martes, 29 de abril de 2008
Entrevista a ERNESTO FERRINI
Hace dos años Ernesto Ferrini marcó su debut literario con La tristeza de los burros. Ahora, con un mejor pulso narrativo y una estructura argumental más compleja, nos entrega Los crímenes del caso mariposa (Planeta, 2008), una novela en la que rinde tributo a Roberto Bolaño.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía FRANZ KRAJNIK
Los crímenes del caso mariposa representa un paso adelante en relación a tu primera novela. ¿Lo consideras así?
Sí, me siento más tranquilo. Estoy mucho más contento con esta novela. Si, me doy cuenta de que hay un salto importante en lo que es el tema o la densidad de los elementos que trato. No creo que tenga una voz propia porque es mi segunda novela. Ahora creo que estoy interiorizando las distintas influencias. En la primera Leonardo Aguirre advirtió un tufillo vargasllosiano. En esta novela me parece que es más evidente la influencia de Bolaño, por la estructura narrativa y porque hay un personaje que lleva su nombre. En lo que escriba a partir de ahora quizás esas influencias sean más difuminadas.
Esta es una novela policial con ciertos toques de sátira…
Sí, incluso yo creo que es más una novela negra. Claro, además, al poner el acento no tanto en la investigación policial sino en el contexto, eso se prestaba bien para hablar de lo que sucedía un poco en Europa con los inmigrantes, ciertos grupos políticos y mirar con ironía todo eso.
Noto en esta novela un mayor logro en la concepción de los personajes…
La estructura de la novela hace que los personajes pasen de contrabando sus historias íntimas. No tanto ya el crimen o la investigación, sino lo que piensan. Todo eso se presta bien a darle densidad a los personajes.
Además de la influencia de Bolaño que mencionas, qué otras hay. Advierto, por ejemplo, un guiño con Poe, específicamente con Monsieur Dupin.
Claro, con Los crímenes de la calle Morgue. Otras influencias: Hammett. Leí a varios italianos en esa época para hacerme una idea de cómo trataban ellos a la ciudad de Milán. Por ejemplo Carlo Lucarelli. Pero también hay influencia de Lobo Antunez, quien tiene una novela que se llama En el culo del mundo.
¿Cómo surge el tema ecológico?
Me interesaba el tema ecológico. Me ha llamado la atención de que haya personas en otras partes del planeta que tomen decisiones que nos afectan directamente. Y nunca hemos sido consultados. Y me atrajo mucho ese terrorismo verde que son más que nada actos vandálicos. Y me interesaba un poco investigar esta línea entre la desobediencia civil y el terrorismo puro.
¿Cómo ves a los autores peruanos contemporáneos tuyos?
Yo creo que muchos tienen más una influencia con Bolaño; creo que ese es el vínculo más fuerte. Por lo demás, no mucho. En los que he leído veo temas muy variados, no veo muchos puntos en común.
¿Ya tienes en mente una próxima novela?
Sí, estoy investigando. Aún no defino personajes y trama. Pero quiero ambientarla en los últimos meses del gobierno de Fujimori. Pero no puedo decir más, recién la estoy armando.
*Entrevista publicada en Correo hoy 29/04/08.
COLUMNA: La Cornisa
Por MANUEL ERÁUSQUIN
Desde que lo conocí, detecté ese halo de romanticismo épico en su espíritu. Confieso que lo admiraba: corría hacia el destino que soñaba y abrazaba sin temor, sin miedo, a la mujer que amaba. Caso raro en nosotros los hombres, que muchas veces preferimos morir sin dar señales de nuestra propia humanidad: el perfecto legado de la perversidad machista.
Hace mucho que no sé de él. La última vez que hablamos fue frente al mar de Pucusana, en pleno invierno limeño. Estaba recién casado y evidenciaba el sobresalto de saberse feliz. El día comenzó ofreciendo la espesura de la neblina, una atmósfera propicia para el terror o la tristeza. Pero no fue ni lo uno ni lo otro. Aquella vez la melancolía cubrió nuestros rostros. Era inevitable partir del Perú. El y su esposa tenían un futuro para vivir en Londres, donde habría más neblina pero también amor.
Paseando en bote por la playa, él atisbó mi inquietud, pudo mirar mi desconsuelo. Hay personas que a diferencia de otras, o sea la mayoría de mortales, pueden ver el corazón de los demás. Algunos lo llaman intuición, otros lo asocian a alguien sencillamente perceptivo y observador. En este caso era un poco de todo. Menos brujo.
“Tener miedo es una sensación normal, un sentimiento absolutamente humano, no siempre podemos ser héroes, no siempre podemos entregar nuestro corazón sin correr el riesgo de perder. Lo único que debemos hacer es no dejarnos paralizar: tenemos que luchar, pero por convicción, no para sobrevivir. Aquí tenemos que aprender a vivir y a vivir bien. O te levantas o te pierdes en tu propia mugre; tú decides”, culminó de decir con seguridad, con cierto aire aleccionador de maestro a aprendiz. En aquel momento detesté su comentario, mezcla de frases sacadas de un libro barato de autoayuda y lugares comunes. Paradójicamente, cada palabra suya fue espeluznantemente certera.
Así era Andrés, frontal y sanguíneo. Daba la impresión de que blandía una espada para vencer a su propia oscuridad. Su pasado poseía los escombros del dolor, de dramas impensables para cualquier ser común y corriente. Sus padres habían fallecido de cáncer. La madre primero, luego el papá. Se dice que no soportó la pérdida y somatizó la enfermedad. El fue criado por su tío paterno, quien lo amaba, pero nunca fue igual.
