domingo, 31 de julio de 2005

Novedades

Si la memoria no me falla, han transcurrido diez años desde que Oswaldo Reynoso entregara en imprenta Los eunucos inmortales. Tras un largo silencio Reynoso ha regresado con El goce de la piel (Editorial San Marcos), una novela dividida en cinco capítulos. El primero de ellos resalta por la experimentación en el lenguaje: no utiliza signos de puntuación. Lo cual no es nuevo, claro, rápidamente me viene a la mente la primera novela de mi amigo Rodolfo Hinostroza: Aprendizaje de la limpieza. El libro ya tomó posesión de mi mesa de noche a la espera de su turno.

Otro autor que ha vuelto a publicar después de tiempo es Fernando Ampuero. Después de Bicho raro, Ampuero retorna al género del cuento en que parece moverse mejor. Mujeres difíciles, hombres benditos (Editorial Alfaguara) tiene ya su espacio en mi mesa de noche. Incluso, ya he leído los tres primeros relatos.

En el caso de los debuts, el más reciente -muy reciente- es el de Edwin Chávez quien ha publicado su ópera prima 1922 (Editorial Estruendomudo). Apenas he leído el primer relato (que en realidad son tres) cuyo título da nombre al libro. Se vislumbra un buen libro, como lo fueron los libros anteriores (especialmente el de Castañeda y el de Page, según mi arbitrario criterio). Impecables, como siempre, las ediciones del poeta y editor Alvaro Lasso (PD: se espera con fruición su primer libro de poemas)..

Otro libro interesante es Diario de talismanes (Ediciones El Santo Oficio) de la poeta Rosina Valcárcel. El libro en cuestión reúne una serie de entrevistas, semblanzas y testimonios de una serie de escritores y pintores peruanos. Málaga, Ostolaza, son algunos de los nombres que la subjetiva memoria me trae a colación en este momento.

Juan Morillo Ganoza, deja de lado los recuerdos amazónicos de su infancia y nos entrega Aroma de gloria, un libro que intenta retratar la Lima de los 60. Efervescencia política como contexto de una historia de amor.

Alan Pauls (Entrevista)

Alan Pauls marca sus distancias del autor de El túnel

“Para mí Sábato no es un escritor”

Premio Herralde de novela con El pasado, Alan Pauls es sin duda una de las voces literarias actuales más interesantes en Latinoamérica. En esta entrevista ofrece, además de su particular visión de la literatura, una mirada lúcida y crítica de la Argentina.

Carlos M. Sotomayor

Correo: El pasado es una novela que plantea una confrontación entre el olvido y la memoria dentro de una historia de amor. ¿Cómo la definirías?
Alan Pauls:
Es una novela de amor-terror y también en un sentido, gótica. Sólo que no termina de encajar en ninguno de esos géneros. Tal vez sólo sea una novela romántica-sicótica.

C: ¿Cuál es tu visión de la literatura latinoamericana actual? Tengo entendido que te gusta Bellatín...
AP:
Sí, Bellatín es uno de los escritores actuales que más me gusta. Veo la literatura actual con mucho interés. Me parece que es una literatura plural, bastante independizada de dogmatismos, de credos estéticos. Recién ahora la literatura latinoamericana se está desembarazando de la tutela del Boom; más de 30 años después.

C: Recién han podido librarse de esa sombra tutelar...
AP:
En la literatura, como en la vida en general, como que se añoran los grandes referentes, las grandes tendencias, las corrientes, esos factores aglutinantes que de algún modo organizan una literatura, una cultura, una sociedad. Yo tengo la impresión de que la falta de todas esas cosas es algo muy productivo, introduce un margen de libertad, de audacia que de otro modo sería muy difícil asumir.

C: El caso de Sábato en Argentina es singular, muchos lo celebran y muchos también se mantienen distantes...
AP:
Para mi, particularmente, y para muchos autores de mi generación, Sábato no es un escritor, en el sentido que su nombre no está asociado con la literatura sino con cierto panteón de grandes personajes de Argentina. En general a mí los escritores ligados al bronce no me interesan, me interesan los artistas que buscan todo el tiempo formas nuevas, que se forman y se deshacen, y no escritores que se exculpen a sí mismos como próceres. Y creo que Sábato es en este momento un prócer.

C: Un caso distinto es el chileno Bolaños, quien, por cierto, era un entusiasta lector tuyo ¿Se llegaron a conocer personalmente?
AP: No, no nos conocimos personalmente. Nos conocimos como se conocían los escritores en el siglo XIX, que era por cartas por sus libros. Es una de las relaciones más extrañas que yo tuve en mi vida, porque en rigor tampoco tuvimos una correspondencia demasiado frondosa. Yo creo que hubo algo en la falta de contacto personal que facilitó mucho la intimidad. Su trabajo me interesaba mucho. Algo que confirmé leyendo 2666, su novela póstuma, uno de los libros más extravagantes que se han escrito en la literatura latinoamericana.

C: Señalaste en una oportunidad que ser argentino era una fatalidad. ¿a qué te referías?
AP: Tiene que ver con una frase de Borges. En mi caso decir que ser argentino es una fatalidad es decir que ser argentino es estar sometido fatalmente a una especie de destino histórico lamentable, patético, atroz. Desde que yo tengo uso de razón ser argentino es siempre estar al borde de la catástrofe. Yo creo que hay en la Argentina una verdadera pulsión de muerte. Para mí lo más atroz de la dictadura militar argentina (1976-1983) no fue que los militares asesinaran a 30 mil personas, sino que esos militares asesinos fueran vitoreados por la gente en Plaza de Mayo cuando tomaron las islas Malvinas.

