martes, 25 de setiembre de 2007
LA CORNISA
EL MILAGRO REVISTERIL
Por MANUEL ERÁUSQUIN
Hay costumbres que son escudos en la vida de todo ser humano. Lo suficientemente eficaces para sortear las asperezas previsibles e imprevisibles de la cotidianidad. En ese sentido, una buena lectura siempre es estimulante, sobre todo cuando se encuentra en una publicación novedosa, atrevida e impresa en el Perú, algo que posee categoría de milagro. Tal revelación merece ser comentada. Sin embargo, hagamos una retrospectiva. Siempre habrá alguien que empezó primero.
Hace cinco años que la revista Etiqueta Negra vio la luz: una publicación con personalidad y estilo que, a través de Julio Villanueva, su editor fundador, se arriesgó a pelear la posibilidad de hacerse un espacio en el renuente mercado editorial. Y es que las buenas historias tienen que ser leídas, no todo se agota en el acelerado e inmediato espíritu resolutivo de los periódicos. Hasta el momento Etiqueta sigue peleando, hoy con Daniel Titinger y Marco Avilés comandando la edición. Su nave sigue superando el oleaje. Cada mes llegan a buen puerto.
Ese prestigio ganado por Etiqueta Negra sin duda pavimentó la confianza de otros colegas, que inspirados llevaron a cabo proyectos editoriales con ambición. Algunos murieron en el intento, otros nacen dispuestos a desafiar los mil escollos que surgen en multiplicidad para tumbar a cualquier buena idea editorial. Eso lo saben muy bien todos aquellos que se encuentran en este negocio, y la gente de la nueva revista Dedomedio lo ha asimilado desde el arranque. Ahora, en su segundo número, han demostrado que se quieren quedar a dar batalla, fieles a su estilo irónico y provocador.
Lo lúdico y lo pop se muestran como marcas registradas de su personalidad. La intención de hallar en la escritura una forma de diversión apela a una manera distinta de encontrarse con la inteligencia. El dedo mayor de la revista, José Villaorduña, desde hace tiempo tenía el sueño de sacar una publicación irreverente pero con buen gusto. La realidad dice que lo ha conseguido y que dejó de ser una entidad onírica.
Pero en ese afán por sortear retos y esquivar la locura también se encuentra Verónica Klingenberger, la editora estrella desde este segundo número –Pepe sabe por qué no estuvo en el primero–, quien a punta de puro talento y de ejecutar diversos mecanismos de tortura con los colaboradores obtiene las notas deseadas: todas escritas como ella quiere. Eso también es un milagro.
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