoridad académica competente en la materia. Su función es establecer en una carta simple la suficiencia académica formal del proyecto; no juzgan sus opiniones de fondo. Esto es así porque es una universidad pública y autónoma frente al poder confesional, político o económico. En San Marcos no hay “delito de opinión”, a pesar de los constantes intentos históricos de grupos de poder por coparla y controlarla. Es el lugar de todas las voces, no porque ello esté estipulado en algún reglamento, sino porque en realidad refleja un país irreductiblemente heterogéneo. Por ello es inútil todo intento de homogeneizarla. Vista desde afuera parece anárquica, pero tal vez esa sea la razón que nos mantiene institucionalmente vivos durante 457 años, pese a todas las adversidades, particularmente en una sociedad de larga tradición autoritaria. Somos una de las instituciones más antiguas del Perú, más antigua que nuestra propia República. Una estabilidad y continuidad increíble en la insoportable levedad del Perú. El secreto es, tal vez, no ser muy rígido en establecer “un criterio” de selección en la creación intelectual, estar abierto a las sorpresas que siempre se dan en el terreno de la investigación y la creación intelectual. Son los propios investigadores los que deben correr el riesgo de sus aciertos y fracasos. La Universidad no es un cuartel o un convento; es un espacio de promoción.
¿Podría mencionar un par de títulos cuyas reacciones positivas superaron las expectativas?
Es difícil responder a eso con objetividad, pues existen diferentes estándares para evaluar el acierto o fracaso de una publicación. A veces son las ventas. Últimamente hemos tenido el caso de Carlos Tovar (Carlín), cuyo libro Manifiesto del siglo XXI. La gran fisura mundial y como revertirla casi se agotó en semanas y nos lleva a preparar una segunda edición. Lo mismo nos sucedió con Flora Tristán y Jorge Basadre, para señalar algunos ejemplos anteriores. Otros libros no tienen una gran venta, pero sí un gran impacto en las comunidades académicas y científicas por sus notables contribuciones en su especialidad; tal es el caso del libro de Rocío Quispe-Agnoli sobre Guamán Poma de Ayala o el de Carlos García Bedoya sobre la literatura peruana, aunque son de discreto impacto mediático. Otros tienen sorprendente impacto en los medios, como la última novela de Carlos Calderón Fajardo, La segunda visita de William Burroughs. Todos ellos, por señalar algunos ejemplos que me vienen ahora a la memoria, han tenido un impacto positivo que superó nuestras expectativas. Particularmente en el sentido de que han vuelto a restablecer el prestigio de nuestra casa de estudios como un verdadero laboratorio de producción de conocimiento y cultura. En sentido estricto, en eso consiste una universidad.
¿Qué significa para usted el hecho de que según estadísticas no seamos un país habituado a la lectura, cómo se podría revertir esto?
Tampoco es fácil responder esa pregunta en una breve entrevista periodística. No estoy seguro de la completitud de algunos indicadores estadísticos que circulan (incluyendo algunos producidos por organismos internacionales) para derivar de ellos una conclusión definitiva sobre el estado de la lectura en el país. La lectura es un fenómeno que transcurre por distintas vertientes y, en mi modesta opinión, requiere un modelo con múltiples indicadores independientes (diacrónicos y sincrónicos), que a su vez puedan ser cruzados para verificar su consistencia. Con frecuencia solo se usan indicadores aislados, posiblemente correctos, pero de los que es apresurado inferir una conclusión global sin caer en una tremenda unilateralidad o superficialidad. Por ejemplo, algunos estudiosos han registrado el número de librerías y sus ventas. ¿Pero qué proporción del mercado de libros son nuestras librerías formales? En una ocasión escuché a Chachi Sanseviero decir que eran el 30%. Asumamos que ello es exacto (yo sospecho que es mucho menor si sumamos no solo el mercado informal y pirata, sino también la venta por Internet, cuyos indicadores muestran un crecimiento exponencial). Pero las librerías tradicionales son un indicador muy débil del consumo librero. La caída histórica de su participación en el mercado librero se explica mejor por los altos costos que ellas introducen al libro (casi el 40% del precio de tapa) que por una caída del número de lectores, que más parece que han virado masivamente al mercado informal o de Internet (cuyo costo llega en algunos casos al 15% del precio de tapa) para la compra de sus libros.
