domingo, 2 de diciembre de 2007

Entrevista a RAFO LEÓN


No es un simple turista. Rafo León es un viajero. Ahí radica, quizás, la clave del éxito de su programa de televisión Tiempo de viaje, el mismo que, en un medio tan difícil como el nuestro, ha logrado llegar a los ocho años de existencia.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

Tiempo de viaje cumple ocho años. ¿Qué recuerdas de los inicios?
Recuerdo casi lo mismo que siento ahora. Una especie de sudoración en las manos y de ansiedad cada vez que empiezo un viaje. Fíjate que son 180 programas. Pero la incertidumbre, la inquietud, el interés, la motivación, a pesar de tantos años, se mantienen. Y eso tiene que ver con dos cosas: primero, con el hecho de que el Perú resulta inagotable, no sólo turísticamente, culturalmente, socialmente. Y tiene que ver también con la actitud personal y del equipo de Tiempo de viaje que hace que nos siga gustando, que nos siga interesando. Porque también es difícil, es exigente. Armar y desarmar equipaje, hay que tener pierna fuerte, hay que tener buen estado físico.

Ocho años en el aire no se cumplen así nomás…
Es cierto, en este momento programas de esa data son muy pocos, Sonaly, que tiene un poco menos que nosotros, y la gran Magaly, que hace turismo, pero en la vida privada de la gente (risas).

Imaginabas entrar a la televisión y durar tanto…
Sí y no. Por un lado, hace ocho años tenía 49 y no me imaginé que a esa edad se me iba a presentar la oportunidad de salir en televisión conduciendo un programa de viajes. Pero por otra parte, por el hecho de haber viajado bastante por el Perú desde muy joven, tenía un capital de experiencia. Y bueno, la realidad a veces tiene una lógica. Tienes un capital y alguna vez se dará la oportunidad de convertirlo en un producto.

Tú eres, más que un turista, un viajero…
Sí, y esa diferencia no la he inventado yo, esa diferencia la conocí por primera vez en una novela de Paul Bowles. El pertenece a una generación de post-guerra. Con artistas plásticos, músicos y dramaturgos formaban una especie de manchita en Nueva York. Ellos quedaron sumamente insatisfechos con el resultado del mundo después de la guerra. No se sentían identificados con un país imperial como los Estados Unidos. La recomposición moral del planeta les parecía infame. Deciden entonces buscar un lugar donde hubiera un mensaje distinto, más relacionado con la naturaleza, con culturas ancestrales y menos relacionado con esta carrera armamentista, monetarista, imperial. Al final terminan en Tánger, Marruecos. Y allí se quedan. Bowles muere allí. Y en la primera página de su novela El cielo protector, que es medio autobiográfica, él habla de tres personajes y dice que no eran turistas, que eran viajeros.

El hace el deslinde entre ambos conceptos…
Turista es aquel que sale de su lugar de origen con una cantidad de dinero en el bolsillo, con una cantidad de tiempo muy precisa y una serie de pautas para conocer el lugar. El viajero trata, en lo posible, de no someterse al tiempo, de que la relación fluya, y de prescindir de sí mismo, integrarse al lugar. Y esto último tiene un significado especial para mí. Y tiene que ver, según Bowles, con el hecho de que el viajero suele ser una persona que no está muy bien acomodada en su ciudad de origen. Y hace que uno esté, aunque sea utópicamente, buscando lugares que lo conecten con ese fondo interior en el que uno todavía confía, y en donde uno piense que todavía es posible una humanidad diferente. No quiero sonar a un estúpido utopista con esto que te digo, pero creo que hay mucho de cierto.

¿Recuerdas algún lugar que te haya impresionado gratamente, de manera especial?
El domingo (hoy), por ejemplo, sale un programa sobre un lugar al que yo he vuelto, sin exagerarte, treinta veces: Piura. Tuve la suerte de descubrir un trabajo antropológico de Lucho Millones que se llama Todos los niños se van al cielo, donde analiza una costumbre muy antigua que se celebra el 1 de noviembre y que quizás sea única en el mundo. En Piura el 2 se celebra a los muertos, pero a los muertos adultos, y el 1 a los niños. Ese día, las madres, del campo sobre todo, que han perdido niños llegan a las plazas públicas de los caseríos o de las pequeñas ciudades. Llegan de todas las edades. Y llevan unos papeles con los nombres de los hijos fallecidos y sus edades, y empiezan a leerlo en voz alta. Una dice, por ejemplo, “Josecito, tres meses”. Y se acerca una señora con un bebé de tres meses. Y se hace un contacto entre ellas en donde el niño vivo por un rato es la encarnación del niño muerto. Y la madre del niño fallecido le hace una bendición y lo alimenta con miel. En términos emocionales, como te decía antes, te expresa que todavía es posible encontrar actos de amor. Esa relación entre esas dos mujeres es solidaridad pura. Para mí ha sido uno de los viajes más apasionantes. Y sin embargo no tiene que ver con el espacio geográfico. sino con la circunstancia.

¿Sueles leer literatura de viajes? ¿Qué autores, por ejemplo?
Mis escritores favoritos ahora son aquellos que se mueven en el terreno de la ficción y el viaje, como Sebald, que tiene ese maravilloso libro Los anillos de Saturno, o Los emigrados. También Claudio Magris y su libro El Danubio, que es el recorrido que él hace por toda la cuenca del Danubio y él va como develando las claves de la cultura de media Europa. Me gusta ese tipo de escritores. Ellos no están ahí, lo que está es el lugar.

*Fotografía de PAVEL UGAZ.
**Publicado en Correo el domingo 2/12/07.

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