Pesadilla de verano
Nadie –salvo algún dramaturgo peruano de irascible ego– podría defender aquella tesis que torna intocable cualquier texto entendido como clásico de la dramaturgia universal. Sin embargo, la versión perpetrada por Rocío Tovar de Sueño de una noche de verano podría entenderse, más que como una mirada personal de la directora, como un flagrante agravio.
Nadie le reclama por los arrebatos de audacia frente al texto de Shakespeare. Lo lamentable es que aquellos arrebatos terminan estrellándose ante la ausencia de una propuesta original y solvente. Tovar reduce la pieza del dramaturgo inglés a una comedia erótica, que no es mala la idea, pero rebaja la puesta con una sucesión de gags que fluctúan entre la poca elaboración y lo burdo. A su favor diremos que logra en el público su cometido; risa fácil, dirían algunos.
La parte de la compañía de actores, sobre todo con su representación ante la corte, resulta plana, salvo cuando estos personajes se reparten los roles de su pequeño montaje. Aquí Rómulo Assereto se luce en el papel del inquieto Bottom. Y si de actuaciones se trata, destaca también Pierina Pirota (que interpreta a Helena y a una de las hadas de Titania) por su facilidad y dominio de la comedia. Los demás, apenas cumplen.
Luego del descomunal éxito de Perú Jaja, Tovar creyó haber encontrado la fórmula del éxito. Y, claro, los números le dan la razón: sus siguientes montajes repitieron el plato respecto a la taquilla. La calidad de las propuestas, sin embargo, decayó ostensiblemente, como lo demuestra la forzada Perú Jaja 2 y este último trabajo.
Sueño de una noche de verano, en la versión de Tovar, resulta ideal para los urgidos de evasión (que en nuestro país son muchos): una velada en la que no se le exigirá pensar, sólo reírse. Y como complemento, ideal la fast food. Provecho.
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