sábado, 22 de marzo de 2008

El gran vidrio de MARIO BELLATIN


El carácter insular de su propuesta narrativa motiva a que algunos le endilguen el rótulo de “autor raro”. Y quizás esa “rareza”, atribuida a priori, sea también la causante de que algún lector manifieste que “no le mueve un pelo”. Confieso, sin ánimo de caer en inocuas polémicas, que los libros de Mario Bellatin lejos de serme indiferentes me han subyugado desde siempre. Desde Salón de belleza, que fue lo primero que leí, a mediados de los años noventa, cuando yo aún era un estudiante universitario.

Muchos años después, y tras haber leído casi todos sus libros –a excepción de dos títulos–, vuelvo a terminar la lectura de una de sus novelas con esa extraña mezcla de asombro y deslumbramiento. Se trata de El gran vidrio (Anagrama, 2007), su más reciente publicación, en la que nos entrega tres historias denominadas por el mismo autor como autobiografías: así reza el subtítulo del libro.

Si en sus otras novelas, Bellatin deslizaba ciertos guiños biográficos, en estos tres relatos el asunto es más explícito. En apariencia. Y digo en apariencia porque permanece el recurso lúdico, el juego de máscaras, esa maravillosa facultad que tiene Bellatin de estar y no estar, al mismo tiempo, en sus ficciones. Porque finalmente es ficción. Porque tanto el chico de piel luminosa cuyos genitales debe mostrar en los baños públicos a instancias de la madre, como el escritor que pertenece a una comunidad sufi y ha publicado en la revista Playboy un cuento sobre su sheika, y la adolescente que busca un Renault 5 junto a su novia alemana, forman parte del universo ficcional de su autor. “¿Qué hay de verdad y qué de mentira en cada una de las tres autobiografías?”, se pregunta el narrador del último relato. Coincidimos con él cuando responde que “saberlo carece de importancia”.
(CMS)

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