Para Héctor Ñaupari, el erotismo no es ajeno al ámbito matrimonial. Rosa de los vientos (Santo Oficio, 2006), su segundo libro, plantea una reflexión al respecto a través de versos que sugieren una travesía por el cuerpo.
Carlos M. Sotomayor: En tu primer libro, En los sótanos del crepúsculo, se percibía una tendencia erótica en varios poemas. En Rosa de los vientos, por el contrario, el erotismo es el motivo central y totalizador del libro. ¿Cómo asumes esto?
Héctor Ñaupari: Bueno, en primer lugar fue un consejo que me dio Antonio Cisneros cuando apareció mi primer libro. Eso fue un primer impulso. La primera reflexión sobre este Rosa de los vientos data del año 2000. Yo estaba en Europa; los términos de la soledad y la distancia hacen que uno evoque muchas cosas. El primer origen del libro es una evocación de naturaleza amorosa y erótica. El libro es sobre todo, y está un poco sintetizado en el epígrafe de Giocanda Belli, una travesía por el cuerpo y el cuerpo viene a ser la Rosa de los vientos.
CMS: ¿No hay una presencia marcada del erotismo en la poesía peruana?
HÑ: Si no me traiciona la memoria, creo que no se ha hecho en el Perú, por lo menos no desde un punto de vista establecido como un guión, con una reflexión sincera sobre el erotismo. Algunos pueden citar, por ejemplo, la poesía de Verástegui, sobre todo el Angelus novus o Monte de goce. Yo reconozco la influencia de Verástegui, rescato de él la reflexión que hace de su relación matrimonial. Retomo esa idea pero con otro sentido, con un erotismo menos explícito, más implícito, más establecido en las metáforas que dicho con las palabras del texto. Yo creo que el erotismo explícito pierde en literatura.
CMS: ¿Cómo te ubicas respecto de la tradición poética peruana?
HÑ: Yo intento ofrecer una síntesis dialéctica de la tradición que me antecede, porque en principio me embebo de muchos autores peruanos: Calvo, Bendezú, Varela, Verástegui, Cisneros. Yo me reconozco como tributario de la poesía de Calvo, de Varela y de Bendezú en la medida que reflejan más la literatura que yo quiero hacer y que reflejan el espíritu de Rosa de los vientos. Y digo una síntesis dialéctica en la medida que, al momento de ser tributario de esa literatura, al mismo tiempo intento ponerme sobre los hombros al gigante (la tradición poética) y tratar de sacar un nuevo filo de la temática que ellos disponen.
C: En el libro no sólo se toca el erotismo sino también el matrimonio. Resulta curioso porque siempre se tiende a relacionar el erotismo con las relaciones furtivas, al margen.
HÑ: Yo sí creo, o al menos tengo la convicción, que el erotismo que se puede vivir de mejor manera es el que surge de la complicidad del matrimonio, porque en ese sentido uno también intenta poner una veta distinta. Y creo que está orientado hacia mi propio carácter: yo sí creo en la naturaleza vivífica del matrimonio como fuente no sólo de comunión de criterios y de metas, sino como la posibilidad de hacer dentro de él una buena literatura. Yo creo que se debe despejar al erotismo de esa especie de leyenda negra, que lo persigue como una sombra, que es este hálito prohibido que tiene el hecho del descubrimiento. Yo en realidad creo que así como uno puede estar viejo para los estudios, o para las cosas de la juventud, para lo único que uno no envejece es para el asombro. Y si se da esto, entonces el matrimonio es un descubrimiento permanente. En consecuencia, yo intento reivindicar la figura del pater familia, alrededor de la cual gira la vida matrimonial.
CMS: ¿Crees en la inspiración de los poetas?
HÑ: La inspiración es una parte importante de la literatura en general. Pero yo siempre he descreído de la imagen del poeta que está a la espera de algo, en donde es un autor pasivo respecto de las evocaciones que vienen hacia uno. Por el contrario, la literatura es un quehacer permanente y por lo tanto, para que uno haga una buena literatura, uno debe dotar a esa inspiración de un ejercicio racional.
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