viernes, 20 de junio de 2008

La cornisa


COCO
Por MANUEL ERÁUSQUIN

Mirar y tocar el alma del otro: pocos son los que tienen ese don. Un don que no depende de las miles de páginas que se hayan leído o escrito. Tampoco de los diferentes países que podamos haber visitado. Existen cierto tipo de sensibilidades que nacen con uno y determinan nuestra forma de vivir. Jorge Salazar nació con el don de ver y sentir lo que el prójimo sentía. Sus escritos lo comprueban.

Conocerlo en mis tiempos universitarios fue aprender y asumir que la decisión más importante es vivir. Que sobrevivir sería sucumbir a la infecciosa enfermedad de la mediocridad. Que el dolor o nos hace más fuertes o nos encanalla. Que no vencer el miedo sería nuestra condena a pasar nuestra existencia de rodillas.

En su casa, donde preparaba un exquisito arroz con pato y otras bondades de la buena mesa, se apreciaba la conversación inteligente, se defendía el derecho a pensar. Y claro, también a dudar, incluso de él. Sus diversas y épicas experiencias de vida eran demasiado, demasiado para cualquiera.

Confieso que a veces dudaba de sus historias, relatos en los que podía ser bailarín de flamenco en Alemania, cocinero en un barco de guerra israelí, piel roja en alguna película de Hollywood o, tal vez el que más me costó creer, exitoso seductor de bellas mujeres. Su extraño aspecto físico impedía que creyera tales conquistas. Con el paso del tiempo, la verdad se manifestaba y siempre estaba de su lado.

A Jorge Salazar le debo mi camino periodístico. Él abrió algunas puertas para que empezara en este oficio de la mejor manera. Sus llamadas telefónicas a sus amigos más influyentes pavimentaron mi ruta. Lo sabe él, lo saben quienes me conocen y lo saben aquellos que fueron bombardeados por esas llamadas de ferviente generosidad.

Hace más de una semana que falleció; un mal cardiaco lo ha conducido a un nuevo viaje. A mí me quedan los recuerdos: los buenos y también los malos; pero esos no importan, sobre todo cuando la reconciliación limpió heridas y llegó a tiempo. Ahora deseo que su nueva aventura le sea propicia, que se siente en la mesa de los dioses y que todos ellos conozcan la magia de su humanidad: magia pocas veces vista en este mundo.

*Publicado el miércoles 18/06/08 en Correo.

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