Por JOSÉ GÜICH
Abordar personajes representativos de la historia y la cultura peruanas por la ruta de la desacralización parece un tabú entre los escritores. Se han consumado muchas páginas sobre la idiosincrasia local, en apariencia inclinada a la ironía, pero eso queda contradicho por el pudor de los creadores a la hora de involucrarse con iconos nacionales de toda laya. Quizá las artes plásticas son menos temerosas de herir susceptibilidades: optan por el riesgo, a sabiendas de que los censores merodearán. La gran figura literaria del siglo XIX, Ricardo Palma, supo explotar contundentemente la socarronería criolla, pero salvo algunos seguidores de fuste, su legado no estableció una línea firme. ¿Somos tan acartonados los peruanos cuando nos enfrentamos a los símbolos de la nación? ¿O son los autores quienes tienen miedo de dinamitar las retóricas en torno de un santoral intocable?
En su novela César Vallejo se aburrió de seguir muerto en París (2007), Luis Freire (Lima, 1945) parece avanzar en la dirección provocadora. Conocido por su trabajo periodístico en diversos medios -y por una obra narrativa a tomar en cuenta-, no ha tenido ningún empacho en plantear una historia delirante en torno de la figura más emblemática de nuestras letras. La anécdota, en sí, es muy sencilla: Vallejo abandona su tumba, después de más de sesenta años de haber fallecido en París.
El brutal choque con una realidad que poco recuerda a la que conoció le brinda a la novela su impulso de apertura. Utilizando imaginería fantástica, el texto hilvana una situación increíble tras otra: el poeta vagabundea por la ciudad, viaja en el metro y es confundido con un enfermo mental, ante la imposibilidad de identificarse. Desde ahí, con la ayuda de dos amigos peruanos (Elke, con quien sostendrá un romance y se convertirá en una especie de nueva viuda, y un personaje identificado con el propio Freire) emprende su retorno glorioso al país.
Si la colisión con un París irreconocible ya había sido una experiencia traumática para el poeta redivivo, la visión de un Perú signado por la estupidez y la barbarie alcanza perfiles propios del carnaval. Todos reclaman a Vallejo: los políticos mediocres, los institutos superiores o bien los científicos, quienes desean clonarlo para transformar el mundo. En todas las circunstancias, Vallejo es aún el militante comunista de la década de 1930. Y con esa herramienta juzga todo.
La novela avanza con soltura gracias a la habilidad de Freire para la parodia sin concesiones de nuestras peores lacras, vía la aventura de este Vallejo de ficción, melancólico y, al mismo tiempo, lúdico hasta la saciedad.
No se trata de un libro de sublimes pretensiones; sin embargo, en sus páginas, a pesar de la avalancha de humor exorbitante o desbocado, late un sentido homenaje al poeta. El mejor tributo es, sin duda, la exaltación de una humanidad que las fotografías solemnes nos han querido arrebatar, y que ahora recuperamos a través de la risa conciliadora.
Autor: Luis Freire Sarria.
Título: César Vallejo se aburrió de seguir muerto en París.
Editorial: San Marcos (Colección Súmmun) (160p).
*Columna publicada en Correo el domingo 11/11/07.
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