Antes de despedirnos volvió a mirar en mí, sus ojos expresaban la comprensión de un hermano: “Yo encontré la paz en la sonrisa de una mujer. Es hora de que te descubras y busques esa paz en la mujer que quieres, halla en su sonrisa tu propia redención y no jodas más. Vale la pena”. Tuvo razón: ahora contemplo esa sonrisa y deseo que sea inmortal.
*Publicado en Correo hoy 29/04/08.
lunes, 28 de abril de 2008
TEATRO: El teniente de Inishmore
Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de PÁVEL UGAZ
No es necesario darle cabida al pesimismo para darse cuenta que, en este mundo descarrilado en el que moramos, la vida parece valer nada. El dramaturgo anglo-irlandés Martin McDonagh es consciente de aquello y ha pergeñado así una obra de teatro que, muy a su estilo directo y descarnado, indaga sobre el sinsentido de la violencia.
McDonagh no es un desconocido en estas latitudes. En el 2006 el joven director Juan Carlos Fisher evidenció las dimensiones de su talento al poner en escena una de las obras de este peculiar dramaturgo: El hombre almohada. Dicho montaje fue celebrado como uno de los mejores del año y su director ungido como la gran revelación. Ahora Fisher –quien luego haría la desquiciante Bicho de Tracy Letts– retoma su idilio creativo con este autor para poner en escena, en el teatro La Plaza ISIL, El teniente de Inishmore.
“Conversando con Rómulo (Assereto) –quien ha participado en los tres proyectos–, le decía: esta es nuestra trilogía de la sangre. En El hombre almohada la violencia era sugerida; Bicho era una historia sicótica, agresiva, apasionada; y en este caso es el sinsentido de la violencia”, señala Fisher.
La trama de El teniente de Inishmore gira en torno a Padriac (interpretado por Rodrigo Patiño), un despiadado soldado del Ejército Nacional por la Liberación de Irlanda, quien regresa a Inishmore movido por una irrefrenable sed de venganza. A él no le importarán, en absoluto, las personas que deba aniquilar en su búsqueda por dilucidar la muerte de su ser más querido: su gato Tomasín.
El reparto luce a los reconocidos actores Alfonso Santistevan y Mario Velásquez. Además de los jóvenes Gisela Ponce de León, Rómulo Assereto, Daniel Neuman, Gerardo García y Lazlo Kovacs. Se trata de una puesta en escena que, como las anteriores, no otorga respiro al espectador. “Es como poner de alguna manera a Quentin Tarantino sobre el escenario para decir: ¿tiene sentido este horror? –apunta Fisher–. Y creo que viviendo en una época como en la que vivimos no puede ser más actual”. Basta un breve vistazo a los noticiarios para colegir tal afirmación.
ROTH por CUETO
Hace una semana Alonso Cueto comentó en su columna de Perú21 el libro de cuentos Sauce ciego, mujer dormida (Tusquets) del estupendo Haruki Murakami, uno de mis autores predilectos. En su columna de hoy, Cueto comenta la última novela traducida al español de otro de mis autores referenciales: el maestro Philip Roth. Se trata de Sale el espectro (Mondadori).
Cueto señala que “en los personajes de Roth la respuesta es la escritura. La alusión a Strauss (un artista capaz de "mostrarse desnudo") nos recuerda al mismo Roth. Es por eso que debe proteger como sea a Lonoff, el gran autor que quiere ser ridiculizado por Kliman, su biógrafo chismoso.
Esta búsqueda del absoluto de la escritura sostiene la búsqueda de Nathan en una novela magnífica, una de las mejores de este autor. No hay otro escritor norteamericano que escriba con tanta precisión y tan bien, mientras mira de frente al abismo.
Roth se burla de sus dolores, no se queja y escribe con una frialdad conmovedora. Por su calidad, no por su entereza, es hoy un ejemplo para cualquier escritor del mundo”. Les recomiendo leer el texto completo.
QUIPU 3: "Ripucuchcaniñam ccamña allimlla" de Juan Osorio Ruiz
El tercer escritor elegido para su publicación en Quipu es el hasta hoy inédito narrador Juan Osorio Ruiz, nacido en Huancayo en 1976.
A partir de la fecha, Quipu anuncia que sus ediciones serán mensuales y ya no quincenales, de modo que los cuentos o poemas ganadores serán publicados por la red de blogs asociados al proyecto no cada dos lunes, sino cada cuatro lunes de ahora en adelante, para facilitar la labor de las personas encargadas de la evaluación.
Asimismo, comunicamos a los lectores y participantes que uno de los ofrecimientos que recibimos en un principio, la publicación impresa de los textos en el suplemento Identidades del diario El Peruano, no se ha podido mantener en pie en razón del poco espacio disponible en el periódico, motivo que escapa al poder de los encargados de este proyecto.
Quienes necesiten recordar las bases de participación, podrán verlas en los blogs Puente Aéreo y Quipu esta semana.
Ripucuchcaniñam ccamña allimlla
Juan Osorio Ruiz
Mi bisabuela llegó desde Huancavelica unos meses después de la muerte de mamá, a mitad de una tarde en la que las ventanas lagañosas impregnaban de frío la sala de mi casa. Llegó del brazo de mi padre, su nieto, envuelta en sus innumerables polleras, luciendo un sombrero gris decorado con coquetos ribetes rojos, saludándonos con tiernas frases quechuas llenas de diminutivos y con una minúscula maletita en la que traía todo lo que necesitaba: una que otra prenda de ropa, una bolsita con menjunjes que sólo ella sabía utilizar y el álbum de fotos familiares de contenido casi arqueológico.
