jueves, 26 de febrero de 2009
Entrevista a SIU KAM WEN
Considerado un autor de culto, Siu Kam Wen se encuentra en Lima para presentar la reedición de su ópera prima El tramo final (Ed. Casatomada, 2009) y su última novela La vida no es una tómbola (Fondo editorial de la UNMSM, 2009).
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía de GISELLA SAN MIGUEL
Usted empieza a escribir literatura de manera precoz, desde que era un niño…
Sí, pero en chino, no en castellano. Empecé a escribir en castellano recién cuando había cumplido 29 años.
¿Qué lo hizo tomaresa determinación?
Me di cuenta de que si yo escribía en chino no tendría mucho público. Y estando en el Perú, creo que uno debe de hacer el intento para escribir para un público local.
Ahora que se reedita su primer libro, El tramo final, ¿qué recuerda de aquella época?
Fue una época bastante movida, porque fueron los años de Velasco. La economía estaba mal, y yo estudiaba Contabilidad en San Marcos de noche. Pero un día pasé por el pabellón de Letras y vi un afiche que anunciaba un concurso de cuentos. Entonces, regresé a casa y empecé a escribir el primer cuento del libro, "El deterioro".
Los cuentos son sobre lacolonia china en el Perú...
Yo creo que hice una elección bastante apropiada, porque yo antes de escribir ese primer cuento ("El deterioro"), había hecho unos intentos de escritura. Trataba de imitar a Borges y escribía cuentos fantásticos, pero no me salía nada. Hasta que un día leí una novela de Isaac Goldemberg. Entonces pensé: si a mí, como un extranjero, me interesaba leer sobre los judíos, ¿por qué no puedo escribir sobre los chinos y tener lectores peruanos?
También presentará en Lima su más reciente novela, La vida no es una tómbola. ¿Es el más autobiográfico de sus libros?
Sí, es lo más autobiográfico que he escrito. Hay tres personajes principales en la novela: uno es Héctor, otro es el tío Elías y la otra es una chica llamada Maggie. El personaje Héctor está basado en mi experiencia.
Y es el mismo Héctor del cuento "El deterioro"…
Exactamente. Porque me dije: para qué me voy a inventar otro nombre y otras situaciones si todo el mundo va a saber que está basada en mí (risas).
¿Cómo es su relacióncon el Perú?
Salvo La estatua en el jardín, que transcurre en París, todos mis libros están ambientados en el Perú. Por ejemplo, hace poco escribí una novela basada en un hecho ocurrido en Hawai, sin embargo, no pude escribir ese libro ambientándolo en Hawái, sino que tuve que reubicar la acción en el Perú de los años setenta. No sé si llamarlo nostalgia.
¿Se considera peruano?
Ese es un tema que yo siempre eludo (risas). Por nacionalidad yo soy norteamericano, por nacimiento soy chino, pero por afecto soy peruano. Mira, como individuo me pueden calificar como chino, o como chino nacionalizado norteamericano, pero como escritor, yo me considero un escritor peruano.
*Entrevista publicada en Correo hoy jueves 26/02/09.
Carta al padre
Soy un hombre colmado de nostalgias. No lo puedo evitar. Los recuerdos suelen abordarme así, de buenas a primeras, sin contemplaciones ni aviso. Los buenos y los malos. Conmigo no funciona aquella recurrente frase de “pasar la página”. Al contrario, como ya mencioné, estas páginas, provenientes de mi propio pasado personal, terminan entrecruzándose con las presentes, con las que uno va llenando al ritmo trepidante de los tiempos modernos.
