domingo, 23 de noviembre de 2008
Entrevista a IVÁN THAYS
La disciplina de la vanidad, publicada en el 2000, marcó un punto de quiebre en su narrativa. Luego de ocho años de silencio editorial, Iván Thays inicia una nueva etapa con Un lugar llamado Oreja de perro (Anagrama, 2008), una novela que acaba de ser distinguida como finalista del Premio Herralde.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de MARÍA TERESA SLANZI (ANAGRAMA)
¿Cómo recibiste la distinción de ser finalista en un premio del prestigio del Herralde?
Para mí lo importante es que el libro exista. El ser finalista o, incluso, el ganar el premio, no era a lo que yo estaba aspirando. Yo aspiraba a que se publique el libro. Y con mi agente literario queríamos que se publique en España. Había ofertas aquí de varias editoriales. Pero la idea era que salga en España. Y bueno, las circunstancias dieron que sea finalista. Para mí cualquier premio o distinción, así sea el Premio Nobel, es en realidad un motivo de alegría para la familia, los amigos, la gente que te quiere. Si Philip Roth ganara el premio Nobel yo saldría con una bandera por la Plaza de Armas. Pero para el autor lo que importa es que el libro exista y se distribuya.
Muchos se preguntan por qué ocho años de silencio…
Lo que pasa es que las cosas que yo había publicado antes, y que conoces bien, son cosas que tienen que ver con una época en mi vida en la que yo era muy joven, vivía solo con mi novia, y mis grandes preocupaciones eran artísticas y estéticas. Y La disciplina de la vanidad era el tope de eso, ya no podía escribir otra igual a ella. Incluso lo dije cuando la publiqué: el libro cierra una etapa. Entonces empecé a buscar otros temas, y la vida me llevó a encontrarlos a través de mi propia biografía: mi matrimonio, el nacimiento de mi hijo, mi separación posterior. Esos ocho años en los que no he publicado han sido, en realidad, años muy intensos en mi vida en los que no sólo he pasado de ser treintañero a ser cuarentón, sino que me han pasado cosas muy fuertes.
La novela gira en torno a un personaje que ha perdido a su hijo. ¿De alguna manera la paternidad tuya ha influido?
En La disciplina de la vanidad, el primer cuento, no sé si recuerdas, se llama “Encuentro con Tomás”, y es la historia de un escritor fracasado que vive en Venecia con su esposa, y al que se le ha muerto un hijo. Cuando escribí ese cuento yo ni siquiera tenía planeado casarme y tener hijos. Pero los cuentos de La disciplina de la vanidad son cuentos inspirados en otras cosas que he leído. Y ese cuento me lo inspiró una escena de Pálido fuego en el que el poeta pierde a su hijo. Pero era una cuestión totalmente intelectual. Me conmovido la lectura de Pálido fuego, me conmovió escribir ese cuento. Pero yo era lo más alejado a un padre, era alguien que vivía comprando libros, jugando play station. Luego empecé a escribir la famosa novela que quemé, que era la segunda parte de El viaje interior y que se llamaba Esplendor de Agustín. Pero no me sentía satisfecho, estaba mal. Y allí fue que entraron mis problemas sentimentales. Había nacido mi hijo y al año se separa mi mujer de mí. Ella se quiere ir con él de viaje. Y eso hace que yo, que soy autodestructivo, dijera: ya no voy a volver a escribir nunca más. Y me pidieron de El País (de España) un cuento. Les dije que ya no escribía, que había dejado la literatura, porque mi intención era volverme editor o librero. Pero me iban a pagar muy bien. Entonces escribí en una noche el cuento que se llama “Linbergh”. Y ese cuento me conmovió muchísimo y lo escribí entre lágrimas, realmente, porque sentí que estaban secuestrando a mi hijo. Y ese día empiezo sin querer a tomar notas, que no entraron en el cuento pero que sí entraron en la novela, sobre la historia de un hombre que pierde a su hijo. Porque aunque mi hijo no ha muerto, felizmente, yo estaba recién separado y sentía que se lo estaban llevando.
La novela toca el tema de la violencia política ¿cómo se da esto?
Allí se mezclan dos cosas. Mientras escribía la novela, que como te cuento tomó ocho años, mi vida iba modificando mi propia literatura. No sólo el divorcio de mi esposa, sino también mis intentos fallidos de tener novia, todo lo que me pasaba iba cambiando la novela. Y entre las cosas que ocurren en esos ocho años aparece la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación. Y a mí me interesó como peruano, pero no como escritor. Sin embargo, ocurría algo muy curioso: yo estaba tratando de contar la historia de un hombre que había perdido a su hijo y estaba a punto de perder a su esposa y que conoce a un amnésico y se pregunta por qué yo no puedo olvidar como este hombre. Y justo cuando estaba con esa trama empieza a salir todo lo de la CVR. Entonces me digo: es como si fuera una línea paralela que se cruza, porque mientras mi personaje quiere olvidar, todo el país está diciendo hay que recordar. Entonces decidí convertir al personaje en un periodista que se va a Oreja de perro.
¿Viajaste a Oreja de perro?
Yo no soy un escritor topográfico. Yo no soy un escritor como lo es Vargas Llosa o Arguedas. Para mí la realidad es la que nace del texto. A veces he inventado una ciudad, como Busardo, otras veces he hablado de lugares donde no he estado. Y son lugares que yo imagino. Entonces, un problema era decidir si viajaba o no a Oreja de perro. Y decidí no hacerlo porque quería que esa novela fuese una novela mía. No quiero hacer la novela que haría Alonso Cueto o Mario Vargas Llosa sobre este tema. Y yo estaba en ese momento en una etapa muy oscura de mi vida en la que veía muchas películas de David Lynch. Entonces dije: voy a hacer que Oreja de perro sea una ciudad de David Lynch.
Algunos dicen, erróneamente, que no eres un escritor realista.
Claro, decían que yo era el escritor experimentalista, el no realista. Y eso es mentira, sí soy un escritor realista, lo que pasa es que no soy topográfico. No me interesa la parte geográfica. Soy el lado B de Gregorio Martínez, digamos. No soy un antropólogo.
El viaje sigue siendo una constante en tu obra…
Sí, y es increíble que siga siéndolo porque no lo pretendo. Este año he escrito otra novela y también hay un viaje en ella. Es algo que nunca he pretendido, pero de hecho es algo que motiva todos mis libros: el que una persona viaje, porque viajar para mí es ser vulnerable.
¿También hay un punto de quiebre en el lenguaje?
Alonso Cueto me dice que hay un cambio de lenguaje, pero que no lo nota tan distinto. Sin embargo, yo sí lo noto totalmente distinto. He tratado de que sea un lenguaje sin imágenes, sin figuras; lo más lejano posible a El viaje interior, por ejemplo. Es una novela de párrafos breves, incluso de una sola frase. A mí lo que me interesaba mucho era crear una atmósfera de asfixia del mundo exterior que se introduce en el mundo del personaje. Porque el personaje está sufriendo, pero su sufrimiento se ve exteriorizado por lo que sufre el país. Hay una correspondencia. En realidad, como en una película de David Lynch, tú no llegas a saber si lo que está pasando es un sueño, una pesadilla exteriorizada, o si es la realidad.
*Entrevista que se publicó, en una versión editada, el 23/11/08 en Correo.
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1 comentario:
Recién leo esta entrevista y me parece muy buena ... casi me cae mejor Thays ... eso o es que lo estoy leyendo un poquito más...
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