¿Por qué entonces explicar el problema como un asunto de lectoría y no de precios? De hecho, algunos diarios han producido ediciones y ventas masivas exitosas de clásicos de la literatura por la red de quioscos, a precios sumamente económicos, lo que sugiere la debilidad de la hipótesis de la caída de los lectores. Otros indicadores han trasladado el análisis al terreno de la producción, pero en este campo aparece la figura paradójica que registra un crecimiento exponencial de las empresas editoras (comerciales, académicas e institucionales) y el establecimiento en Lima de grandes editoriales extranjeras (Norma, Alfaguara, etc.), aunque se trate de tirajes pequeños.
Pero el crecimiento de la producción editorial acompañado de tirajes pequeños (e incluso tirajes micro o por encargo) puede explicarse más fácilmente por la creciente especialización de la cultura moderna (o posmoderna) que ha abandonado los “grandes relatos” (hasta en la literatura se ha abandonado la búsqueda de una “novela total”), más que por la disminución absoluta de lectores. Hoy en los medios académicos es una frase común aquella de que ya no hay “especialistas en generalidades”, ni siquiera entre los filósofos. No digo que esto esté bien, sino solo que hay que establecer los hechos antes de apresurar conclusiones.
Finalmente, otros han transferido los indicadores deplorables de la capacidad de lectura y razonamiento verbal y matemático de nuestros escolares a la hipótesis que sugiere que esta incapacidad formal de las personas explica la supuesta caída absoluta del hábito de lectura. Pero acá se presupone la validez de una correlación entre indicadores incomparables, pues la caída de la lectura es precisamente la hipótesis que hay que probar antes de establecer tal correlación. Se trata de una falacia clásica de petitio principi, en la que se supone como cierto lo que precisamente hay que demostrar.
El libro sigue siendo un objeto caro para el grueso de la población. ¿Qué opina de la ley del libro respecto a esto?
La respuesta a esta pregunta está atada a la anterior, pues traslada el problema de una supuesta caída en el hábito de lectura de la población al problema de precios y costos de los libros, como el cuello de botella que impide un acceso masivo de nuestra población a los libros. En mi modesta opinión, esta es una aproximación más realista y directa al problema que nos convoca y a su carácter multidimensional. Permite explicar el curso que ha seguido el mercado de libros en las últimas décadas como un desborde de las murallas de la antigua “ciudad letrada” o “cultura elitista” que corría paralela a una sociedad oligárquica. Estoy hablando del traslado de la escritura a una variedad de soportes físico-comerciales múltiples.
Con el curso del mercado lector me refiero no solo a la emergencia de los circuitos informales y de quioscos, sino también a los circuitos de fotocopias (verdadera biblioteca de los pobres) y al de las cabinas de internet, hacia donde se ha expandido el mercado de la lectura de una manera exponencial en las últimas décadas. Usted puede ver con sus propios ojos y cotidianamente estos circuitos en los alrededores y al interior de las populosas universidades de todo el país, en las que se mueve alrededor de millón y medio de personas.
La manera de enfrentar este problema, más que legal (ley de libro) o, peor aún, represiva, es la de abaratar los costos y precios de nuestra producción editorial. Nuestra experiencia nos sugiere que la principal competencia del libro no es el supuesto desinterés de la población (salvo en aquellos estratos de extrema pobreza rural), sino los altos costos y precios de los libros “bien editados”. Tenemos que ponerlos a un precio tal que el lector, si se encuentra ante el dilema de comprar un libro o sacar una fotocopia (o adquirir un libro pirata o bajarlo de internet al soporte de papel), opte finalmente por el libro. Por ejemplo, si deseo un libro que vale 80 soles y fotocopiarlo me cuesta 20, ciertamente no hay necesidad de ser muy pobre para optar por la fotocopia, la edición pirata o imprimirlo en una computadora. Pero si acerco una buena edición a los 40 ó 35 soles, que garantiza al comprador no solo calidad gráfica (además de calidad académica), sino también una duración en el tiempo que sobrepase largamente los 3 ó 4 años de vida de la mejor fotocopia, el lector suele comprar el libro. Este es un ejemplo arbitrario, pero que con distintas magnitudes (dependiendo también de la importancia del libro y de su autor) vivimos día a día en nuestras ediciones universitarias. Por supuesto, esto es solo una hipótesis que tendría que ser confirmada con un buen modelo estadístico de entradas múltiples sobre el mercado librero.
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