Hace poco, una imagen irrumpió la aparente tranquilidad vespertina. Y así, como quien visiona la proyección de una película, algo gastada por los años, me vi en ella. Tras rápida elucubración deductiva advierto que debo tener unos seis o siete años. El reloj debe marcar las 9 de la mañana. Mi madre no se encuentra: la lógica me dice que ha salido de casa muy temprano para ir a trabajar. Sólo estamos mi padre y yo, tendidos en su cama, mirando la televisión y deleitándonos con las hilarantes ocurrencias del agente secreto Cool McCool, aquel dibujo animado que pregonaba amar el peligro. De pequeño uno suele ser temeroso, pero en esos momentos, junto a mi padre, mirando los dibujos animados matutinos (recuerdo también los dibujos de los Beatles, con el tontuelo de Ringo), el peligro externo, el de la calle, simplemente no existía. Yo era un niño y sólo importaba la imaginación. Y yo imaginaba ser Cool McColl e imaginaba que mi padre era el padre de Cool McCool, aquel policía de uniforme, con bigote y sombrero. Los bigotes paternos como que ayudaban.
Cuando era adolescente y estaba próximo a terminar la secundaria, recuerdo que era lugar común en muchos miembros del clan familiar pronosticar que estudiaría lo mismo que mi padre y que sería un gran diseñador como lo es él. Y aunque, viéndolo a la distancia, habían ciertos indicios (de niño jugaba a diseñar un diario que bauticé como “El super”), yo era un rebelde que clamaba su propia individualidad. No me dediqué al diseño, y sin embargo, no puedo evitar tener un juicio estético cuando leo una revista, un diario o un libro.
Uno crece y va descubriendo algo que, analizándolo sesudamente, resulta bastante obvio: uno empieza a reconocer al padre en nosotros mismos. No mencionaré el temperamento silencioso e introspectivo que poseemos, pues creo que resulta evidente. Se me vienen a la mente otros aspectos. Ambos compartimos, por ejemplo, una gran pasión por la lectura. Una pasión que se la debo, en gran medida, a él. Sobre todo cuando me sugirió (nunca fue una imposición) leer El hombre invisible. Tendría unos doce años, aproximadamente; y lo que llamó mi atención de ese libro no fue lo anecdótico de que fuese invisible el personaje, sino el profundo drama del protagonista por ser distinto y ser rechazado por una sociedad ignorante e intolerante. Mi afición por los Comics también se la debo a él. La música siempre ha sido muy importante en mi vida, y esa tendencia melómana también tiene su origen en él, en su propia pasión por la música y por coleccionar discos. Quizás no sería tan fan de los Beatles, de Silvio Rodríguez o de Charly García sino los hubiese descubierto entre sus discos. O, incluso, de Andrés Calamaro, si él no hubiese llegado un día con unos discos de Los Rodríguez.
Hace poco hice un nuevo descubrimiento. Escribo una novela y a mi personaje, como a mí, le apasiona llevar a todas partes una libreta de notas. Quise encontrarle a mi protagonista el origen de aquella afición y terminé, sin darme cuenta, encontrando el origen de la mía. Una de las cosas que admiraba de mi padre cuando era niño, era que llevase (¡como lo hago yo ahora! –otro descubrimiento-) varios bolígrafos, de distinto tipo y color, en el bolsillo de la camisa. Pero no sólo era esto. También llevaba consigo una libreta de hojas cuadriculadas, en la que no sólo hacía anotaciones sino que, además, trazaba bocetos (envidio su caligrafía, además). Yo hago algo similar, anoto frases y boceteo cuentos. Aunque en mi caso prefiero, eso sí, las hojas totalmente blancas.
Hoy, 26 de febrero, mi padre cumple años. Y este texto, plagado de recuerdos nostálgicos, es mi manera –algo extraña para algunos- de decirle cuanto lo quiero y cuanto lo admiro. Feliz día, Carso.
martes, 24 de febrero de 2009
SUMALAVIA por MARKS
Desde hace mucho suelo ser un asiduo lector de las reseñas y de los comentarios que sobre algún libro en particular se publican en la prensa peruana e internacional. Me parece un interesante ejercicio comparativo, una especie de diálogo silencioso con otro lector, muchas veces más diligente que uno. Aunque, claro, con el que no necesariamente esté uno de acuerdo. Así, he llegado a leer con atención al chileno Camilo Marks, un crítico al que no le tiembla el pulso a la hora de hacer trizas los libros que no son de su agrado. Es por esto mismo que me resulta muy grato leer el favorable comentario que Marks ha escrito en El mercurio sobre la novela de mi amigo Ricardo Sumalavia. Pueden leerlo haciendo click aquí.