Una vez instalada en la que era hasta entonces mi habitación, mi padre nos convocó a mis hermanas y a mí para pedirnos estar siempre solícitos y atentos con ella por lo avanzado de su edad. Sin embargo, pronto descubrimos que mi bisabuela tenía la rara cualidad de anticiparse a todo, y a todos: se levantaba muy temprano y con el caminar propio de quien ha comprendido que hay un momento en la vida a partir del cual toda prisa es inútil, pues todo plazo se vence y toda prerrogativa se acaba, se dirigía a la cocina a preparar el más viscoso y más delicioso quáker con leche del mundo. Y antes de que cualquiera de nosotros dijera “Buenos días abuelita” ya estaba ella disponiendo las ollas y cortando las verduras en trocitos de exactitud matemática para prepararnos el almuerzo. Y mientras se cocían las verduras y echaban color los guisos, se sentaba al lado de la cocina a gas, que desdeñaba en un comienzo, a saborear sus trocitos de pan remojados en quáker con leche, haciendo largas pausas y dando mordiscos suaves y periódicos, cual sacerdote en ofrenda eucarística, con una parsimonia que no era producto de la disminución de sus fuerzas, sino de su sabia actitud ante la vida.
Mi abuelo, su hijo, había llegado también a nuestra casa un mes antes a insistencia de mi padre pues los muchos años de bohemia le estaban pasando factura (intereses moratorios incluidos) y aunque a regañadientes, había sido internado en una clínica cercana donde tratarían de curarlo. No había pasado ni una semana desde la llegada de mi bisabuela cuando recibimos la noticia de que los riñones de mi abuelo habían dejado de funcionar. Tras una corta agonía falleció por insuficiencia renal.
Dicen que mi bisabuela había criado a mi padre, su nieto, a mi abuelo, su hijo; había cuidado también de su esposo, mi bisabuelo, y desde muy corta edad, se había encargado de la atención de su padre, mi tatarabuelo. A la luz de los resultados, su caprichosa buena salud no había sido un don tan preciado pues mientras los eslabones más antiguos de esa cadena interminable que es una familia, se habían ido muriendo, a ella le había tocado en suerte mantenerse a pie firme sosteniendo la cadena, sepultando a los más antiguos, y cuidando de los más jóvenes sin emitir queja alguna.
Al contrario de lo que todos pensábamos, la partida de su hijo, mi abuelo, no la afectó demasiado, parecía siempre encontrarse de buen ánimo, excepto algunas mañanas muy temprano, cuando yo la sorprendía sentada en el jardín interior de la casa, con la mirada perdida y hablando sola con ese tonito arrullador que sólo la gente de la sierra es capaz de pronunciar, delicioso, melancólico y musical.
A partir de la muerte de mi abuelo fuimos nosotros, sus bisnietos, los destinatarios de toda su atención; sus mimos se hicieron más prolíficos, sus comidas más reconfortantes, las conversaciones en quechua con mi padre fueron más subliminales a mis oídos y los tejidos de tupida lana con los que nos enfundaba para soportar el frío serrano no tuvieron comparación.
Pero pronto la acrobática economía familiar fue ensombreciendo nuestro cómodo chalet como se oscurecen las tardes antes de una severa granizada. Mi padre era un policía ejemplar pero un pésimo negociante. Y si bien al comienzo no todo el dinero se perdió en las dislocadas empresas que iniciaba, su soledad terminó deprimiéndolo y conduciéndonos a todos a los linderos de la ruina.
Así pasaron varios meses en los que algo fue cambiando en casa. A medida que mi padre se sumía en más deudas, los cariños de mi bisabuela fueron adquiriendo una dimensión distinta, aunque se mostraba excesivamente maternal, nosotros ya estábamos bastante crecidos como para aceptarla como reemplazante de nuestra madre. Aunque no era su culpa, había llegado a nuestra casa demasiado tarde, a destiempo. Así que pronto sus cariños nos hostigaron, sus comidas perdieron el encanto y hasta mis hermanas prefirieron enfrentar al frío invierno en los brazos de algún adolescente oportunista y ya no con las chompas de lana tejidas por mi bisabuela.
Entonces ella, silenciosa y discreta, no hacía mayor cosa que acurrucarse al lado de la cocina a gas, que ya no desdeñaba tanto, inquebrantable en su intención de confeccionar innumerables prendas de lana con la esperanza de que alguna vez volviéramos a usarlas.
Así, nuestra anciana huésped fue paulatinamente convirtiéndose en un mueble confinado en un rincón de la cocina, aferrada a sus costumbres e imposibilitada de comunicarse con nosotros por las distancias del idioma y las insalvables brechas abiertas por el tiempo y las circunstancias.
Aquella noche mi padre había llegado borracho a casa y mi bisabuela, diligente como siempre, le había servido una gran taza de café cargado, lo había llevado hasta su dormitorio y le había intentado quitar los zapatos antes de recostarlo en su cama. Mi padre, obnubilado por el alcohol, se había empecinado en dormir con los zapatos puestos, algo que para mi abuela era inaceptable. “Déjame tranquilo que tú no eres ni mi esposa, ni mi madre” le había imprecado. Tras una pausa prolongada, ella sólo llegó a decir: “Ripucuchcaniñam ccamña allimlla” y en silencio se retiró a su habitación.
A la mañana siguiente, cuando me levanté, encontré ropas tiradas a lo largo del oscuro pasadizo que conducía al jardín interior; allí, junto a la puerta, se encontraba mi bisabuela sentada en una diminuta banca que se ahogaba entre sus polleras, cortando con unas viejas tijeras la última chompa que había tejido con incansable esmero. Sus labios susurraban una cancioncilla medio triste y medio dulce que me pareció reconocer, quizá de algún tiempo remoto en el que yo aún no existía.