C: Ahora que hablas de la pulsión de muerte, hay dos íconos argentinos de la cultura popular que se vinculan: Charly García y Maradona. ¿qué piensa de esos dos personajes?
AP: Son vidas paralelas. Creo que Charly García es más indestructible que Maradona. La Argentina tiene también una larga tradición de héroes tanáticos. Hay una fascinación de la cultura argentina por los ídolos mártires. Y nunca los veneran más que cuando los ven ensangrentados y a punto de morir. De todos modos, yo creo que, a diferencia de Maradona, algo que lo engrandece a García es que mientras más se destruye más inteligente es. En Charly hay una relación, enfermiza o no, eso no me importa, entre el nivel de experimentación que él tiene con su cuerpo y el nivel de experimentación que tiene con su figura de artista. Yo creo que Charly García se convirtió en un artista conceptual más que en un músico.

C: Dentro de tu trabajo ensayístico propones introducir en la crítica literaria la “figura del escritor”...
AP: Lejos de explicar una obra con una vida, lo que me interesa mucho es la figura del escritor; es que creo que todos los escritores, incluso los menos mediáticos, despliegan una puesta en escena de sí cada vez que tienen que salir a hablar de sus obras; en ese momento creo que los escritores entran en una dimensión realmente teatral. Cada autor desarrolla como un personaje que uno podría llamar la figura del escritor, y que ya no es el sujeto biográfico.

(No es la totalidad de la amena charla con Alan Pauls en el Hotel Sonesta, pero es más extensa que la versión que apareció publicada en el diario Correo)

miércoles, 6 de julio de 2005

Comentarios

Estimado Carlos:

Comparto contigo el sentir de que no haya espacios dedicados a la crítica literaria. Pero eso no quiere decir que se siga persistiendo en el mismo error del escritor Alonso Cueto al no mencionar espacios claramente dedicados a la crítica literaria y la literatura en los medios, como el suplemento identidades del diario El Peruano. Sin duda, también cumplen una labor de difusión las revistas literarias, principalmente la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, fundada por Antonio Cornejo Polar, que curiosamente muy pocos comentarios recibe en los medios impresos convencionales.

Otra confusión que subyace al intercambio de opiniones que se ven en los medios concierne a la definición de la actividad crítica. Una cosa es la crítica literaria, un ejercicio de estilo que motiva a la reflexión y el análisis de las obras; y otra muy distinta es la actualidad literaria: los comentarios (como las columnas que mencionas) o las entrevistas a escritores. Te invito a revisar mi artículo publicado en El Hablador (http://www.elhablador.com/debate7_5.htm) acerca de estas confusiones y las distorsiones que motivan. Entre ellas, las de algunos periodistas provocadores que ven en estos intercambios (no podemos hablar de debate aún) una fantasmal "magalización" de la literatura peruana. La lógica es la siguiente: como todo está podrido, "magalizado", entonces me posiciono como el que no se mancha. En realidad, cuando se proponen estas "categorías", también el que lo hace no es puro, como quisiera creer, sino, por el contrario, está más "magalizado" que los otros (la entrevista como estrategia del chisme y el ampay).

La crítica es, ante todo, una posición frente al discurso. Es un lector que, por una cuestión incidental, asume este rol. Si se quiere, también puede ser asumido como contrapoder: el poder del autor frente a su obra, el poder del lenguaje (el lenguaje es fascista, según Roland Barthes), que ahora le pertenece al goce del lector especializado. La crítica es, debería ser, el placentero ejercicio de la comprensión. Ahora, tampoco se pueden asumir posturas inflexibles, como si la crítica fuera un argumento de Torquemada, con tintes clasistas, como lamentablemente muchos periodistas avenidos a críticos practican.

El crítico tiene todo el derecho a polemizar una temática a partir de la obra, pero no a agredir gratuitamente. En esa circunstancia, pierde sus credenciales de crítico y se convierte en un antagonista que responde a una ideología (derecha o izquierda) determinada. O es un histérico desalmado que hace todo lo posible por llamar la atención. En todo caso, el crítico literario no puede escapar a su función pedagógica, sobre todo en un país como el nuestro: si se trata de fomentar la cultura del libro, y sabiendo que muy pocos pueden acceder a este mercado debido a las condiciones endebles de la industria editorial, entonces con mayor razón se debe dar este trabajo a personas responsables con el texto y los lectores. El crítico viene a ser así un intermediario, un filtro, entre la industria cultural y sus receptores. Por lo tanto, es una posición valiosa, porque es quien "traduce" los productos simbólicos de la cultura. No se puede ser mezquino, pero tampoco excesivamente democrático. Es una búsqueda de antecedentes y consecuencias, sino se cae en el hecho de disparar juicios; y esa labor le compete sólo al lector, en su intimidad, en el encuentro consigo mismo que es el instante de la lectura. Veamos si los que reclaman ahora por una crítica más atenta pueden llegar a pasar la prueba de la calidad literaria.

Atentamente,

Giancarlo Stagnaro