Por otro lado, Ricardo ha escrito un breve pero interesante texto sobre su gusto literario por Patrick Modiano. Pueden leerlo haciendo click aquí.
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Entrevista a MIGUEL GUTIÉRREZ
Ocho años después de la aparición de El mundo sin Xóchitl, Miguel Gutiérrez reaparece con una nueva novela. Se trata de Confesiones de Tamara Fiol (Alfaguara, 2009), una novela que, al mismo tiempo de narrar la historia de este singular personaje, nos brinda un recorrido histórico por el Perú de inicios del siglo veinte hasta los albores de la década del noventa.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Ilustración de IVÁN PALOMINO
Tamara Fiol está inspirada en una mujer que usted conoció, ¿verdad?
Sí, hay un fondo real en el origen de la historia, digamos. Conocí a una mujer con un pasado como el de Tamara Fiol, mi personaje ficticio, que tuvo, además, una relación de amor complicada con otro personaje. Y esta mujer tuvo un accidente cuando tendría 28 o 30 años. Era una mujer encantadora, vital, muy cordial, además. Después de su accidente nuestra amistad se fue profundizando. Entonces me vino la idea, probablemente en los años 80, de escribir una novela a partir de su vida. Pero había algo que me inhibía: el hecho de que estuvieran vivos los personajes. Pero hace unos 5 o 6 años ella falleció, y también falleció el que fue su pareja. Esa es la base real, pero por supuesto luego viene la invención.
¿Y en cuanto a la arquitectura de la novela…?
Bueno, otra fuente, de la que me he dado cuenta después, ha sido una novela que intenté escribir por el año 1966. Incluso se publicó un capítulo largo en una revista que dirigía Milla Batres. Y era la historia de diez personajes nacidos entre 1930 y 1945 en diferentes partes del país y de diferentes clases sociales. Tenía un gran modelo: John Dos Passos. Se trataba de diez vidas que se entrecruzan, pero que tenían como característica que todos ellos, hombres y mujeres, en algún momento de sus vidas la pasión política juega un rol decisivo en sus proyectos de vida. Escribí una buena cantidad de páginas, pero no pude avanzar más allá pues en ese momento el tema me rebasaba. Y cuando terminé esta novela me he dado cuenta de que en cierta forma realiza en pequeño ese ambicioso proyecto. Claro, en vez de contar la vida de diez personajes he retratado la vida de dos.
¿Eligió como narrador al estadounidense Morgan para tener una mirada imparcial de la vida deTamara?
Claro. Hubo dos elementos que me hicieron decidir darle el papel de narrador a Morgan. En primer lugar, esa mirada exterior, más objetiva, más imparcial. Aunque después Morgan se va metiendo a la historia. Por otro lado, el hecho de que sea un reportero de guerra con experiencia en otros escenarios hace que este reportaje, que luego se transforma en una novela, se una a toda su labor de cronista de guerra. De modo que lo que acontece en el Perú es parte también de la violencia que ha habido en el mundo durante todo el siglo XX.
Tamara de alguna manera va en contra de ciertos radicalismos, por ejemplo, ella sí baila las canciones de Celia Cruz, algo que sus compañeros, por sus dogmatismos, no harían…
Claro, como esa gente que, en otro nivel, se niega a leer a Borges acusándolo de reaccionario.
En su obra novelísticasiempre ha sido importanteel contexto histórico…
Claro, yo pienso que esa es parte de mi manera de concebir la vida y también la novela. Yo siempre he dicho que hay dos grandes modelos en la novela: Tolstoi y Dostoievski. Los aspectos dramáticos, trágicos de la existencia están en la obra de Dostoievski. Pero Tolstoi le da esa dimensión épica; es decir, el devenir, el paso del tiempo, de los procesos sociales. Y yo he tratado de hacer eso. Yo no concibo que el contexto no juegue un rol decisivo en la formación de una personalidad.
