SUEÑOS DE FÚTBOL II
Por MANUEL ERÁUSQUIN
La infancia goza de diversos encantos, uno de ellos es la capacidad superlativa para la fantasía. Yo tenía sueños de gloria, de campos de fútbol trajinados con talento y la ovación de una tribuna desatada de pasión. Hoy ese sueño no existe: se extinguió bajo el poder de la realidad.
Las pequeñas batallas futboleras que libraba a la hora del recreo disponían del entusiasmo y la pasión de un certamen de trascendencia: todos peleábamos por conseguir la supremacía en la cancha: menores de diez años aprendíamos a luchar, a ganar y a perder.
A los doce años, quise saber hasta dónde podía llegar, hasta dónde era cierto que podía convertirme en una estrella del balompié. Una incógnita que fue esclarecida de manera directa y ruda en la academia de fútbol del club Sporting Cristal, institución de la cual no era hincha, sólo un ferviente interesado en sus cómodas instalaciones, que en los años ochenta superaban a las de la “U”, el equipo por el que grito cada tarde de domingo. El Cóndor Mellán, legendario back central del equipo celeste en los sesenta y setenta, dirigía a todos los aspirantes a integrar la familia de Cristal. Mi desenvolvimiento no equivalía al tamaño de mi pasión. Mi rendimiento era visto como el fracaso inminente de otro hincha vestido de corto. No era suficiente querer ser como Platini, Rummenigge o Maradona. Lo suficiente era ser un jugador dotado de talento: para todo lo demás está Mastercard.
Hace poco, con motivo del inicio de estas eliminatorias, Walter Corzo, amigo y editor de la sección deportiva de nuestro diario, se tomó la libertad de ficcionar sobre mi corta pero intensa carrera futbolística en aquella academia de chicos del club cervecero. Cuenta su leyenda, esparcida por la redacción, que este servidor con pretensiones, pero de escasos recursos futbolísticos, mantenía a la sombra a un adolescente Nolberto Solano en el puesto de marcador de punta derecho: Dios hubiera querido, Walter, pero la divinidad nunca lo quiso. Por eso el maestrito es Ñol.
Sin embargo, al ver los partidos de la selección, me imagino peleando una pelota en el área chica rival en busca de la gloria, en busca de un bendito triunfo. Yo no sé si Claudio Pizarro, reconocido como un delantero de brillo internacional, sienta todavía la pasión por luchar cada pelota como si fuera la última vistiendo la camiseta de la selección. No lo veo hasta el momento, lo comparo con otros y la inquietud se acrecienta. Lástima que no aprendí a jugar. Yo hubiese querido sentar a Pizarro.
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