Caminé hasta colocarme junto a ella, sus delicadas manos soltaron las tijeras y me acomodaron el cabello dándome luego la usual nalgadita convertida en caricia. “Ripucuchcaniñam ccamña allimlla huahua”, me dijo a mí también. A pesar de no entender el significado de aquella frase impronunciable para mí, supuse que quería que la dejara sola. Mientras ella retomaba sus insondables pensamientos me escabullí hasta el umbral de mi dormitorio desde donde todavía podía verla. Su canción terminó unos minutos después para dar paso a un silbido entonado, alternado con gorgoritos deliciosos que me hicieron sonreír. Y con toda calma, como la había visto desde su llegada, se levantó y caminó hasta su cuarto, abrió aquella diminuta maleta con la que había arribado, sacó las fotos que guardaba celosamente y las puso en su velador, en su lugar introdujo los retazos de las prendas de lana que había cortado; la cerró sin prisa, la puso debajo de su cama y se acostó.
domingo, 27 de abril de 2008
LETRA CAPITAL: Tercer Aniversario
No soy dado a las celebraciones ni tampoco mi memoria es idónea para las fechas importantes. Sin embargo, por algún extraño motivo –que a estas alturas ya he olvidado–, marqué con un aspa a principio de año la fecha “22 de abril” en el calendario que descansa encima del monitor de la computadora de la oficina. La fecha en cuestión me recuerda que este blog cumple tres años de existencia.
Un incontenible arrebato de nostalgia me llevó al primer post: una entrevista que le hice a Mario Bellatin. La idea que rondaba mi cabeza en aquella época era la de postear las entrevistas a escritores que hiciera en el diario Correo –diario al que había arribado tras una temporada en Expreso– y, en el mejor de los casos, postear el diálogo completo, con todo y lo que, por espacio, no llega a salir en la edición impresa del diario. No he descubierto la pólvora, aclaro; dicha modalidad la descubrí hace mucho tiempo en Peru21. Ellos anunciaban que en su web uno podía leer las entrevistas completas. Y yo, lector febril de todo lo relacionado a la literatura, acometía la lectura de esas entrevistas con la intensidad de un insaciable.
Eso mismo intenté hacer en mi blog a partir de una segunda entrevista posteada, esta vez a Iván Thays (1). He entrevistado a Iván varias veces, para casi todos los diarios en dónde he laborado. Y hablar con él sobre literatura me resulta siempre un gran placer. En aquella ocasión Iván no había presentado ninguna novela y aún no aparecía tampoco su estupenda antología temática Pasajeros perdurables (Seix Barral). Sin embargo, hablar con él sobre el momento literario local me parecía un adecuado pretexto para una amena entrevista de domingo. Una versión editada de la misma apareció en Correo e, inmediatamente, después, sin cortes de edición, en Letra Capital (2). A partir de ese momento he intentado repetir la experiencia siempre, pero confieso que no he podido cumplirla, muchas veces por el trajín que el periodismo diario acarrea. Así han aparecido aquí entrevistas a escritores peruanos como Mario Vargas Llosa, Edgardo Rivera Martínez, Alonso Cueto, Enrique Prochazka, Oscar Málaga, Miguel Gutiérrez, Fernando Ampuero, Luis Hernán Castañeda, Jeremías Gamboa, Oswaldo Reynoso, Ricardo Sumalavia, Carlos Calderón Fajardo, José Guich, José Donayre, José Adolph, José Watanabe, Rodolfo Hinostrosa, entre otros. Y también extranjeros como Pablo de Santis, Edmundo Paz Soldán, Federico Andahazi, Alan Pauls, Alberto Fuguet, Evelio Rosero, Oscar Hahn, Juan Claudio Lechín, entre otros. Varias de estas entrevistas fueron realizadas al alimón con mi entrañable amigo Manuel Eráusquin.
Con el tiempo he intentado también compartir, con quienes tengan la amabilidad de leer este blog, algunas noticias literarias que llaman mi atención o aquellas lecturas en las que me he sumergido con gran delectación. No lo he hecho con la frecuencia que hubiese querido, sin duda; y aunque no puedo prometer que revertiré tal situación, haré el intento.
...
(1). Existen cosas que uno no termina de entender. Las decisiones que toman en el canal del Estado, por ejemplo. Recuerdo cuando hace algunos años José Watanabe instauró en dicho canal la celebradísima franja cultural. Hoy casi no quedan restos de aquella gran iniciativa. El cierre de programas como el de Iván Thays, Vano oficio, al igual que otros como el de Guillermo Giacosa o incluso el de Cucho Peñaloza, nos revelan la “importancia” que tiene la cultura en el llamado “canal de todos los peruanos”.
(2). El nombre del blog, Letra Capital, alude a una columna de opinión, de temática libre, que tuve hace muchos años en una diario de no muy grata recordación.
lunes, 21 de abril de 2008
AMPUERO presenta novela
Mentadas de madre de PABLO GUEVARA
Se hizo esperar. Anunciado a fines del año pasado –con justificada fruición tratándose del inédito libro de un entrañable poeta como Pablo Guevara–, los incondicionales lectores del autor de Retorno a la creatura tuvieron, sin otro remedio, que esperar hasta ahora la aparición de Mentadas de madre (Fondo Editorial de la UNMSM, 2008).