Por otro lado, sé que en los últimos años cultivó una entrañable amistad con el desaparecido Pepe Adolph…
Lo interesante de esa amistad es que supuestamente por cuestiones políticas éramos adversarios. Con Pepe nunca hemos discutido por temas políticos, pero hemos compartido muchas ideas en cuanto al arte. Hace muchos años Pepe Adolph criticó al grupo Narración. Criticó sus ideas políticas, porque tenía todo su derecho, pero rescataba la obra creativa de cada quien. En el caso mío: El viejo saurio se retira, que era mi primera novela. Me hubiese gustado que él presentara Confesiones de Tamara Fiol.
*Entrevista publicada en Correo el miércoles 25 de febrero.
lunes, 9 de febrero de 2009
AMPUERO reeditado
Más que en la novela, creo que es en el relato corto donde Fernando Ampuero muestra sus mayores virtudes. La editorial Planeta acaba de reeditar Bicho raro en una bien cuidada edición. Tarcila (de Planeta) me acaba de pasar el afiche promocional.
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"Las muertes de Emilio" de VÍCTOR ANDRÉS PONCE
Tres grandes amigos. Entrañables e inseparables cómplices que se conocieron siendo estudiantes de un colegio nacional, tendrán que transitar luego por caminos distintos: Mario recalará en un grupo terrorista, Enrique se unirá a las fuerzas del orden y Emilio, el protagonista, se convertirá en un flamante periodista. Así se irá desplegando la trama de Las muertes de Emilio (Norma, 2008), la más reciente novela del escritor Víctor Andrés Ponce.
Tal como sucedió en De amor y de guerra, su libro anterior, la violencia política reaparece como una preocupación temática del autor. Sin embargo, hay otros hilos argumentales que se entrelazan con la antes mencionada: la presencia de Emilio en un diario importante y emblemático como El excelsior (una proyección ficcional del diario Expreso). De esta manera el narrador nos irá mostrando el detrás de bambalinas de un medio de comunicación que será arrastrado por la insania del poder corrupto. Ponce luce gran destreza al momento de representar las luchas de poderes en el interior de Excelsior. Y son quizás esos momentos, junto a los de la separación de los tres amigos, los más logrados de la novela. Una novela que adolece de cierto abuso retórico y cierta propensión a innecesarias metáforas epopéyicas (“… y se reunieron con él para organizar la artillería encargada de quebrar las últimas resistencias de Manuel Dargento, quien continuaba lanzando piedras desde el último torreón que todavía controlaba”). Sin embargo, cuando la prosa de Ponce se despercude de esto gana en intensidad. Se trata de un autor que, creo yo, tiene a su favor el ser una fuente inagotable de historias. En resumen: tiene cosas que decir. Y eso no es frecuente en la literatura reciente.
domingo, 1 de febrero de 2009
Entrevista a ANTONIO CISNEROS
Antonio Cisneros define sus viajes como aventuras culturales. Los viajes del buen salvaje (Editorial Peisa), libro que recoge sus crónicas, nos revela las peculiaridades de ciudades disímiles como Budapest o Tokio, a través de la mirada aguda del poeta.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Ilustración de IVÁN PALOMINO
Los viajes han sido y son muy importantes en tu vida.
Sin ser una propuesta de vida, como de algún modo lo es en el caso de Conrad, ni tampoco una propuesta temática, como en el caso de Salgari. Sin darme cuenta he ido viajando y viviendo fuera mucho tiempo de mi vida. Y el viaje, como una aventura espiritual, es tan común en todos los jóvenes, pero en realidad, en un momento dado quieres vivir en otra parte, que es como vivir otra de tus vidas posibles. Y hay esa tradición peruana, y latinoamericana, de viajar y establecerte en Europa. Basta ver los pasos de Vallejo, o los de tanta gente que se fueron por muchos años y que últimamente van y vuelven, como Vargas Llosa y Bryce.
