lunes, 20 de agosto de 2007

Entrevista a EVELIO ROSERO


Evelio Rosero ha logrado con su premiada novela Los ejércitos (Tusquets, 2007) –mediante una atmósfera opresiva y un tono lírico envolvente– mostrar el drama individual que produce una guerra interna como la que padecen muchos pueblos en Colombia.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

¿En qué momento y cómo se dio en tu caso la necesidad expresiva de escribir la novela Los ejércitos?
Son varias las causas de una novela. De esta, en especial, la diaria indiferencia que se apodera del país ante una realidad cruel –secuestros, desaparecimientos–. De esta realidad ningún escritor podría estar al margen, y, de unos años para acá, empezó a afectarme con más intensidad. Los noticieros de televisión, los testimonios radiales, en fin, todos contribuyeron a alimentar la novela. De hecho, todas las anécdotas que se desarrollan en ella son plenamente ciertas. Ocurrieron. Después de conocerlas me dediqué a hilvanarlas en torno al protagonista de la historia, el profesor Ismael Pasos.

Los ejércitos es una novela sobre la violencia en Colombia. Pero es más una mirada al drama individual de la gente que termina entre dos frentes.
Sí. Mi propósito era acercarme –intentar apoderarme– de la situación del civil, del desarmado, y plasmarla al derecho y al revés. No formar parte de los ejércitos en contienda, no tratar de dilucidar el conflicto desde el punto de vista de las causas socioeconómicas, de la historia de la violencia que se ha anquilosado en el país, el narcotráfico, etcétera. Intenté –y espero haberlo logrado– una novela, una obra de literatura, no un panfleto, no un ensayo, dando cuenta ante todo de la condición humana, de los seres sometidos a una guerra absurda que ya lleva más de 50 años.

Uno de los elementos de la novela que me impresionó más es el manejo de la atmósfera. Al leerla uno no puede evitar sobrecogerse y sentirse perseguido, acorralado...
Fue la misma atmósfera que ocurrió durante la escritura de la obra, la atmósfera diaria del país. No sólo hay que abrir el periódico para padecerla sino salir a la calle y asomarse ante los cientos de desplazados que llegan a las ciudades, sin destino, sin auxilio eficaz por parte del gobierno y, sobre todo, en medio de la total indiferencia de transeúntes y ciudadanos.

¿Qué tan importante es el lenguaje en tu obra? Te lo pregunto porque en esta novela, por ejemplo, es evidente un tono diría casi lírico, poético por momentos.
Es mi estilo, y no sólo caracteriza a esta novela; creo que en todas mis novelas anteriores procuro elaborar con todo cuidado mi trabajo, palabra por palabra. No es nada grato. Los resultados no son siempre favorables. Pero no lo puedo hacer de otra manera.

La primera escena de la novela, en la que aparece desnuda Geraldina, antes de la inminente llegada de la guerra al pueblo ¿puede leerse simbólicamente como una metáfora del fin del paraíso y el descenso al infierno?
Me gusta esa lectura de la primera escena, aunque debo confesar que no tuve esa intención, o la búsqueda voluntaria de esa metáfora, al escribirla. La novela es algo vivo, nos señala sus derroteros, a veces inusitados, y los escritores parecemos al fin sólo mediadores de una memoria colectiva que dictamina las cosas.

La violencia es común en nuestros países. Un lector peruano, por ejemplo, no puede evitar sentirse tocado con lo que pasa el viejo Ismael. Tengo entendido que el pueblo que se narra en la novela es pura ficción. ¿La idea es que pueda ser todos los pueblos al mismo tiempo?
El pueblo es ficción, hasta cierto punto, porque puede ser -cruda y realmente- cualquiera de los pueblos en Colombia inmersos por fuerza en la guerra. Igual, podría ser cualquier otro pueblo o aldea en Latinoamérica. Lo que está sucediendo en Colombia repercute y repercutirá sin ninguna duda en los países que la limitan, y en los demás países. En esta hecatombe, el hambre, la miseria, la guerra, el narcotráfico, la injerencia extranjera, nadie está solo, nadie está a salvo. Antes que sentirnos ecuatorianos o peruanos o venezolanos seamos latinoamericanos, ensanchemos la identidad. Allí están los europeos. Después de muchos años hicieron lo que necesitaban, son comunidad europea, participan de una misma moneda, etcétera. En una reunión con señoras de Guayaquil se indignaron porque dije que lo que estaba ocurriendo en Colombia era un problema que también concernía al Ecuador. Se asustaron. Pero así es, y cuando un país toque fondo en Latinoamérica también los demás países lo sentirán, tarde o temprano. Vamos en el mismo barco. O nos salvamos todos, o nos hundimos.

¿Cómo has asumido toda la parafernalia que ha venido con el Premio Tusquets, los viajes, las innumerables entrevistas, entre otras cosas?
Ha sido algo desconcertante, de verdad. Hace más de un año que no me siento a escribir.

* Versión completa de la entrevista publicada en Correo el lunes 20/08/07.

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