martes, 23 de octubre de 2007
LA CORNISA
KEROUAC EN EL CAMINO
Por MANUEL ERÁUSQUIN
Hay novelas que gozan de la fortuna de marcar épocas, de convertirse en referencias generacionales. Jack Kerouac consiguió la categoría de autor emblemático. Paradójicamente, nunca pudo establecer una relación armónica con su condición de celebridad literaria. El hubiera preferido el gozo de la tranquilidad: lastimosamente, eso no existe en la naturaleza de la fama. Una pena por los famosos.
Su novela En el camino, a cincuenta años de su publicación, sigue siendo lectura obligada para todos los espíritus inquietos de rebeldía. Los interminables viajes de los personajes –Sal Paradise y Dean Moriarty, que representaban al mismo Kerouac y a su amigo Neil Cassady– impactaron y siguen impactando por su ímpetu aventurero, quizás desenfrenado pero honesto.
Al parecer, Kerouac desde muy joven necesitó soñar con la carretera, con las ganas de fugar y alejarse de un contexto familiar hiriente, donde un padre alcohólico perturbaba sus sueños de ser alguien. He ahí tal vez una de las tantas razones de esa búsqueda, que se transfigura geográfica pero que espera encontrar algo internamente.
Durante todo este año ha habido distintos tipos de homenajes, desde nuevas ediciones de En el camino hasta extensos y nutridos textos sobre el autor y su obra más importante. Para quien escribe, Kerouac y toda la Generación Beat, de la que también formaban parte Ginsberg, Burroughs, Cassady, entre otros, estimularon a muchos a resistirse a la quietud, esa que evita que el espíritu sobrevuele alturas prometedoras de desafíos.
Y al releer esta novela, uno siente que las cosas cambian. Que el terror hacia el otro aumenta. Que las carreteras de la integración no se encuentran sólidamente pavimentadas. Que querer ser libre y autónomo para muchos puede ser un peligro. Que aprender a pensar y no seguir la corriente puede costar caro.
A cincuenta años de la publicación de En el camino, uno se pregunta: ¿cuántos líderes políticos la habrán leído? ¿Cuántos líderes de opinión habrán profundizado sobre aquella obra? Y si la han revisado: ¿a cuántos se les habrá quedado algo en sus cabezas? Las respuestas merecen un poco de atención, sobre todo en una época de mentada globalización y donde el ser inmigrante en varias potencias del mundo no es sinónimo de integración, sino más bien una situación incómoda: un problema a erradicar. Definitivamente hay caminos que están truncados por ahora.
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1 comentario:
Si me acuerdo de que todos levantaron la mano cuando hablo de él en clase.
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