martes, 9 de enero de 2007

Entrevista a AUGUSTO EFFIO


Augusto Effio pertenece a esa clase de escritores para quienes el lenguaje, como apunta Enrique Prochazka, es, más que una herramienta, un fin en sí mismo. Lecciones de origami (Matalamanga, 2006), además de ser una prueba irrefutable de ésto, nos presenta a un diligente observador de la naturaleza humana

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

Los relatos del libro conforman una unidad. ¿Cómo lo concebiste?
Siempre tuve claro que las seis historias formaban parte de una unidad. Existen dos tipos de cuentos para mí: cuentos con biografía, que van creciendo, que tienen su niñez, su adolescencia, su pubertad. El tiempo puede enriquecerlos o no. Pero hay otro tipo de cuentos con fecha de caducidad, que si no los escribes en el momento, se pierden. Y en este conjunto sólo hay uno con fecha de caducidad y que felizmente llegué a escribirlo, y es el último del libro.

Una particularidad del libro es la evidente preocupación por el lenguaje...
Ahora que estoy en proceso de escribir mi segundo libro, que espero sea una novela no tan larga, me doy cuenta de algo: me interesa mucho la historia, una anécdota que contar, pero ese no es el fin primordial. Si algo disfruto a la hora de escribir es armar frases, el sonido de la frase. Lo que yo llamo el mecanismo: un detalle que puede aparecer en un lado y luego se traslada a otro, un guiño. Y eso toma su tiempo. Creo que no soy el tipo de narrador que privilegia la historia por sobre el lenguaje.

En el libro hay una ciudad ficticia, San Cristóbal...
Eso fue deliberado. Por alguna razón, en algo influye el hecho de que provengo de una provincia que quiero y odio con la misma intensidad. Cuando me plantee estas historias todas estaban vinculadas con una provincia. Y al momento de llevarlas al papel no quise que esta provincia sea identificable. No se sabe si es costeña o serrana. No tiene rasgos identificables, pero por eso mismo creo reconocibles para muchas personas. Basta con ir a cualquier capital de provincia del Perú para encontrarse con los rasgos que la definen: caótica, oscura. Y es una ciudad que define en algo la personalidad de los personajes.

Otra particularidad tuya es la meticulosa construcción de personajes. ¿Qué los podría vincular?
Respecto de los personajes, que era lo que más me interesaba de las historias, hay ciertos denominadores comunes. Todos los personajes se mueven en un ambiente corrupto, en distintos niveles. Fue deliberado, pero no fue consciente. Ahora sí lo es: detrás de todo lo que escribo está como gran tema la corrupción.

Enrique Prochazka, quien así nomás no obsequia elogios, ha tenido a bien resaltar tus virtudes...
Yo soy consciente de que Enrique es un escritor de verdad. Escritor al que nunca voy a acercarme ni en el mejor de los escenarios, porque además tiene ya una buena cantidad de libros publicados. Pero compartimos una visión sobre el gusto de la literatura, ese cuidar el lenguaje. Sus comentarios los tomo como un acto de generosidad de alguien que coincide con uno, sobre todo en el gusto de la lectura.

¿Qué autores te han influido?
Uno se da cuenta de las influencias mucho después, sólo cuando otro se las hace notar. Y creo que uno no tiene padres sino tíos lejanos, y uno se termina pareciendo a ellos a pesar de uno mismo. Ahora, sin perjuicio de lo que he dicho, este libro en particular está escrito bajo la sombra de un escritor específico: Juan Villoro.

Lo llegaste a conocer, ¿verdad?
Lo conocí cuando vino a Lima, y se lo hice saber. El libro no había sido publicado aún y él, por alguna razón, también tuvo la generosidad de dejarme su dirección y su mail y hemos estado intercambiando mails. Ya le hice llegar el libro en físico, y va a poder comprobar si ha influenciado o no.

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