Escritor Mario Levrero (Foto: Internet)
Escribe CARLOS CALDERÓN FAJARDO
Mario Levrero, cuyo nombre completo era Jorge Mario Verlota Levrero, nació en Montevideo en 1940 y murió en la misma ciudad el 2004. Además de novelista era fotógrafo, librero, guionista de cómics, redactor de una revista de perfil inclasificable. Escritor de 7 novelas y 7 libros de cuentos y dos libros con sus artículos periodísticos. Fue el tipo de escritor que comparte con Clarice Lispector y Julio Ramón Ribeyro, el privilegio de haber vuelto a nacer después de muerto. Estos escritores que vivos fueron casi clandestinos, después de muertos crecen más y más. Sus obras se reeditan y reciben los aplausos y la consagración que en este mundo se les negó. Probablemente esa consagración no les importaba mucho y no hicieron nada para conseguirla. Como dijo José Emilio Pacheco en su discurso al recibir el Premio Cervantes, “escribieron como mendigos” -que es la condición del escritor para Pacheco-, pero sin mendigar nada a nadie. Lo más importante que une a estos tres escritores es su gran calidad literaria, su densidad humana y su profunda capacidad reflexiva.
No sabía sobre cuál de los libros de este uruguayo escribir una nota, uno es mejor que el otro. Su París fue muy difícil eludirlo. Levrero tuvo su propio París, y muy especial. Es un libro altamente recomendable para lo que quieren viajar a París, se van a llevar una tremenda sorpresa al leerlo.
Me decidí finalmente por su novela El discurso vacío. Como todas las novelas de Levrero, siempre toca un tema muy seductor. En El discurso…de lo que trata es de la historia es de un escritor que inicia un cuaderno con ejercicios para mejorar su caligrafía. Los ejercicios están matizados por anécdotas sobre el vivir, la convivencia, la escritura, el sentido y no-sentido de la existencia. El discurso vacío está estructurada a partir de dos bloques, uno es el titulado: “Ejercicios”. El otro lleva el título de “El discurso vacío”. Un bloque, como veremos, se relaciona con el otro.
La novela comienza con un prólogo que en sus primeras líneas a la letra dice: “Aquello que hay en mí, que no soy yo y que busco. Aquello que hay en mí, y que a veces pienso que también soy yo y no encuentro”. En estas primeras líneas está la cifra de esta extraordinaria novela: estamos ante una novela sobre la búsqueda de uno mismo. ¡Vaya qué desafío! Es muy difícil, sino imposible, intentar saber quién es uno mismo. ¿Es la escritura -que Levrero disimula bajo la forma de “ejercicios de caligrafía”- la desesperada y vana búsqueda de intentar saber quién es uno mismo? Cualquier intento de elaborar un texto escrito sobre uno mismo llevará indefectiblemente a un “discurso vacío”.
Los sueños y ensueños se mezclan dentro del relato. Empieza la novela de la manera siguiente: “Soñé que era un fotógrafo”. El relato prosigue pero ya no estamos en la realidad, sino dentro del sueño. Este recurso de narrar sueños como si fueran reales abunda dentro de la novela. Al volver a la realidad, el escritor nos cuenta sus avances en sus ejercicios de caligrafía. En la novela se dice: “La profunda relación entre la letra y los rasgos de carácter y del presupuesto conductista de que los cambios de la conducta pueden producir cambios a nivel psíquico. Cambiando, pues, la conducta observada en la escritura, se piensa que podría llegarse a cambiar otras cosas en una persona”. La intención de la novela se hace evidente, la escritura, que en el fondo no es otra cosa que ejercicios grafo-lógicos, debería producir un mejor discurso, o un contacto con la realidad más efectivo.
La escritura se sigue perfeccionando a través de los “Ejercicios”, pero lo que se va formando es un discurso vacío; sin embargo, tras la apariencia vacía hay demasiadas cosas. En la novela, que como dijimos está escrita en forma de diario, el 25 de noviembre el narrador escribe: “Por eso me pongo a escribir, desde la forma, desde el propio fluir, introduciendo el problema del vacío como asunto de esa forma, con la esperanza de ir descubriendo el asunto real, enmascarado de vacío”. ¿Qué es lo que se esconde tras el discurso aparentemente vacío? La vida.
Ya cerca al fin de la novela, nos percatamos que hemos leído una novela donde nada importante pasa, un inexorable “discurso vacio”. Ahí está lo excepcional, el resultado final es un discurso vacío y al mismo tiempo una novela: El discurso vacío con la fuerza que le confiere la imposibilidad de lo que en teoría no podía ser narrado, y sin embargo llegó a ser una novela.
La novela en la realidad la empezó Levrero en 1990 y terminó de ser escrita en 1993. El discurso vacío, escrita en forma de diario, inicia el relato un 10 de septiembre de 1990. Al parecer la novela de Levrero fue escrita día a día en la ciudad uruguaya de Colonia, como una especie de diario. Lo que obtuvo en concreto fue lo que el narrador de la novela dice: “Esto fue solo un ejercicio caligráfico y nada más. No tiene sentido preocuparse por darle un contenido más preciso, sólo llené hojas de papel con mi escritura”. En otras palabras, el único sentido en la vida es participar de una escritura, que aparentemente será siempre un discurso vacío, y al mismo tiempo no, por lo menos no para mí. Soy un lector que al terminar de leer El discurso vacío sintió que la vida había sido expresada en esta novela por un gran narrador, vivo, en el mejor sentido de la palabra.
En el epílogo de la novela se lee: “No podemos salir porque al mismo tiempo no queremos salir, y no queremos porque no sabemos hacia dónde salir, porque la selva es uno mismo, y una salida implicaría alguna clase de muerte. Y si bien hubo un tiempo en que se podía morir cierta clase de muerte de apariencia inofensiva, hoy sabemos que aquellas muertes eran las semillas que sembramos de esta selva que hoy somos”.
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