Quienes tuvieron la gracia de conocer a Guevara, aseguran que el poeta afirmaba que este poemario era, sin lugar a dudas, el más personal de su tan personal corpus poético. Y vaya si lo es. Mentadas de madre, escrito según cuentan los entendidos a finales de la década del setenta, traza un recorrido por su historia familiar, siendo su progenitora una figura recurrente a lo largo del libro. “¡Y ahora, madre, te vas quedando hueso y pellejo!/ tu columna vertebral afilada como un cuchillo o una quilla herrumbrada –ya no eres más el long-long cruiser o el paquebot ese d los veranos de luxe de mi infancia” (p.97). Allí radicaría una de las acepciones del título, la frecuencia en la mención de la madre. La otra, alusiva a la conocida coloquial frase, manifiesta su desencantamiento del mundo: “... mientras voy navegando con suerte sorteando arrecifes por estas calles tan tempestuosas de Breña infestadas de escualos por las que llego tras salvar mil escollos... y el timbre no suena... ¡Cosas del demonio! ¡Cosas del demonio!” (p.127). Lectura ineludible. (CMS)
*Publicado en Correo el lunes 21/04/08.
MURAKAMI por CUETO
Murakami –al igual que McCarthy, Roth y, en alguna medida, Auster– se ha convertido para mí, desde hace algún tiempo, en un imprescindible en cuanto a lecturas se refiere. No hace mucho leí Sauce ciego, mujer dormida, el más reciente libro traducido al español de este estupendo escritor japonés. Añado, además, que aún sigo en constante pesquisa por hacerme de algunos títulos que aún no poseo.
Y es justamente sobre este libro de cuentos que ha escrito su columna de Peru21 Alonso Cueto. Específicamente sobre “La chica del cumpleaños”, el segundo relato del libro. Cueto finaliza su texto señalando que “Murakami asocia situaciones aparentemente inconexas y descubre en esa inarmonía una cifra de la conducta de sus personajes. Sentimos que mientras menos sabemos de ellos más los conocemos. Creo saber cuál es el deseo que pidió la chica del cumpleaños”. Les recomiendo leer el texto completo.
martes, 8 de abril de 2008
Entrevista a MARIO VARGAS LLOSA
Mario Vargas Llosa disfruta de un momento especial. Luego de acompañar todo el proceso de montaje de su pieza teatral Al pie del Támesis, el escritor puso de manifiesto su satisfacción por el resultado. Y, además, confiesa que se encuentra al pie del partidor de lo que será su nuevo proyecto novelístico, una ambiciosa obra de largo aliento, que relata la travesía vital de Roger Casement, personaje que denunció las atrocidades del rey belga Leopoldo II contra los nativos en el Congo y los abusos de los caucheros en el Putumayo, a principios del siglo XX. Paradójicamente, este personaje sería sentenciado a la horca por sus vínculos con revolucionarios irlandeses.
Entrevistan MANUEL ERÁUSQUIN y CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de PÁVEL UGAZ
En el Al pie del Támesis aparecen temas que son constantes en su obra. Por ejemplo, la memoria y el pasado, aspectos tan importantes para develar la identidad de los seres humanos.
Así me dicen. Yo no me doy cuenta porque cuando escribo una obra no pienso que existan recurrencias. Pero bueno, a la distancia aparecen. Y es interesante esa situación. En ese sentido, recuerdo una frase de Roland Barthes, quien en uno de sus ensayos dice: “La historia de un escritor es la historia de un tema y sus variaciones”. Ahora, en este aspecto uno no tiene la distancia como para advertirlo, se advierte sólo después.
Pero digamos, el artista expresa muchas veces de manera involuntaria en su obra aquellos registros vitales que lo han marcado.
Yo creo que hay, aunque quizá no en todos los escritores pero sí en muchos, un núcleo de experiencias que los han marcado profundamente. Sin embargo, no es algo de lo que siempre se esté consciente.
El tema de la identidad sexual, que es una de las lecturas de la obra, refleja el machismo absoluto de nuestro país y el miedo de aceptar formas de vida no convencionales, por decirlo de alguna manera.
Bueno, pero eso es normal, formamos parte de una tradición muy represiva en materia sexual. No te olvides que la España que llega a América es la España de la Cruzada, de la Contrarreforma, de la Inquisición y hay una represión muy fuerte a todo lo que se refiere al universo del sexo. Y eso lo hemos ido arrastrando, y nuestra liberación ha sido tardía, relativa y muy frenada por experiencias como las del machismo. En consecuencia, una historia como Al pie del Támesis hubiera sido vivida de una manera muy distinta en Nueva York, Londres o París. Aunque no en ciertas ciudades de provincia de España o incluso de Francia o Inglaterra. Y sobre este aspecto recuerdo una película muy bonita, porque ese tema estaba tratado de una manera muy delicada. Si no me equivoco se llamaba Escenas de caza en la Baja Baviera (Peter Fleischmann, 1969). Era una historia de este tipo en un mundo campesino, en un mundo muy cerrado en sí mismo, muy tradicional, muy primitivo y es una historia terrible porque poco a poco cuando se sospecha que uno de los muchachos del pueblo tiene tendencias homosexuales se desencadena contra él un odio, que es un odio producto del miedo, del terror de vivir una experiencia parecida, y esta historia termina en un linchamiento, en una especie de gran acto inquisitorial que realiza toda la comunidad. Y bueno, incluso en países aparentemente muy civilizados, muy modernos hay todavía enquistados ciertos prejuicios muy arraigados.
