Tras un auspicioso debut con Habrá que hacer algo mientras tanto, Ezio Neyra reafirma su vocación literaria con Todas mis muertes (Alfaguara, 2006), su segunda novela, en la que el narrador, de apellido homónimo al autor, traza un inevitable y liberador camino al pasado.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
La novela plantea la necesidad del personaje de retornar a Camaná, a su infancia, para poder continuar...
Era necesario para él, para el personaje, pues el asistir al asesinato de su abuelo y las consecuencias que esto trajo como que le generó un trauma. Es como si la factura más pesada se la pasaran a él. Y él demora en regresar a Camaná 15 años. Además, el personaje cuenta que nadie más regresó luego de esa muerte, al tiempo de que todas eran malas noticias las que llegaban de Camaná. Se trata de la decadencia de la estructura familiar más extendida, digamos. Y la decadencia de la ciudad, también. Y creo que sí, que era la única manera de que este personaje se sacara de encima aquella carga.
Y al mismo tiempo ese viaje de retorno es una especie de aceptación de la muerte, tanto directa como metafórica, que rodea al personaje. Por eso quizá el título Todas mis muertes...
Sí, puede ser. Edwin Chávez publicó una reseña del libro en su blog, y antes me dijo que lo único que podía objetar era el título. Y de hecho fue un título que me costó mucho encontrar. Me demoré muchísimo. Pero sigo convencido de que hay muchas más muertes de las aparentes: no sólo está la muerte más evidente y traumática, que es la del abuelo, sino también la muerte de la estructura familiar, de su infancia en Camaná, de los campos de arroz que tenía el abuelo y que luego se convierten en residenciales. En ese sentido, ese retorno le sirvió para terminar de asimilar sus propias muertes.
El personaje tiene una relación conflictuada con el padre, un hombre de evidentes rasgos machistas...
Sí, así es. Eso creo que es un tópico que se repite en los dos libros. Si bien en mi primer libro no aparece la imagen de ningún padre, sí aparece una crítica de uno de los personajes a la figura del rol masculino. Por ejemplo, todo el llanto de Mediano es mal visto por Gordo, porque le parece que es algo que le hace poco hombre. Y en esta segunda novela sí hay una crítica a la figura paterna.
¿Por qué le pusiste a tu personaje Francisco Neyra?
No es una novela autobiográfica, de ninguna manera. Ninguno de los hechos que se cuentan han sucedido realmente. Sin embargo, el escenario en que sucede es uno en el que yo he vivido. Es decir, a Camaná he ido muchos veranos de mi infancia; tengo mucha familia allá todavía. Creo que el hecho de que se llame Francisco Neyra, que tía Norma se llame como una hermana de mi papá, que el abuelo lleve el nombre de mi abuelo y que Mamajuana era también como le decíamos a mi abuela, creo que se trata más bien de un homenaje a la familia y, además, me sirvió en el momento de la escritura para sentir la historia un poco más mía, digamos.
GENERACIÓN ACTUAL
¿Cómo ves a tu generación?
Se está tirando abajo la idea de que se trata de una generación metaliteraria. Esta novela mía no lo es en absoluto, sé que lo que prepara Edwin (Chávez) es totalmente distinto a lo de su primer libro, Johann Page también anda en otra. Siento que lo rico de esta generación es que tenemos una diversidad muy grande de registros, de intereses a nivel narrativo.
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