Gustavo Faverón, conocido crítico literario y administrador de un frecuentado blog de discusión de ideas, acaba de presentar Toda la sangre (Matalamanga, 2006), una importante antología de cuentos peruanos sobre la violencia política. A continuación una versión algo más larga de la editada que apareció en el diario Correo.
M. Eráusquin / C.M. Sotomayor
¿Qué criterios de selección has empleado en esta antología, teniendo en cuenta lo amplio del corpus consultado?
Gustavo Faverón: He leído decenas de libros de cuentos y he rebuscado archivos de revistas, de cuentos que no han llegado a aparecer en libros. Y he manejado varios criterios de selección al mismo tiempo. Una de las cosas que tuve en cuenta desde las primeras semanas de trabajo fue que el corpus iba a ser demasiado inmanejable si es que buscaba, por ejemplo, cosas escritas por gente que no eran escritores, en el sentido profesional de la palabra. Decidí rápidamente que la antología debía ser un libro que mostrara cuál es la reacción de la literatura peruana como institución. Se trata de cuentos de escritores profesionales. Hay también cierto criterio estético que pienso hay que tener cuando uno hace una antología literaria. Y obviamente el primer criterio es el temático.
Acá hay un tema muy puntual: estos cuentos que tienen que ver con la violencia y justamente no podemos desligarnos del contexto político actual...
Los políticos han dejado considerar el fenómeno de la violencia como una consecuencia de una cierta estructura social. Es como si dijeran: “fue un accidente, nos volvimos locos e hicimos una guerra que duró quince años”. Y ahora se pretende olvidar, pasar por alto todo eso; y la estructura social que provocó históricamente la violencia sigue allí.
Y, como adviertes en el estudio que antecede a los cuentos, pude volver a ocurrir...
En la medida en que no se haga nada para cambiar las condiciones que dieron lugar, primero, a que existiera Sendero Luminoso, y luego, que tuviera un cierto tipo de apoyo de un sector de la población en algún momento. Mientras no se cambie esa condición el hueco sigue allí y podemos caer de nuevo.
La comunidad cultural parece no tener armas para afrontar esta indiferencia...
La comunidad cultural como la llaman, tiene ciertas armas, lo que no tiene es, digamos, mucho alcance. Por un lado, se está disolviendo la idea clásica latinoamericana del intelectual, que es alguien que está con un pie en el mundo cultural y con el otro en la política. Y, por otro lado, lo cortas que son las armas de los escritores y artistas en una sociedad en donde tenemos los índices de lectoría más bajos de América Latina. Podemos hacer mucho ruido, pero nos vamos a escuchas nosotros.
Esta antología plasma, además, tu manera de afrontar la literatura...
Mi idea de que la literatura es, por excelencia, el terreno de la democracia, más que la política misma. Y eso me hizo concebir la antología como un lugar donde yo debía colocar también textos que no fueran políticamente afines con lo que yo mismo pueda pensar. Me parece que la literatura es uno de esos lugares donde no debe nunca haber censura, y todos los discursos deben ser escuchados.
¿Cómo se maneja el tema de la reconciliación en nuestra literatura?
Hay varias obras literarias de escritores peruanos, durante los últimos años, en donde de alguna manera brilla una especia de esperanza de reconciliación. Desde ópticas muy distintas, está la novela breve de Julio Ortega Adiós, Ayacucho, o la versión teatral que hizo Yuyachkani. Como que alumbran una especia de camino lejano y borroso hacia la reconciliación. Esa figura final de este personaje que ha sido destrozado por el ejército, que está muerto en vida y que sólo tiene la mitad de su cuerpo y llega a la Plaza de Armas de Lima, y entra a la Catedral y decide reemplazar la mitad de los huesos que le faltan a él con los huesos de Francisco Pizarro, aún sabiendo que quizás no sean los huesos de Pizarro; pero es simbólico que el cuerpo que se va a formar es un cuerpo cuyo esqueleto va a estar compuesto por la mitad de este conquistador español y la mitad de esta víctima del terrorismo, que es un campesino ayacuchano. Allí hay una nueva propuesta de mestizaje como esperanza final.
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