Claro, y ahí aparece esa vida paralela que es ficticia…
Como la tenemos todos, pues todos los seres humanos sin ninguna excepción tenemos la vida real, la que vivimos, y una vida más bien secreta, que es la vida de nuestros deseos, nuestras fantasías, nuestros sueños; esa es una vida paralela a la que todos nos abandonamos, a veces por instantes o a veces de una manera involuntaria como cuando soñamos, o a veces, como sería el caso del Chispas, que en pequeños espacios de libertad que tenemos nos salimos de nosotros mismos y vivimos experiencias que son puramente fantasiadas. No totalmente gratuitas, porque en el fondo de todas las fantasías hay algo secreto que aparece. Ahora, ¿qué es lo que aparece? Yo no sé, no sé más de lo que está en la obra, pero creo que ese tema de la ficción y la realidad, la fantasía y la vida vivida es un tema central en la obra, probablemente más importante todavía que el tema de la identidad sexual.
El teatro es una pasión que le viene desde su infancia, una influencia feliz.
Sí, desde mi infancia y yo sé desde cuándo: desde que vi Muerte de un viajante, de Arthur Miller, montada por una compañía argentina que era dirigida por Francisco Petrone, en el Teatro Segura. Y para mí ha sido una de las grandes experiencias como espectador de mi vida. A mí esa obra me revolucionó, y me impresionó sobre todo que en una obra de teatro ocurrieran las cosas con esa misma libertad que ocurrían en las novelas modernas: saltos en el tiempo o saltos en el espacio. Y creo que lo primero que escribí más o menos en serio fue una obrita de teatro entusiasmado por la experiencia de haber visto esa obra, y desde entonces el teatro ha sido un amor paralelo, a veces muy interrumpido por muchos años, pero siempre he tenido el teatro cerca.
¿Qué encuentra en la dramaturgia que no encuentra en la novela?
Mira, el teatro es una de las formas de la ficción y lo que me gusta del teatro es que se viven historias, historias que son ficciones. Y de todos los géneros literarios el que simula mejor la vida es el teatro. En ningún otro género una historia se encarna en seres de carne y hueso. Ahí, en el escenario, una historia se vive como se vive en la vida. Es una vida simulada, pero simulada sólo hasta cierto punto porque quienes encarnan a los personajes son de carne y hueso. Además el teatro posee la característica esencial de la vida que es la fugacidad: aquello ocurre y deja de ocurrir y desaparece como en el mundo real. Entonces, yo siendo un novelista que ama profundamente la novela, en el teatro esa ilusión de vida me parece más intensa, es el género que llega realmente a tocar la vida: máxima ilusión de un escritor de ficciones.
Usted al espectar su obra en escena habrá experimentado otro tipo de asombros.
Bueno, como autor en la novela uno es amo y señor de lo que se hace, pero en el teatro no. Para un novelista escribir teatro es una lección de modestia. Tienes que entender que lo que vas a hacer es sólo una pieza dentro de una maquinaria en la que otros factores, como el director, los actores o los técnicos, van a contribuir de una manera capital a que esa obra sea una realidad. Lo que uno escribe es un guión, un punto de partida, pero el espectáculo lo monta un equipo. Para mí, en este caso, ha sido una experiencia muy bonita poder seguir desde la primera lectura de la obra toda la construcción, asistiendo a los ensayos, lo que me ha permitido hacer correcciones, porque es interesante oír el texto que has escrito. Ahí surgen cosas que sobran, cosas que faltan. Además hemos tenido una colaboración muy intensa con el director Luis Peirano, con los dos actores que han sugerido cosas que me han servido para mejorar la obra. Ha sido una bonita experiencia que no he tenido otras veces; alguna vez pude asistir a algunos ensayos, pero seguir tan de principio a fin el montaje es la primera vez.
En su columna Piedra de Toque, hace tres años, usted recurrió a su personaje Zavalita, de Conversación en la Catedral, para agregarle una respuesta a la pregunta emblemática ¿En qué momento se jodió el Perú? con la sentencia: El Perú es el país que se jode cada día.
Bueno, los países que se joden no se joden de una sola vez, es un proceso también. Así como los países que salen adelante lo hacen a través de un proceso, los países que se hunden en la pobreza, en la ruina, en el caos, lo hacen por una elección más o menos sostenida.
Pero digamos: ¿Cuál es su relación emotiva con el Perú ahora? Lo preguntamos también porque la relación con el Perú es muchas veces áspera, hostil.
Sí, es una relación áspera, exactamente. Pero bueno, yo que no soy nada nacionalista, yo que odio el nacionalismo, pues me parece que es una de las grandes aberraciones humanas que han provocado a lo largo de la historia sangre y muerte, creo que el nacionalismo debe ser combatido como una forma de la estupidez humana. Ahora, lo que es una realidad es que uno se forma en un entorno, en un medio y eso es algo que te marca profundamente y que sobre todo deja una herencia muy fuerte en la memoria, algo con lo que cualquier artista trabaja toda su vida, pues es su materia prima. Esa es para mí la explicación de por qué pese haber vivido tantos años en el extranjero el Perú vuelve con tanta frecuencia en lo que escribo. Incluso, cuando escribo historias que no están situadas en el Perú, pues queda clarísimo que en el fondo, en la raíz de esas historias, el Perú siempre está presente. Entonces, creo que eso hace que yo tenga con el Perú una relación más visceral que con cualquier otro país. De hecho, las cosas que ocurren en el Perú me importan siempre, a pesar de períodos muy largos de distanciamiento físico. Ahora, quizá también es una abstracción bastante injusta. Porque la patria es para cada cual algo mucho más reducido que el conjunto de nación: ciertos barrios, ciertas personas, el entorno familiar, los amigos, gente que ha tenido un papel central en los afectos, en la formación de uno. Creo que el Perú que yo recuerdo es un Perú pequeñito, como el de todos, que más o menos hemos vivido muy directamente. El resto del Perú es una extensión de todo eso. Pero en ciertas épocas de mi vida, sí, yo he conocido otras caras del Perú. Por ejemplo, cuando hice política y fui candidato a la Presidencia viajé mucho por el Perú, y además en una época muy especial que vivía el país. Entonces, ahí fui descubriendo de pronto otras dimensiones de un país que yo creía conocer y en realidad no conocía profundamente.
