jueves, 10 de junio de 2010

Entrevista a HERNÁN RIVERA LETELIER

Hernán Rivera Letelier (Foto: CMS)

Hernán Rivera Letelier parece coleccionar, desde su primer libro, una retahíla de apreciadas distinciones literarias. Y la última es quizás la más relevante: el Premio Alfaguara de Novela 2010. Rivera Letelier, natural de Talca (Chile), se encuentra por estos días en Lima para presentar El arte de la resurrección (Alfaguara, 2010), premiada novela que relata los avatares de un hombre que, al perder a su madre y convertirse en ermitaño, descubre para su asombro que es la reencarnación de Cristo.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR 

Usted no es para nada ajeno a los premios. Se puede decir, incluso, que está acostumbrado a ganarlos. En ese sentido, cómo ha tomado este premio importante… 
Este premio de un prestigio indesmentible, porque hay otros premios que están desprestigiados completamente. Pero el Alfaguara aún mantiene este prestigio que lo hace más grande. Entonces, recibir este premio fue un espaldarazo a mi obra impresionante. Pero, quieres que te cuente algo, yo no le había tomado el verdadero peso a este premio hasta que la gente en la calle, gente común y corriente que yo no conocía, me empezó a parar en la calle a decirme que cuando se enteraron de este premio se alegraron tanto como si se los hubieran dado a ellos. Lo sentían como propio. Allí le tomé el verdadero peso al premio. Más allá de lo literario este premio tiene algo muy humano, que hizo que la gente que no me conocía, incluso, se alegrara de ello. De alguna manera he llegado a comprender que soy la voz de los que no tienen voz.

Hablemos de la novela. El Cristo de Elqui es un personaje que existió y que, además, aparece en algunas de sus novelas. ¿Cree que de alguna manera estuvo reclamando su propia novela?
Mira, he llegado a pensar que este Cristo de Elqui sabía desde el principio que quien tenía que escribir su historia era yo. ¿Por qué? Porque para escribir su novela, su historia, hacía falta un lenguaje especial, un tono especial, una palabra especia. Y que no la tiene cualquier escritor por muy bueno que sea. ¿Y cuál era el tono? El tono del predicador, del profeta. ¿Cuál era el lenguaje? El lenguaje bíblico. ¿Cuál era la palabra? La palabra tenía que ser una mezcla entre lo profano y lo sagrado. Entre lo culto y lo popular. Y todo eso que se necesitaba para contar esa historia estaba en mis genes. Porque yo me creía en una casa en donde mi padre era evangélico. Y yo me crié escuchándolo predicar. Entonces, el tono del predicador estaba en mí. Yo me crié leyendo la Biblia, el único libro que había en mi casa. La palabra bíblica estaba en mí. Además, se necesitaba saber que se siente ser un trashumante, un vagabundo. Y yo lo fui durante cuatro años. Y había que conocer ese desierto en donde este tipo pasó predicando no sé cuántas veces. Y ese desierto es mi hábitat. Entonces, estaba todo dado para que yo contara la historia. Y yo soy un convencido de que sabía y por eso me persiguió durante toda la vida.

Por eso fue apareciendo en sus novelas… ¿Y en qué momento se dio cuenta de que tenía que escribir esa novela?
Cuando estoy escribiendo mi novena novela, Mi nombre es Malarrosa, de pronto apareció haciendo una especie de milagro. Y yo me dije: bueno, es la tercera vez que se me aparece este personaje. Y allí intuí que mi próxima novela tenía que ser sobre él. Allí fue.

¿Logró hablar con personas que llegaron a ver al Cristo de Elqui?
Encontré a algunas personas de cierta edad que me contaron que cuando eran niños alguna vez oyeron predicar o vieron pasar a este Cristo de Elqui. Y me fue de una utilidad tremenda, porque me contaron pequeños detalles que en la novela se hacen grandes. La gran obra está hecha de pequeños detalles, o los pequeños detalles hacen la gran obra. Y fue para mí muy bueno conversar a esta gente.

El Cristo de Elqui es un personaje peculiar, sin duda, pero al mismo tiempo llega a ser entrañable, incluso.
Claro. Yo quería que mi Cristo fuera más humano que el Cristo de los Evangelios. Que fuera más asequible. Que se hiciera más entrañable. Y otra cosa que le quise dar a este Cristo es lo que no encontré en los Evangelios. Yo no encontré a Cristo sonriendo, riendo. No hay humor en los Evangelios. Yo me pregunté por qué. Y estoy seguro que Cristo tenía humor. Entonces dije: voy a crear a este Cristo a imagen y semejanza de cómo a mí me hubiese encantado encontrar a Cristo en los Evangelios. Por eso lo acerqué más a la gente, con ese humor, esa picardía…

Un humor que además es característico en sus libros…
Es que los pampinos tenemos un humor muy particular que aflora a cualquier hora, incluso en medio de una tragedia…

La pampa es el escenario de casi todas sus novelas. La geografía sin duda influye en la gente que la habita. ¿Qué otra particularidad, además del humor, determina a los pampinos?
Yo soy un convencido de que cualquier paisaje moldea a la persona. Influye un lo psíquico e, incluso, en lo físico. Y este desierto, que yo creo es el personaje principal de todos mis libros, de alguna manera influyó en mí y en los que vivimos tantos años en ese desierto. El hombre de ese desierto es como la piedra. Parecemos hoscos, huraños, duros. Pero igual que con la piedra la riqueza va por dentro. Igual, si a nosotros nos raspan un poquito se dan cuenta de que somos de corazón de abuelita…

Y son solidarios, además…
En ese desierto es fundamental la solidaridad. En ese desierto nadie sobrevive solo. Y eso lo supimos desde el principio. Yo dependo de ti y tú dependes de mí. La solidaridad, la amistad y el humor son esenciales.

Otra particularidad de sus novelas es el lenguaje. Así como señala que el desierto es el protagonista de sus libros, yo diría que otro protagonista de ellos es el lenguaje. Incluso recuerdo que alguna vez dijo que se consideraba un poeta que escribía novelas.
Sí, mira, para mí el lenguaje es muy importante porque esencialmente soy un poeta. Escribí poesía durante quince años y ahora estoy escribiendo poesía, digo yo, hacia el lado. Yo amo las palabras, el lenguaje. Estoy contando y cantando un desierto en donde no hay nada y hay que llenarlo con palabras, con el lenguaje. A mí lo que me importa cuando cuento una historia no es tanto la historia, sino el cómo, la forma como le cuente la historia al lector. Entonces, lo que yo quiero no es que el lector lea rápido para que llegue al final. Lo que yo quiero es que el lector vaya gozando la lectura. Y cuando la gente me dice “oiga, estoy leyendo su libro y no lo quiero terminar, y me aguanto, y lo leo de a pocos y me devuelvo”. Entonces me digo: lo logré. Eso es lo que quiero, que la gente goce el libro, goce el lenguaje, las palabras.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y el articulo de CCF?

Anónimo dijo...

Esperaba el artículo del escritor Carlos Calderón Fajardo como habia sido anunciado.