domingo, 30 de agosto de 2009

RIBEYRO, 80 AÑOS


Texto: CARLOS M. SOTOMAYOR

Una vieja fotografía lo muestra en el ceremonioso preámbulo del trance creativo. Sentado frente a una máquina de escribir, ataviado de una delgadez congénita y con un eterno cigarrillo entre los dedos, Julio Ramón Ribeyro parece terminar de acomodar una cuartilla en blanco que colmará luego de palabras, de frases que se volverán con el tiempo entrañables.Aquella imagen que reaparece como una ineludible constante, cada vez que pienso en él, resume, quizás, su real naturaleza de hombre entregado al solitario ejercicio literario. Una actividad que para él, persona de rituales, requería de una atmósfera especial, de una escenografía adecuada para recibir a los que algunos llaman dioses de la inspiración. En su diario personal, La tentación del fracaso, Ribeyro confiesa que para escribir necesita un marco habitual, conformado por cigarrillos, vino, un sillón cómodo, a veces música y una ventana a la calle.

Perteneciente a la denominada Generación del 50, Julio Ramón Ribeyro no es sólo uno de nuestros más queridos y admirados escritores. Su obra cuentística es de las mejores de la literatura hispanoamericana, sin ninguna duda. A través de una prosa cincelada con erudita técnica, Ribeyro nos ha entregado un particular universo de personajes que, a pesar de su marginalidad económica o espiritual se tornan entrañables. Se trata de personajes cotidianos, de existencias grises, enmarrocados a sus propios infortunios y dramas personales. Relatos como "Por las azoteas" o "El profesor suplente" son inequívocas muestras de lo mencionado. Sin embargo, su narrativa breve no estuvo totalmente circunscrita al realismo. Ribeyro ha pergeñado estupendos cuentos de corte fantástico sobre todo en su primera época, a inicios de los 50. "Doblaje", por ejemplo. O "La huella", uno de sus primeros relatos publicados en la prensa, en donde un individuo sigue el recorrido de unas manchas de sangre en la acera y se descubre, ante la sorpresa del lector, muerto en el interior de su propia casa.

Sus cuentos se encuentran reunidos en cuatro tomos que llevan el título de La palabra del mudo. Sin embargo, en su producción literaria destacan, también, novelas como Crónica de San Gabriel, Los geniecillos dominicales (dedicada a sus compañeros de generación) y Cambio de guardia. A ello se añaden sus obras de teatro, agrupadas en Teatro y Atusparia. Y, cómo olvidar, aquel par de memorables libros de textos cortos: Dichos de Luder y Prosas apátridas.

Tuvo una existencia difícil, aquejado por dolencias que lo persiguieron, implacables, durante muchos años. La celebridad le sonrió en el último tramo, quizás cuando ya era demasiado tarde. En 1994, cuando ya había retomado su residencia limeña, Ribeyro es distinguido con el Premio Internacional Juan Rulfo. Lamentablemente, no pudo asistir a la ceremonia de premiación: un cáncer generalizado lo derrotó unos días antes.Mañana, 31 de agosto, hubiese cumplido 80 años. Y uno prefiere recordarlo en sus momentos de claridad. En aquellas interminables tertulias que compartía con sus amigos. Aquellos que lo recuerdan como un lúcido y mordaz conversador. Fumando y con una copa de vino, invariablemente tinto y burdeos. Porque en ese detalle, como en su literatura, era de una exquisitez categórica.

*Publicado en Correo el domingo 30/08/09

1 comentario:

Gonzalo Mariátegui dijo...

¡Bravo Carlos Sotomayor! Felicitaciones Letra capital! Es de primer nivel el perfil que han preparado sobre nuestro gran cuentista Julio Ramón Ribeyro. Han presentado al hombre y a su obra de una manera estupenda. Estoy seguro que, donde esté, le agrada muchísimo.
Yo no tuvo la suerte de conocerlo personalmente, pero sí he leído todos sus cuentos y eso me ha hermanado mucho más con él que si hubiera cultivado su amistad cara a cara.
Gonzalo Mariátegui