Las distintas almas del Perú…
Exactamente, y bueno las distintas culturas sobre todo. El Perú es país de muchas culturas. Una nación hecha de muchos países, en realidad. Eso yo creo que es una riqueza, no una pobreza. Un país que es muchos países es una especie de microcosmos, algo que es una riqueza más bien.
Pero pareciera que el Perú estuviera marcado por lo inconcluso, por lo fallido.
Sí, y es porque nunca hemos tenido una orientación más o menos segura, mantenida, continuada, sostenida a lo largo de las generaciones, cosa que sí han tenido los países que han avanzado, prosperado y que se han modernizado. Por eso son países más libres, más democráticos. Y el Perú, como todos los países subdesarrollados, empezaba en una dirección, después paraba, retrocedía e intentaba otro camino. Entonces, el avance era lentísimo y era terriblemente desigual: avanzaban unos y otros se quedaban rezagados. Y esa es un poco la descripción del subdesarrollo. Hemos tenido períodos en que parecía que ya estábamos orientados, como éste, por ejemplo. Pero no se puede meter las manos al fuego, no sabemos qué puede pasar mañana y esa incertidumbre es una de las grandes tragedias de un país, de una sociedad.
LA NUEVA NOVELA
Su nuevo proyecto novelístico tiene una proyección de largo aliento, según lo que se sabe.
Sí, es un proyecto de novela que me va a tomar algunos años.
Cinco años es lo que se dice que le va a tomar escribir esa nueva obra.
Cuando tuve el problema con el corazón le dije a mi cardiólogo, que es mi amigo, el doctor Waldo Fernández: “Bueno, necesito cinco años, te advierto, para terminar mi novela, me tienes que garantizar esos cinco años”. Y en este caso, va a haber una investigación de campo como hice en La guerra del fin del mundo o en La Fiesta del Chivo. Ahora, no con la intención de ser fiel a la historia, pero sí conocer lo que se sabe de la historia. Y bueno, todo gira en torno a un personaje llamado Roger Casement, quien era irlandés cuando Irlanda pertenecía al Reino Unido. El fue diplomático británico en el Congo, cuando este país era una propiedad privada del rey de los belgas. Lo importante de Casement es que preparó a lo largo de varios años un dossier contra el rey belga Leopoldo II, denunciando y describiendo los horrores, los crímenes que se cometían contra los nativos. Y él consiguió que la presión internacional obligara a Leopoldo II a entregar el Congo al gobierno belga, y luego fue el hombre que hundió a los caucheros. El presidió una comisión nombrada por la comunidad internacional para que juzgara hasta qué punto eran ciertas las acusaciones de crímenes horrendos en el Putumayo por parte de los caucheros colombianos y peruanos. Y esa comisión fue definitiva para que se movilizaran los gobiernos y exigieran a los caucheros un tratamiento, digamos, menos indigno, menos atroz. En definitiva, fue un hombre inmensamente prestigioso, una especie de Martin Luther King de su tiempo. Pero durante la Primera Guerra Mundial se descubrió que este hombre, a quien la Corona Inglesa lo había hecho noble por su trabajos a favor de la humanidad, contrabandeaba armas para el Ejercito Revolucionario Irlandés, porque era secretamente un nacionalista. Fue juzgado y fue ahorcado. Un personaje muy fascinante, sobre el que hay toda clase de controversias. Desde que leí algo sobre él me intrigo mucho. Y ahora es mi nuevo proyecto novelístico.
*Entrevista publicada en Correo el lunes 07/04/08.
domingo, 6 de abril de 2008
Entrevista a OSCAR HAHN
Oscar Hahn (Iquique, 1938) no sólo es uno de los poetas chilenos más importantes en la actualidad sino que, además, cuenta en Lima, desde hace muchos años, con una gran cantidad de lectores. Lustra editores y el Centro Cultural de España acaban de editar Hotel de las nostalgias y anuncian la publicación de su poesía reunida.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Leí en una entrevista que dijo que sus poemas nacen a partir de un solo verso inicial. ¿Cómo se da ese proceso creativo?
Lo que quise decir es que primero me vienen a la mente uno o dos versos completamente espontáneos. Yo los llamo “apariciones”. A partir de ahí se va desarrollando el resto del poema, pero eventualmente esos versos pueden ir a parar a cualquier parte del texto.
El tema fantástico es recurrente en su obra ¿de dónde viene esa influencia?
Desde niño he estado leyendo cuentos fantásticos. Después terminé especializándome en el tema y hasta publiqué un par de estudios sobre lo fantástico. Eventualmente esas lecturas empezaron a entrometerse en mis poemas. Tanto es así que hasta se han publicado análisis sobre los elementos fantásticos en mi poesía.
¿Es verdad que escribió el poema “La muerte tiene un diente de oro” como resultado de su encarcelamiento en 1973, producido el golpe militar de Pinochet?
Así es. Estuve preso en setiembre de 1973. Cuando salí de la cárcel y llegué a mi casa, lo primero que hice fue escribir ese poema. En el Chile de esos años la muerte andaba rondando por todas partes. El poema fue como una protesta contra la muerte y un gesto de afirmación en la vida.
