martes, 29 de abril de 2008

COLUMNA: La Cornisa

LA ESPADA DEL HÉROE
Por MANUEL ERÁUSQUIN


Desde que lo conocí, detecté ese halo de romanticismo épico en su espíritu. Confieso que lo admiraba: corría hacia el destino que soñaba y abrazaba sin temor, sin miedo, a la mujer que amaba. Caso raro en nosotros los hombres, que muchas veces preferimos morir sin dar señales de nuestra propia humanidad: el perfecto legado de la perversidad machista.

Hace mucho que no sé de él. La última vez que hablamos fue frente al mar de Pucusana, en pleno invierno limeño. Estaba recién casado y evidenciaba el sobresalto de saberse feliz. El día comenzó ofreciendo la espesura de la neblina, una atmósfera propicia para el terror o la tristeza. Pero no fue ni lo uno ni lo otro. Aquella vez la melancolía cubrió nuestros rostros. Era inevitable partir del Perú. El y su esposa tenían un futuro para vivir en Londres, donde habría más neblina pero también amor.

Paseando en bote por la playa, él atisbó mi inquietud, pudo mirar mi desconsuelo. Hay personas que a diferencia de otras, o sea la mayoría de mortales, pueden ver el corazón de los demás. Algunos lo llaman intuición, otros lo asocian a alguien sencillamente perceptivo y observador. En este caso era un poco de todo. Menos brujo.

“Tener miedo es una sensación normal, un sentimiento absolutamente humano, no siempre podemos ser héroes, no siempre podemos entregar nuestro corazón sin correr el riesgo de perder. Lo único que debemos hacer es no dejarnos paralizar: tenemos que luchar, pero por convicción, no para sobrevivir. Aquí tenemos que aprender a vivir y a vivir bien. O te levantas o te pierdes en tu propia mugre; tú decides”, culminó de decir con seguridad, con cierto aire aleccionador de maestro a aprendiz. En aquel momento detesté su comentario, mezcla de frases sacadas de un libro barato de autoayuda y lugares comunes. Paradójicamente, cada palabra suya fue espeluznantemente certera.

Así era Andrés, frontal y sanguíneo. Daba la impresión de que blandía una espada para vencer a su propia oscuridad. Su pasado poseía los escombros del dolor, de dramas impensables para cualquier ser común y corriente. Sus padres habían fallecido de cáncer. La madre primero, luego el papá. Se dice que no soportó la pérdida y somatizó la enfermedad. El fue criado por su tío paterno, quien lo amaba, pero nunca fue igual.

Antes de despedirnos volvió a mirar en mí, sus ojos expresaban la comprensión de un hermano: “Yo encontré la paz en la sonrisa de una mujer. Es hora de que te descubras y busques esa paz en la mujer que quieres, halla en su sonrisa tu propia redención y no jodas más. Vale la pena”. Tuvo razón: ahora contemplo esa sonrisa y deseo que sea inmortal.

*Publicado en Correo hoy 29/04/08.

1 comentario:

Bz dijo...

Cosas buenas para leer, acompañadas además algunas de buenas fotos.

Saludos,