viernes, 16 de marzo de 2007

Entrevista a JUAN CLAUDIO LECHIN


La novela La gula del picaflor (Alfaguara) del escritor boliviano Juan Claudio Lechín, es, además de una apasionante sucesión de historias de seducción, una invitación ineludible a indagar sobre el amor y el erotismo. A continuación la versión completa de la entrevista al autor; una versión editada apareció el martes 13 en el diario Correo.

En La gula del picaflor utilizas recursos de la novela picaresca española. ¿Tributo a Cervantes?
No necesariamente, aunque es una vieja tradición que sigue transitando bajo nuestra piel de manera natural. Lo que sucede es que la seducción tiene mucho de acto bufo y otro tanto de tragedia, de tal manera que una verdadera historia de seducción es una tragicomedia, y por ello había la necesidad de escribirla así, con su dosis de humor y de desenlaces tortuosos.

En la novela la tragedia está muy presente. ¿De alguna manera puede decirse que lo trágico va unido siempre con los impulsos del seductor?
No siempre. El gran seductor es el que termina las relaciones sin causar daño y más bien deja una memoria cariñosa, cuando no amorosa, en la mujer. El principiante, en cambio, o el que anida odios contra las mujeres o deseos de venganza, si produce desenlaces fatales e indeseados. O sea por un lado puede ser inexperiencia, pero por el otro cuentas pendientes.

¿El mérito del seductor va en proporción a la dificultad de la seducción?
Si, en el proceso de conquista el mérito del seductor son los subterfugios a los que debe recurrir para conquistar una mujer, pero como dijimos antes, su verdadero mérito es el abandono sin deudas y sin rencores. Es verdad que el tamaño de la dificultad lo obliga a mayores argucias y en ello se mide la empresa del seductor, pero el final, el desenlace es igualmente importante, yo diría que aún más.

¿Hay en el seductor una necesidad de narrar sus proezas?
En general todos los hombres cuando nos reunimos alrededor de una taza de café o una cerveza narramos nuestras proezas, la mayor parte de ellas inventadas o mezcladas parcialmente con la realidad. También se narran como ciertos los deseos insatisfechos, pero es un viejo género oral iberoamericano esto de narrar proezas amorosas. Sin embargo, hay los que por vía de estas narraciones mancillan el honor de las mujeres, y ahí estamos en presencia del clásico Tenorio, que con su patanería esconde un temor atávico o un odio a la mujer.

Viviste en Lima ¿Cuál es tu relación con la literatura peruana?
Leí mucha literatura peruana sobre todo en mi adolescencia, leí Bryce, Vargas Llosa por supuesto, la poesía de Pablo Guevara, luego a Cisneros. Sin duda quedé fascinado con Watanabe, Arguedas en toda su extensión, y mi admiración permanente a mi querido amigo y extraordinario escritor injustamente reelegado, Manuel Scorza. Aprecio mucho la escritura de Jorge Eduardo Benavides, Iván Thays y Alonso Cueto. Y por supuesto la abundante y fundamental literatura colonial, desde los cronistas españoles que escribieron acerca del Perú como Cieza de León hasta Ricardo Palma.

A Lima llegaron noticias de que había entrado en una huelga de hambre como protesta contra la decisión de Evo Morales de modificar arbitrariamente los mecanismos legales de reforma constitucional. ¿Consideras que en la acción es donde un escritor debe asumir su compromiso político y no a través de su literatura?
La literatura es la narración de los arquetipos humanos, su profundización. Construye universos para recrear las miserias y grandezas de los hombres. Como ciudadano, el literato tiene la libertad de expresarse políticamente como cualquier otro ciudadano y es en esa condición, paraliteraria que entré en 14 días de huelga de hambre contra el creciente avasallamiento de leyes y derechos humanos que está haciendo el gobierno de Evo Morales. Pero yo no ligaría necesariamente a la literatura con ningún compromiso político. La literatura tiene compromiso con la disciplina humana más trascendental, la más duradera que es la propia literatura. Nada de la creación humana ha trascendido tantos siglos como la Iliada o la Odisea, la presencia actualísima de Shakespeare, cuatro siglos más tarde corrobora esta duración de las letras. Sin mencionar tantos otros como el Collar de la paloma de Ibn Hazm, publicada en el siglo IX, reeditada en el 2003 y con la edición agotada ese mismo año.

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