UNO
Acabo de terminar de leer Casa de Enrique Prochazka. Se trata de un autor nada epigonal, sobre todo en relación a los cánones tradicionales de nuestra literatura. Con su primer libro de cuentos Un único desierto (una bien cuidada y prolija edición), Prochazca demostraría su insularidad. Cuentos de corte fantástico, de impornta borgeana, si se quiere. Si bien hubo algunos cuentos demasiado densos, muchos de ellos me parecieron notables. Por ello mi gran interés en leer este segundo libro (aparecido varios años después del primero). Se trata de una novela (editada por Lluvia en una algo modesta edición) bien concebida, de la que disfruté aquella propención del autor a la reflexión racional pero lindando con la metafísica. Es el final, sin embargo, el que no me llegó a convencer del todo.
DOS
Estoy leyendo, y disfutando al punto de llegar incluso a la carcajada, el libro de antimemorias de Alfredo Bryce, Permiso para sentir (publicado recientemente por Peisa). Bryce es un maestro a la hora de relatar, con aquel tino particular suyo de amigo entrañable que te cuenta su vida, situaciones que de tan disparatadas parecen irreales. Hay humor, ternura, pero también ironía e, incluso, rabia (cuando se refiere, por ejemplo, a nuestra clase política).
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