Tú has vivido fuera en varias oportunidades, pero nunca con la intención de quedarte.
Es cierto. Y creo que en mi época casi nadie que se iba pensaba quedarse fuera. Casi todo el mundo iba con la idea de regresar, porque a diferencia de los viajes por necesidad -exilio o pobreza-, la aventura cultural tiene la ilusión de que tú puedes manejarla. Ahora, es cierto que hay gente que se ha ido quedando y que luego les ha costado volver. A mí mismo, por ejemplo. A mi sétimo año, cuando vivía en Niza, me daba más trabajo volver. Tengo un poema que se llama "Otra vez el invierno + dos indios de Alfredo Bryce" y que lleva un epígrafe de Bryce que dice: "Regreso al Perú, dijo sonriente y optimista. La sonrisa y el optimismo le quedaban muy mal". Pero nunca he tenido la intención de vivir fuera.
Los viajes están muy presentes en tu obra poética.
Sí, varios de mis poemarios serían otra forma de crónicas de viaje. Aunque claro, no serían crónicas de viaje porque en ellos no importa el desplazamiento sino el viaje interior. Pero sí son un buen punto de partida o un pretexto los lugares. Canto ceremonial contra un oso hormiguero es Inglaterra, Como higuera en un campo de golf es Francia, El libro de Dios y de los húngaros es Hungría, Monólogo de la casta Susana es Alemania. Más que los viajes, lo importante es vivir fuera: volver a hacerte un mundo de vecinos, de bodegas que te fían. Volver a hacerte otra vida, en realidad. Y uno se acostumbra a todo.
Otro tema recurrente en tu poesía es la familia…
Tengo poemas sobre el nacimiento de mi hija Soledad, sobre el nacimiento de Diego Cisneros, sobre la distancia entre Diego Cisneros y yo cuando me he ido de viaje, sobre el viaje de mi hija Alejandra. La familia es fundamental. Y yo soy fundamentalmente doméstico. Hay muchos mitos urbanos sobre mi persona. Pero la realidad es que soy una persona absolutamente doméstica, en estos momentos soy un feliz esposo, padre y abuelo de cinco nietos.
¿Qué recuerdas del Antonio Cisneros de Destierro, tu primer poemario?
Es una maravilla, porque el libro es prácticamente lo de menos, lo demás es el poeta. Es mi primer libro, lo publica Javier Sologuren en La rama florida: 300 ejemplares. Yo creía que realmente ese libro tenía que ser leído y apreciado. Y andaba por la calle con la sensación de que en cualquier momento alguien se me iba a acercar para que le esclareciera alguna metáfora oscura o un verso un poco complicado. Una vez en la librería Studium vi a un tipo que hojeó mi libro y lo compró. Seguí al tipo por todo Camaná, me subí a su ómnibus: quería saber cómo era mi lector. Ese era yo a los 18 años.
Si no me equivoco es Mario Benedetti quien te convence para enviar tu libro Canto ceremonial contra un oso hormiguero al Premio Casa de las Américas, que finalmente ganas.
Es verdad. Porque yo fui invitado a Cuba a un encuentro mundial, al que fueron Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre. Yo tenía los poemas que iban a conformar el libro, y Mario Benedetti tuvo buen ojo, curiosamente el ojo que no tiene para ver su propia poesía. Entonces regresé a Londres donde vivía, ajusté algunas cosas, y lo mandé.
En Hungría, si no me equivoco, tuviste un momento de reconciliación con la religión…
Yo tendría 32 años. Y un día de lluvia en Budapest, en el que tenía para escoger entre entrar en una iglesia o entrar en una cantina, finalmente entré a la iglesia. Estaban en misa vespertina, en húngaro. Y quizás por eso, porque la profunda espiritualidad es un acto sin palabras es que no era importante que yo entendiera al sacerdote haciendo la misa en húngaro.
*Entrevista publicada en Correo el domingo 01/02/09.
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