¿Cómo fue su relación con Neruda? ¿La imagen de Neruda fue o es influyente en la poesía chilena?
Hubo un tiempo en que la poesía de Neruda era tan influyente en Chile, que llegaba a ser agobiante, pero después la poesía chilena se fue por otros caminos. En la actualidad Neruda es casi un padre de la patria Algunos lo veneran por esto, y otros lo detestan. El fue muy paternal conmigo. Yo tenía 18 o 19 años Tuve la suerte de conversar varias veces con él. En una ocasión estuvimos hablando los dos solos más de tres horas. No sólo tengo admiración por la poesía de Neruda, sino además un gran afecto hacia su persona.
Tengo entendido que conoció a Borges. ¿Cómo fue?
Con Borges estuve en dos ocasiones. La primera vez en la Universidad de Maine y la segunda en Washington. En Maine le hicieron un homenaje y yo leí frente a él, muy cerca suyo, mi poema Noche oscura del ojo. Cuando terminé de leer escuché que le dijo a la persona de al lado: “Qué poema tan raro”. Después, en una casa particular, conversé con él muchísimo rato sobre su cuento Las ruinas circulares.
Usted vivió cerca de 30 años en Iowa. ¿A qué escritores norteamericanos conoció?
Por Iowa han pasado muchos escritores importantes. A Raymond Carver lo conocí en 1978, cuando regresó a Iowa City por un semestre. Nos juntábamos con un pequeño grupo, varias veces a la semana, en un Café de Iowa City. Cuando salió la traducción al inglés de Cien años de soledad estuvimos discutiendo sobre el realismo mágico, que a él no le atraía para nada. Un narrador que se llama John Cheever también pasaba por ahí de vez en cuando.
Se acaba de publicar en Lima Hotel de las nostalgias y se planea publicar su obra reunida. ¿Qué sensación le despierta el hecho de que tenga acá en Lima una gran legión de lectores?
Sabía que tenía algunos lectores en el Perú, pero no sé si tantos. Para mí es muy gratificante, porque tengo una gran admiración por la poesía peruana. La considero entre las dos o tres mejores de toda Hispanoamérica. Entonces, ser leído en un medio tan exigente, más el añadido de que mi abuela paterna era peruana, es algo muy especial para mí.
*Versión completa de la entrevista que se publicó en Correo el domingo 06/04/08.
miércoles, 2 de abril de 2008
Entrevista a GIOVANNA POLLAROLO
Yo, en busca de ayuda profesional, acude a Ella, sicoanalista recomendada por una amiga, quien la recibe desde su primera sesión con un agobiante silencio. Así se inicia Dos veces por semana (Alfaguara, 2008), la primera novela de la conocida escritora Giovanna Pollarolo.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de PÁVEL UGAZ
¿Qué te llevó a escribir esta novela?
Creo que hubo dos caminos que me llevaron. Por un lado, quería escribir una novela que tuviera una estructura que me permitiera desarrollar el mundo de un personaje en una situación de búsqueda de curación. Y paralelamente había estado releyendo El beso de la mujer araña, de Puig. Y Puig me llevó al camino de evitar un narrador que se pusiera desde arriba y trabajar más bien con los diálogos, mediante los cuales se va develando la historia. Y yo le agregué la voz interior del personaje.
Además, tanto tú como Puig tienen en común la pasión por el cine...
Sí, y yo creo que Puig supo utilizar tanto el cine como la música popular, las radionovelas... Eso de Puig a mí me fascina, ese universo que él crea en sus novelas. Me parece que inició una manera de escribir que ahora nos parece normal, pero en esos años era realmente una novedad.
En la novela está presente el sicoanálisis...
El tema del sicoanálisis me parece fascinante. Primero, porque te permite esa confrontación de dos voces. Y yo creo que esa mujer, que se llama Yo en la novela, es una mujer muy víctima, muy oscura, que dramatiza. Y la sicoanalista tiene una voz desde otro lado, que confronta, que propone otra mirada.
El primer gran obstáculo de la protagonista es el silencio con que la recibe su sicoanalista...
Sí, me interesaba el silencio porque el tema de la palabra, de la voz, es un tema que a mí me importa mucho. En los poemarios que he escrito, por ejemplo, los personajes necesitan hablar. Si no hablan, se mueren. Cómo enfrentar el silencio es lo que podría leerse como el primer gran reto de esta mujer, lo que la protagonista tiene que vencer.
Además de esta novela, tienes publicado un libro de cuentos. Sin embargo, se te conoció primero por tu poesía. ¿En qué género te sientes más cómoda?
Actualmente en narrativa.
¿Eso tiene que ver con el hecho de que no publicas poesía desde hace mucho?
Sucede que algo tiene que haber para decir “esto es un poema, esto está funcionando, hay una verdad acá”. Pero hace tiempo que no logro encontrar una voz. Eso es lo más difícil, encontrar la voz para ese poema. Escribí La ceremonia del adiós y de ahí en adelante he escrito creo que dos o tres poemas que han quedado, pero todo lo otro que he escrito lo he botado.
Antonio Cisneros dijo en una oportunidad que a diferencia de la narrativa, en poesía uno debe esperar su llamado...
Yo estoy de acuerdo. Y es como un estado que te puede durar una semana o un mes. Pero así como viene se va. Ahora, eso es necesario pero no suficiente, después hay que trabajar mucho el poema. En mi caso, si no hay ese punto de partida, no hay poema.
*Publicado en Correo el miércoles 2/04/08.